miércoles, 12 de agosto de 2015

El campo urbano


Estoy echando brutalmente de menos lo silvestre.

Tanto que miro mi pobre, heroico jazmín jibarizado en su maceta, y me dan deseos de que a mí también me encojan como en los cuentos, para poder treparlo de hoja en hoja.

Tanto que las alpacas de paja en los rastrojos me recuerdan a la Reserva Federal bien surtida de oro.

Tanto que iría a tumbarme debajo de los álamos de la Facultad de Ciencias a contemplar cómo sus hojas me guiñan y me aplauden. Como si me hubiera saltado la descabellada hora de Turismo y Medio Ambiente y volviera a tener todo un mar de indefinición por delante. Lo haría si la Universidad no hubiera echado el cierre como cada agosto.

Tanto que garabeteo árboles en todo papel que atrapo.

Tanto que me dan ganas de presentar los trozos de brócoli en vertical sobre el plato, y comerme así un bosque enterito.

Tanto que estoy saboteando mi sospecha de que el recuento de pérdidas de la nostalgia no es una opción viable, porque en realidad toda huella permanece. Guardo en mi mente negativos de todo lo que está lejos, copias imprimibles en cualquier instante. 
 

Y por eso, gracias a esos moldes favoritos de experiencia que conservo del espacio abierto, soy capaz de asomarme a mi balcón, a la ventanilla de un coche, y darme cuenta de que la ciudad no es un ente ajeno a lo silvestre. Ni mucho menos antagonista.

No es sólo la presencia de árboles y autillos y enjambres humanos.

Es, por ejemplo, que cada vez que una moto pasa a todo trapo lanzando sus bengalas de ruido, me parece escuchar a un macho de ciervo berreando.

Es ir detrás de un grupito de americanas, con sus piernas y cuellos largos y su andar saturado de autoestima, y recordar la bandada de grullas en migración que una vez me pasó por encima con un sonido de cables rasgueados.

Contemplar con pena cómo demuelen la vieja casa de las molduras bonitas y darme cuenta de su hermandad con los árboles secos que se derrumban sobre los cauces. 
 
Pasear entre feos bloques de pisos recalentados y echar mano de aquel apoyo que me encontré en el precioso libro de Alexandra Horowitz, Percibir lo extraordinario: “Ante todos estos edificios, se puede empezar a hablar del ecosistema de acantilado”.


Hormigueros de cemento, cerros de teja


Contar el número abusivo de persianas metálicas echadas y escaparates autistas, y en cierto modo enternecerme porque a esta ciudad también se le para la savia cuando le toca, también tiene sus ritmos.

Es saber que el ejército de semillas puede esperar perfectamente mil o tres mil años para tomarse una revancha sobre el asfalto.


10 comentarios:

  1. Soy una superviviente de un agosto en Granada.
    Vale.
    Solo fueron dos dias. Pero fue tremendo.
    Ánimo, que queda menos agosto que ayer...

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    1. Ayer iba yo escuchando en mi mente el ninononi de "Peer Gynt" mientras andaba las calles y pensaba eso mismo: que soy una superviviente de este verano.
      Pero no es el calor, es la ciudad a lo largo de todo el año.

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    3. Venga! Granada es mucho más que eso! Granada se vive, o no? Todo el año...

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    4. Depende de tu grado de urbanidad. El mío es cada vez más raquítico.

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    5. Que no digo yo que no tenga mérito sobrevivir en Granada pero les sugieroque lo intenten en Córdoba.

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    6. Eso simplemente merece una reverencia. Pero piensa en los granaínos como seres frágiles que consideraban la brisita serrana como parte de su patrimonio geográfico, y que nunca hasta este verano se habían enfrentado a la coyuntura de sudar -paralizados- en la cama.

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  2. Yo también quiero bosques de brócoli, y te envidio el jazmín. Las americanas-grullas, no... Ayer hablé con una pareja que me contaba lo mucho que les gusta España (eran italianos), y cómo el último viaje había sido en Andalucía. En verano. Obelixismo, actualización s. XXI: "están locos estos italianos". (Les gustasteis, incluso con el bochorno desértico. Si llegan a ir en primavera, ni te cuento).

    Ahora tengo que leer a Horowitz, cachis.

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    1. Para mí que el obelixismo, jijiji, guiri es versión siglo II. Por qué ¿a qué tú te informas minimísimamente de la climatología que va a recibirte allá donde vas. Una poca Wikipedia, señores, una poca de conciencia.

      Es un libro encantador al que sólo le sobra la traducción del título: en el original, un modesto y eficaz " On looking". Creo que te va a gustar.

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