martes, 18 de agosto de 2015

Un día menos para vernos

 
Un año más mi amiga y yo volvemos a despedirnos junto a su portal. Es nuestra forma de cambiar calendarios. No recuerdo habernos comido las doce uvas juntas. Ninguna procesión, ningún rito, ningún hijo nos restriega en los ojos que el tiempo ha pasado. Ella tiene la piel tan suave como siempre. Mis discretas arrugas de risa y tensión sólo las registra el espejo de mi cuarto de baño. Cualquiera diría que somos las mismas, que esta es la primera de nuestras despedidas, que a lo mejor volveremos a vernos mañana en clase. La sucursal de Unicaja ha aguantado el tirón de la crisis. El seto del que arrancaba hojitas mientras no terminábamos de irnos sigue milimétricamente recortado a la altura de mi recuerdo. Como si nuestro saldo de pasado no hubiera ido engordando. Como si en esta esquina del mundo el remolino del tiempo se frenase.

Y sin embargo mi tristeza es nueva este año. Después de dejarnos, tú a Filadelfia, yo a Andalucía, vuelvo a mi casa con el esternón hecho un siete. En esta separación hay algo definitivamente adulto. Algo por primera vez sometido a las leyes indiscutibles del tiempo y la física. Hasta ahora, cada despedida era una forma traviesa de mentirijilla. Una ceremonia distraída, al menos para mí, que no cortaba absolutamente con los lazos que me atan a nuestra geografía compartida. Era como rebuscar en el armario de nuestras madres y jugar a ser mujeres con historia. Ahora el juego ha terminado. Alguien podría disfrazarse de nosotras.

Y no hay candidez suficiente para darle la vuelta a la lejanía. Esta vez no me sale creer que si pienso en ti, piensas en mí, entonces la distancia se quiebra. Hacerse mentalmente adulto significa que el tiempo y el espacio dejan de ser cuánticos. Ahí dejo la teoría idiota del día. Se vuelven clásicos y reales, rígidos como un libro de texto o un credo. La separación es real. Lo que dejamos de compartir año tras año, ostentosamente real.

Así que la esquina del mundo donde nos despedimos está hechizada. En ella sufrimos la alucinación de que el tiempo no pasa. Seguimos soltando guirnaldas de frases, que nos enmarcan como hiedra en torno a la letra capital de un cuento de hadas. Así fue desde el principio. Así seguirá el próximo año. Míranos, parecemos las mismas adolescentes de siempre. Disfruta de la visión: el truco no dura mucho rato.

6 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas18 agosto, 2015 23:04

    No me parece una teoría idiota, pero ¿por qué ocurre?

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    1. Pues...porque se nos cuaja la yema, y el tiempo que va quedando detrás pesa y nos estira, y el espacio cotidiano se define.

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  2. evolucionamos y cambiamos por lo vivido pero eso no quiere decir que en esa evolución no pueda haber avance,no seréis las mismas pero si hay ganas de seguir viéndoos la esencia permanece

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    1. Ay, gracias al cielo que cambiamos, porque ahora somos mucho mejores que entonces. Lo que duele que cambie es la inconsciencia de que el tiempo pasa, y que entre encuentro y encuentro vayamos perdiendo cientos de oportunidades de vivirnos.

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  3. El tiempo y su subjetividad nunca sabe cuándo dejar de jugar con nuestros recuerdos...

    Saludos

    J.

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    1. Un consuelo es que a veces el tiempo hace pasar por reales recuerdos inventados. No viene al caso, pero algo es algo.

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