sábado, 24 de octubre de 2015

Cromo con amigo

 
Sí, cada vez que nos juntamos vamos a rebufo del tiempo, y solamente rozamos la piel de las cosas, aunque con eso nos basta para saber si por debajo son frías, hirvientes o desgarradoras. Y sí, los dos seguimos teniendo la solitaria adentro. No sé tú, pero yo me he ido acostumbrando a ella. Le dejo un rinconcito en mis entrañas para que siga royendo, pero ella también tiene una edad, y cada vez come menos. A veces creemos lo contrario, pero la adolescencia no es una enfermedad necesariamente crónica.

Nos sentimos un poco así, desorientados y ávidos, pero míranos desde fuera ahora. No somos explícitamente jóvenes, pero todavía sabemos dónde queda el recreo. Los bancos son de madera, los árboles desdibujan el tráfico, la placita es pequeña como una maqueta. Ahí cerca, en el paseo, todos los niños del pueblo siguen chillando; sus padres siguen ignorándolos y regando chismes con café con leche. La gente canta cuando habla. Es como vivir en una antología de refranes. Como si no se hubieran inventado otras redes sociales. Nosotros comemos pasteles de chocolate y crema que saben a chocolate y crema. Hablamos. La hora de separarnos se acerca, y como siempre, me quedan cosas por decir, hilos que ya no formarán madeja. Lo que no termino de concretar es un huevo del que nunca nacerá un pollito. Pero de algún modo ahí se queda. Lo pongo en algún nido escondido y tibio de mi cerebro. Y alimenta.

Lo que quiero decirte es que para mí esto es un cromo de los que no cambiaría con nadie. Un destello como la sorpresa de un roscón de Reyes, metido en la masa de unos días de los que tal vez luego no haya forma de acordarse. Es un momento viernes en medio de la semana. Un trozo de verano a las puertas del odioso cambio horario. Una vacación a un paso del trabajo. Un vestigio de la infancia. Podríamos estar comiendo pan con nocilla, con las rodillas hechas puré y las bicis ahí arrumbadas.

Con lo que me quiero quedar es que hace falta un fondo opaco para que momentos así resplandezcan. Coser un destello con otro en la trama de lo cotidiano para terminar comprendiendo las constelaciones. Y creo que sólo hace falta perspectiva. Creo que vista así, la propia vida es como una de esas imágenes nocturnas de Europa en las que hay más manchas de luz que de sombra.



1 comentario:

  1. Los momentos así resplandecen por si solo. En mi caso la nocilla aparece en un desayuno de playa.

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