sábado, 15 de agosto de 2015

ºF 451

 
Desde el sofá repaso los títulos que se estrujan en las baldas. Me embarga una especie de placer sádico: la voluptuosidad de la purga. Soy el caprichoso oficial nazi seleccionando a las víctimas del día según el patrón de una cancioncilla bávara. Soy el sultán Shariar eligiendo como esposa a la moza con el cuello más delicado del reino, el más esbelto, el más fácil de cortar. Soy una desagradecida.

Pero he decidido despejar mi exiguo espacio. Desprenderme de peso. Liberarme de lastre para poder volverme caracol y poder vivir con la casa a cuestas.

Bonito, ¿verdad? Espiritualmente admirable. Lo siguiente será hacerme mechas rubias e inundar con poses de yoga extremo mi nonata cuenta de Instagram.

Que nadie se engañe: yo no molo tanto. Sólo quiero hacer hueco para meter nuevos libros sin que el Pepito Grillo con el que convivo me roa la moral. Sólo quiero dejar de comprar furtivamente, camuflar mis adquisiciones entre los viejos habitantes de esta casa, mirando a mi espalda con miedo a ser descubierta. Cualquier trampa antes que escuchar esa admonición que me sé ya letra por letra: los bomberos van a tardar tres días en recuperar nuestros cuerpos cuando tus libros se nos caigan encima.

Exagero. Pero ese es más o menos el contexto. Deseo recuperar sin remordimiento el idilio de la página impresa. Dejarme embaucar de nuevo por portadas y títulos de los que no tenía noticia antes de entrar en la librería, y verme obligada a consumar mi pasión por la ley de la selva. Sin que nadie me recuerde si he leído ya todo lo que acumula polvo y ácaros en la estantería. Sin que se me eche en cara mi pulsión de novedad.

¿Y no siento pena, yo, que he acarreado mis libros por tres provincias y trescientos pisos? ¿Que  en el pasado los he abierto con deferencia, los he acariciado y olido, que los he mirado con la divertida tolerencia que una dedica a los defectos de sus amigos? Pues no, ya no hay pena, porque ya no hay en mí esa especie de paganismo. Sigo amando la materialidad de los objetos. Sintiendo un respeto incorrutible por lo analógico, lo capaz de interactuar con mi cuerpo, lo palpable. Pero acumular sin restricciones es un feo defecto. Y la restricción más sensata que me permito imaginar por ahora es la de equilibrar aforos: una entrada requiere inevitablemente una salida. Cada bienvenida debe rimar con un hasta pronto.

Al fin y al cabo, como decía ayer sobre la nostalgia, nada se pierde realmente. Aunque ni yo misma me acuerde de lo que he leído, soy mi propia biblioteca. Por dentro estoy hecha de palabras. Como, excreto, me reconstruyo. Leo, despido libros, me enriquezco.


 Esta en inglés, pero se pilla.


* He escrito lo anterior mientras en mi mente sonaba una alarma sorda. No tenía idea de qué peligro me estaba avisando, así que he seguido. Cuando he terminado de releerlo, me he dado cuenta: hará unos tres años que escribí algo sumamente parecido. Lo cual quiere decir: que hay asuntos que no resuelvo, y que este blog es una especie de espiral que crece pasando cada tanto por el mismo punto. Como los diseños de la naturaleza.

6 comentarios:

  1. Ah, no, yo no me desprendo de ellos, no, no, no y no.
    Besos

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    1. Yo tampoco, Ficiticilla; sólo les he buscado un asilo dorado.

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  2. Los libros y el espacio es una tematica muy recurrente. Por eso me gusta tanto mi ebook. (Aunque no puedo dejar de comprar libros en formato papel.)

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    1. Pues como dice mi compinche de arriba, mismamente. Mi ebook se viene conmigo a la isla desierta (y un tarrito de fragancia de libro nuevo)

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  3. Creo que yo no podría... a ver, espera que lo intento.

    ... no. Nada, no hay nada que hacer: soy incapaz de dejar atrás mis ansias acumuladoras. Ni siquiera en artículos descargados en PDF (y debería... oh, debería).

    ¿Te has planteado hacer de gurú para incurables librófilos como menda? He oído que se lleva mucho últimamente, esto de dar cursillos zen para des-trasterizar* tu vida...

    (*Destrasterizar: verbo que designa el vaciado de trastos que previamente ocupaban un espacio determinado. Se aceptan propuestas de sinónimos, porque el sonido del vocablo no termina de convencerme.)

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