viernes, 10 de julio de 2015

Y si


Nunca he visto la serie Cómo conocí a vuestra madre. Desconozco el tono que emplea su protagonista a la hora de hablar con sus hijos. Pero si yo fuera una guionista de imaginación limitada y tuviera que usar mi experiencia para escribir esa escena, me saldría probablemente una cosa desconcertante por la que ninguna productora con un sentido mínimo de la comercialidad estaría dispuesta a pagarme.

En mi guión el padre hilvana unos cuantos retales de pasado que a oídos de sus hijos podrían resultar o incoherentes o demasiado calculados. Los hijos se moverían inquietos en sus sillas, mientras que los cereales empapados en leche de sus boles se irían convirtiendo en engrudo. Ninguno de ellos estaría cómodo. La fascinación acerca de la vida ocurrida, en el caso del padre, o de sus orígenes, en el de los hijos, sería un recurso demasiado fácil como para usarlo sin temor al empalago.

Sé de lo que hablo. Yo he sido uno de esos niños. Con dos salvedades. A mis padres hubo que arrancarles su historia sin anestesia. Y el abadejo frito que había sobre la mesa estaba demasiado rico como para dejar que se enfriara y se convirtiera en cosa incomible.

¿Estaba yo acaso incómoda? No es eso. Escuchaba la narración de cómo se construyó la relación de mis padres desde un punto de vista inédito. Por primera vez fui capaz de darme cuenta de que aquello no era una especie de cotilleo de sobremesa. Tampoco una de esas ocasiones en las que te ves forzada a transigir con la idea de que los padres tuvieron alguna vez, tienen incluso, una vida autónoma respecto a su rol de criadores. Simplemente vi que aquello tenía absolutamente que ver conmigo. No era una peliculita, sino más bien un asunto escabroso. Si cualquiera de las carambolas perfectamente azarosas que dieron lugar a su encuentro hubiera fallado aunque fuera por poco, mi boleto en la lotería de la existencia no habría tenido premio.

Por supuesto, una sabe eso de sobra. Conoce la aleatoriedad a la vez humillante y soberbia de estar viva. Pero es uno de esos conocimientos que yo llamo de corteza. Cosas que se saben como la raíz cuadrada de 144: aprendidas en lugar de sentidas en las tripas. Te enseñan que el sol sale por el este y se pone por el oeste; lo sabes internamente cuando tienes que pensar en la orientación de ventanas más conveniente para que alquilar piso no se convierta en un suceso oscuro y triste. Te dicen que ahí adentro tienes un corazón que late; lo sabes cuando al apoyar una oreja en la almohada oyes un pum pum pum que parece querer decirte algo importante.

Una mujer marcha a trabajar a Francia junto a unos primos. Uno de ellos tiene a su novia en el sur de España. La mujer conoce a otro español en tierra gabacha y se terminan casando. El matrimonio hace una visita a la familia del esposo, allá por la Mancha. Les acompaña el primo que tenía a la novia en España. El esposo también tiene primas. Una de ellas vive y hace las tareas en su casa. También tiene un novio que se ha ido a trabajar a Mallorca. El primo del sur y la prima manchega se conocen. Y ya está. La novia andaluza sale de la historia. El novio manchego está muy lejos. Al final el primo y la prima se casan.

Mis padres.

Contada así, su historia parece irrevocable. Así se construye la memoria y la literatura. Se parte de una premisa como si fuera el cabo de un hilo. Se podan todas las otras combinaciones posibles. Se termina desembocando en algo. El presente, la conclusión del relato: todo parecía orquestado.

Y para nada. Para nada. Repasas la historia, y te abruma el número de Y si…? que surgen. Si una mujer no hubiera ido a Francia. Si no hubiera tenido cierta relación con su primo. Si no hubiera conocido a un hombre. Si no hubiera habido un viaje al centro de España. Si otras historias sentimentales no se hubieran malogrado. Si alguien no hubiera sentido necesidad de tirar de aquel hilo...

Te abruma. Te desconcierta. Te libera. Descarga de peso tu vida.

8 comentarios:

  1. Ciertamente, acongoja reflexionar acerca de la cantidad de "casualidades" que tienen que darse para que uno se fertilice en un útero u otro..., pensar que mi madre podría haber sido perfectamente Brigitte Bardot...
    Saludos.

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    1. O....¡¡Carmen Polo! Como para no alegrarse de haber nacido tal y como, o simplemente nacido.

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  2. Somos pequeños milagritos, eso somos.
    Un beso.

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    1. Y eso que no hemos ido más allá de los padres. Si nos ponemos a deshacer el hilo a abuelos, bisabuelos, y así hasta Lucy la Australopithecus...

      Besos, bonita.

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  3. ¿Y si no hubiéramos sido? ¿Y si ser fuera una mentira?
    Me encantan los Y si, en realidad. Te mantienen viva pensando en que podrías no estarlo...
    Un beso.

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    1. Y que lo digas. Te mantienen también suelta y descontracturada, como si le hubieran dado un masaje a la importancia que te das a ti misma.
      Otro beso para ti.

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