martes, 7 de julio de 2015

Tipos de mugre


He estado arrodillada en el porche un buen rato y ahora por fin me levanto. Miro mis rodillas: un archipiélago de motitas negras y piel señalada como la de un elefante. Disfruto viendo las cosas tan de cerca. Es como cuando pronuncias varias veces una palabra. Percha-percha-percha. Lámpara-lámpara-lámpara: lo común se hace raro, tu idioma tan acostumbrado que resulta invisible parece algo de otro. Con los ojos a ras de piel, tu cuerpo se vuelve geografía: montañas y cauces contemplados desde la ventanilla de una avioneta.

Si pudiera verme así la cara, me asustaría. Habría ahí un barrizal, lo que queda después de la inundación. Llevo una buena media hora limpiando las hojas de romero que se acumulan en la canaleta del porche: barriendo, recogiendo broza y tierra con una palita donde la escoba se vuelve torpe. He encontrado caracoles secos y crisálidas vacías de bichos potencialmente asquerosos. Seguro que cuando me duche encontraré dentro del sujetador agujitas de olor montuno. Y necesito esa ducha. Me corre el sudor desde debajo del sombrero, abriendo surcos entre el polvo y el protector FP50. Estoy hecha una cerdita. La camiseta sucia de chocolate, los pies mugrientos de andar descalza. Toda la ceniza de Pompeya sobre el  fucsia metalizado de mi pedicura.

Y me importa un pepino. A nadie le importa. Alguien que yo sé pondría ojos de madre furibunda en Granada; en otra casa, otra vida. Conozco sus frases: eso, tráete la mierda de la calle en los zapatos y luego anda descalza. Y te quejarás de tener la piel mala. A mí me en realidad me hace gracia. Me gusta imaginar su mente acosada por gérmenes letales como en un videojuego antiguo. Aquí en la casa de mi padre no me echa cuentas. Me dan ganas de recordarle que podría pillar el tétanos si me empeñara. Pero soy bastante buena gente.

Eso me lleva a pensar que la mierda es un elemento relativo que depende del contexto. En un piso, el polvo sobre la tele es un gran dedo que acusa. En una casa de campo, te absuelves entendiendo que sólo es otro indicio de los ciclos naturales. La tierra se seca, el viento sopla, las puertas y ventanas abiertas crean corrientes; lo que hace un momento era suelo ahora se posa en tu cabeza. La suciedad urbana tiene matices morales: los goterones en un suelo de mármol te saltan directamente de la vista al alma. Las paredes rozadas quedan demasiado cerca y se estrechan como las del templo maldito de Indiana. El lavabo opaco clama por su chute de líquido azul y acre. Todo se desordena y degenera a un ritmo más rápido. Si dejas dos días los melocotones fuera de la nevera, en las ventanas empezará a posarse una colonia cada vez más descarada de mosquitas. La ropa en el armario sigue a rajatabla la ley cruel  de la entropía. Y ay si descubres una telaraña. Te rondarán ideas de qué está pasando en tu vida. Toda esa mugre denuncia una falta malsana de tiempo y espacio.

En cambio, en el campo los bichos son mascotas. Las telarañas no te censuran. Ya las sacudirás mañana con la escoba envuelta en un trapo. Las plantas de tus pies son amigas del suave suelo de barro, que tan bien disimula las huellas, que es tan magnánimo. La naturaleza disculpa tu dejadez con su ejemplo. La suciedad es congruente con la constitución de la vida. Al campo no se le puede imputar ese delito.

Y luego, cada mínimo acto de limpieza, hecho libremente y sin la carga urbana de agobio, es una forma de elegancia. Limpiar de hojas la canaleta del porche, pasarle un paño a las ventanas para quitarle el salitre. Ducharte. Como la luz después de la lluvia.


(Dicho lo cual, Madrede, en esta entrada se te veta el acceso a los comentarios)

3 comentarios:

  1. No me extraña que le haya restringido el acceso a comentarios a Madrede. La mía habría puesto el grito en el cielo. Esta bien esa teoría de la suciedad relativa, cualquier cosa con tal de no tener que limpiar mucho.
    (Curiosamente mi nene dice que estoy todo el día limpiando, y lo peor, mi madre dejó de ser "limpieza exaustiva" y pasa bastante de como puede estar el piso. )

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  2. Vale, me ha calado usted, pero...¿No le parece curioso que los extremos de la vida se tocan a la hora de distenderse respecto a la pulcritud?

    (¿He logrado con esta pregunta repipi distraer la atención de lo mío?)

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