martes, 15 de septiembre de 2015

Escabechina


Él se mueve lento y conmovido. Yo voy a ráfagas por la habitación, furiosa. Él revisa y hojea, pidiendo permiso con la mirada para meter la nariz en mis cosas.  Yo simplemente arraso. No hay necesidad de licencia: toda esa cantidad inmunda de papel dejó hace mucho tiempo de ser mía. Si es que alguna vez lo fue.

¿Y no te da pena tirar todo esto lleno de tu letra inocente?, me dice. Pasa folios como si llevara puestos suaves guantes blancos. Se para en fórmulas que en absoluto van a expresar la realidad de un pasado mío que él no ha conocido. El papel reciclado es naturalmente opaco, carente del brillo satinado de la esperanza. Yo no tenía de eso en el tiempo en que los inflaba de parloteo y matemática. Yo no me daba cuenta de nada. No era consciente de que día tras día de clase, folio sobre folio, se estaba consumando una monstruosidad de papel inútil. No había inocencia en mi letra. Yo era cómplice con mi apatía.

Así que no, no me da pena para nada. Haría una pira con cinco años de apuntes en una esquina de la parcela si no fuera porque los ojos del Infoca me vigilan. Algunos papeles se deslizan fuera de sus carpetas como tripas de un vientre abierto. Un charco de tinta de colores. Me ensaño con el cadáver: le doy una patada a un montón que me llega hasta la rodilla. Eres muy bruta y muy anormal, me dice, iba a bajarlos al coche ahora mismo. Pero no soy anormal. Soy vengativa.

Y esta es mi venganza: repudiar con una alegría salvaje lo poco que ha quedado de una época. Tirarlo por la borda sin una oración ni un cordial gesto de despedida. Si llego a saber el placer que iba a procurarme, lo hubiera hecho antes. Una pasión rencorosa es mejor que este monumento a la indolencia, a la entraña vacía. Meses y meses rellenando folios con palabras anónimas. Discursos que circulaban de un cuerpo humano a otro sin ningún tipo de metabolismo: de un libro a la boca de un profesor, a mi oído, a mi mano, a mi memoria a corto plazo, y de ahí de nuevo a mi mano, excretando en cada examen un zurullo de conocimiento intacto.

No incorporé nada a mi carne. No pensé nada de aquello. No me planteé si lo que hacía era de provecho. Me limité a seguir la inercia estudiosa de mis días. Y ahora no es el tiempo pasado lo que provoca mi ira, sino el tiempo mal empleado. Una fortuna de vida joven dilapidada en bagatelas que no nutrieron mi conciencia mejor de lo que habría hecho la contemplación de las nubes. Ninguna fórmula contenida en ese despropósito de folios resume mejor lo que yo era que el conjunto completo, tres cargas de papel sucio metidas en el maletero.


Andad con viesto fresco a convertiros en bolsas de Zara.

4 comentarios:

  1. Siempre me pareció que rellenabas demasiados folios, con esa letra pulcra y menuda que tenías (la reconocería entre cien). De ahí en callo en tu dedo corazón.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo no rellenaba folios. No había voluntad ninguna de por medio. Transcripciones literales, simplemente. Demasiado, por supuesto.

      Eliminar
  2. Anónimo entre comillas15 septiembre, 2015 23:07

    ¡Qué clarividencia, chica! No había hecho yo un resumen tan racional de mi tiempo perdido en el paseo universitario hasta que he leído el post y eso que no me pesa, porque de alguna forma fue como saldar una deuda que tenía conmigo misma.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A mí sí me pesa, porque no consideré nunca que pudiera haber otro modo u otro camino, que tuviera por ahí escondida alguna otra deuda más urgente.

      Eliminar