viernes, 21 de agosto de 2015

Frankestein Jr.


Me vengo preguntando últimamente una cosa muy tonta que puede llevar a equívoco.

¿Cómo fabricar un niño?

Evidentemente, no se trata de eso, sino de una especie de experimento psicológico: reduce la infancia a una fórmula. Ensáyala en el laboratorio de la mente. Fabrica un prototipo. Échalo a andar por el mundo, a ver si aguanta el embate. Algo así como destilar todo el poderío erótico de Marilyn Monroe en un perfume. Una ambición parecida a la de la fotosíntesis artificial: la imitación de un proceso natural casi alquímico.

Me pregunto si hay alguna manera de revertir mínimamente la maduración interna. De corregir en parte las huellas de la experiencia. De permitir que la conciencia adulta olisquee el terreno sobre el que construyó la costumbre de estar viva.

¿Qué es un niño, de qué está hecho?

De exigencias brutales que se pueden contar con los dedos de una mano. Comida. Sueño. Seguridad. Juego. Contacto.

Muy al principio, antes de que la noche sea un peligro al que debe enfrentarse solo, de confianza: siempre parece haber alguien dispuesto a colmar su hambre.

Más tarde el miedo asoma su patita por la rendija del sueño, pero de día ¡entiende tan poco aún de riesgo y de daños!

Un pedazo de barro fresco que no tiene forma todavía.

Una historia de la que sólo se ha escrito un par de frases y que nadie sabe si derivará en terror psicológico o en crónica de viajes.

Una plasticidad amenazada.

La facultad prodigiosa de ser cada día un personaje distinto: el remero sorteando aguas bravas, la frutera, el caniche del vecino, el Señor de los Ejércitos del Planeta Peta-Zeta.

Todas las preguntas del mundo. Ninguna respuesta. O dieciocho respuestas posibles para un solo interrogante: ¿cómo funciona el mundo? La intuición de que un problema puede tener más de una única solución posible: esa sabiduría innata que va perdiendo conforme los huesos se endurecen y el mundo fragua.

Ningún juicio previo.

Una manera de ver que no compone imágenes mentales automáticas, sino que absorbe colores, formas, planos y trayectorias y los combina de mil formas para sorprenderle a cada instante.


Adivinando eso me pregunto: ¿hay modo de recuperar los superpoderes de la infancia? Esa manera de darse completamente al juego y al pasmo, de ser sin vergüenza cualquier cosa, pequeña o grande. De husmear el mundo sin que su conocimiento se le adelante. De no dudar entre distintas opciones, porque nada tiene aún marcado un precio. ¿Acaban con el hardware niño los troyanos del aprendizaje?

Seguiré haciendo ensayos.

2 comentarios:

  1. Un niño también está hecho de miles de posibilidades. Y sí, es seguramente algo relacionado con el aprendizaje lo que hace que se deje de ser poniendo límites a todo lo posible. Me ha gustado leerte.
    Un saludo.

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    1. Así que luego hay que andar aprendiendo a desmontar algunos aprendizajes.
      (Muchas gracias, Silbante; un abrazo)

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