Sigo de vacaciones. O sea
Pivotando entre la vagancia virtuosa y
la intención de borrarle el dibujo a las suelas de mis botas.
Contándome picaduras de pulgas y
mosquitos, mojándolos con saliva, llevándolos como tatuajes de
corazones con el nombre de amantes fallidos. Los quiero como
señales del aire libre. Los odio porque mi piel exagera siempre. Por ahora tengo nueve.
Tratando de adivinar si mi nueva aversión
a los viajes es una regresión o un progreso. Si no quiero acumular
más lugares porque la curiosidad se me ha agotado o porque siempre me quedo
con hambre de pasar más tiempo en ellos. Si no aguanto comer
día tras día en restaurantes porque soy una pejiguera o porque mi
cuerpo es listo y sabe.
Mezclando cócteles con recuerdos de
veranos pasados. El verano es esa cosa soberana inserta en medio
del año que no necesita combustible. Acepta la novedad como una cara
limpia acepta pendientes: algo que adorna y tintinea pero que no
identifica.
Quitándome y poniéndome piezas como a
un Mr. Potato. Fuera mis paredes alquiladas y los neumáticos
arañando el asfalto. Fuera las agujetas de una actividad física
estéril. Fuera la escritura. Me reconozco sin todo eso. Encima, un
capital de pasos dados. Habitaciones de hotel en las que me levanto a
mear a medianoche sin tropezar con los muebles. Sombras de árbol.
Conversaciones breves con gente a la que no volveré a ver nunca y
cuyo rostro se me quedará inútil y entrañablemente grabado. Con
todo eso me cautivo.
Gozando de la certeza de que la
improductividad es medicina.
Histrionismos de gata hipersociable |
Me gusta.
ResponderEliminarUn beso.
¡Qué improductividad tan productiva!
ResponderEliminarPaquito está muy guapa, porque es Paquito, ¿no?
Paquito, claro, que no sabe ya lo que hacer para que los transeúntes la saluden.
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