Me vengo preguntando últimamente una
cosa muy tonta que puede llevar a equívoco.
¿Cómo fabricar un niño?
Evidentemente, no se trata de eso,
sino de una especie de experimento psicológico: reduce la infancia a
una fórmula. Ensáyala en el laboratorio de la mente. Fabrica un
prototipo. Échalo a andar por el mundo, a ver si aguanta el embate.
Algo así como destilar todo el poderío erótico de Marilyn Monroe en un
perfume. Una ambición parecida a la de la fotosíntesis artificial:
la imitación de un proceso natural casi alquímico.
Me pregunto si hay alguna manera de
revertir mínimamente la maduración interna. De corregir en parte
las huellas de la experiencia. De permitir que la conciencia adulta
olisquee el terreno sobre el que construyó la costumbre de estar
viva.
¿Qué es un niño, de qué está hecho?
De exigencias brutales que se pueden
contar con los dedos de una mano. Comida. Sueño. Seguridad. Juego.
Contacto.
Muy al principio, antes de que la noche
sea un peligro al que debe enfrentarse solo, de confianza: siempre
parece haber alguien dispuesto a colmar su hambre.
Más tarde el miedo asoma su patita por
la rendija del sueño, pero de día ¡entiende tan poco aún de
riesgo y de daños!
Un pedazo de barro fresco que no tiene
forma todavía.
Una historia de la que sólo se ha
escrito un par de frases y que nadie sabe si derivará en terror
psicológico o en crónica de viajes.
Una plasticidad amenazada.
La facultad prodigiosa de ser cada día
un personaje distinto: el remero sorteando aguas bravas, la frutera,
el caniche del vecino, el Señor de los Ejércitos del Planeta
Peta-Zeta.
Todas las preguntas del mundo. Ninguna
respuesta. O dieciocho respuestas posibles para un solo interrogante:
¿cómo funciona el mundo? La intuición de que un problema puede
tener más de una única solución posible: esa sabiduría innata que
va perdiendo conforme los huesos se endurecen y el mundo fragua.
Ningún juicio previo.
Una manera de ver que no compone imágenes
mentales automáticas, sino que absorbe colores, formas, planos y
trayectorias y los combina de mil formas para sorprenderle a cada
instante.
Adivinando eso me pregunto: ¿hay modo de
recuperar los superpoderes de la infancia? Esa manera de darse
completamente al juego y al pasmo, de ser sin vergüenza cualquier
cosa, pequeña o grande. De husmear el mundo sin que su conocimiento
se le adelante. De no dudar entre distintas opciones, porque nada
tiene aún marcado un precio. ¿Acaban con el hardware niño
los troyanos del aprendizaje?
Seguiré haciendo ensayos.
Un niño también está hecho de miles de posibilidades. Y sí, es seguramente algo relacionado con el aprendizaje lo que hace que se deje de ser poniendo límites a todo lo posible. Me ha gustado leerte.
ResponderEliminarUn saludo.
Así que luego hay que andar aprendiendo a desmontar algunos aprendizajes.
Eliminar(Muchas gracias, Silbante; un abrazo)