Sí, cada vez que nos juntamos vamos a
rebufo del tiempo, y solamente rozamos la piel de las cosas, aunque
con eso nos basta para saber si por debajo son frías, hirvientes o
desgarradoras. Y sí, los dos seguimos teniendo la solitaria adentro.
No sé tú, pero yo me he ido acostumbrando a ella. Le dejo un
rinconcito en mis entrañas para que siga royendo, pero ella también
tiene una edad, y cada vez come menos. A veces creemos lo contrario,
pero la adolescencia no es una enfermedad necesariamente crónica.
Nos sentimos un poco así, desorientados
y ávidos, pero míranos desde fuera ahora. No somos explícitamente
jóvenes, pero todavía sabemos dónde queda el recreo. Los bancos
son de madera, los árboles desdibujan el tráfico, la placita es
pequeña como una maqueta. Ahí cerca, en el paseo, todos los niños
del pueblo siguen chillando; sus padres siguen ignorándolos y
regando chismes con café con leche. La gente canta cuando habla. Es
como vivir en una antología de refranes. Como si no se hubieran
inventado otras redes sociales. Nosotros comemos pasteles de
chocolate y crema que saben a chocolate y crema. Hablamos. La hora de
separarnos se acerca, y como siempre, me quedan cosas por decir,
hilos que ya no formarán madeja. Lo que no termino de concretar es
un huevo del que nunca nacerá un pollito. Pero de algún modo ahí
se queda. Lo pongo en algún nido escondido y tibio de mi cerebro. Y
alimenta.
Lo que quiero decirte es que para mí
esto es un cromo de los que no cambiaría con nadie. Un destello como
la sorpresa de un roscón de Reyes, metido en la masa de unos días
de los que tal vez luego no haya forma de acordarse. Es un momento
viernes en medio de la semana. Un trozo de verano a las
puertas del odioso cambio horario. Una vacación a un paso del
trabajo. Un vestigio de la infancia. Podríamos estar comiendo pan
con nocilla, con las rodillas hechas puré y las bicis ahí
arrumbadas.
Con lo que me quiero quedar es que hace
falta un fondo opaco para que momentos así resplandezcan. Coser un
destello con otro en la trama de lo cotidiano para terminar
comprendiendo las constelaciones. Y creo que sólo hace falta
perspectiva. Creo que vista así, la propia vida es como una de esas
imágenes nocturnas de Europa en las que hay más manchas de luz que
de sombra.
Los momentos así resplandecen por si solo. En mi caso la nocilla aparece en un desayuno de playa.
ResponderEliminar