lunes, 13 de julio de 2015

Ñam ñam


Me defino muchas veces, la última hace dos o tres entradas, como una lectora glotona, y no creo que eso sea algo de lo que pueda jactarme. Claro que también hay quien alardea de sus taras, pero no es el caso: yo tengo la íntima convicción de que leer vorazmente es una forma de insuficiencia. Y no sólo leer. Atiborrarme de páginas porque no hay manera de apaciguar el impulso de saber más, entender más, apoderarme de más vivencias. Pasar por los libros como un incendio por el monte, o Don Juan por un convento. Y como ellos, abandonarlos después, humillarlos. En la memoria queda algún árbol en pie, alguna frase de amor intacta. Un rastro de olor, un me gustó / me entusiasmó.

Leer así es devorar ardorosamente y sin paciencia, sin cubiertos y con los dedos y la barbilla relucientes de grasa. Se tantea al peso lo que se lleva y lo que queda. Se lee sin capacidad de reflexión ni mesura. Sin que una pueda separarse de lo leído un momento para, desde el púlpito de su identidad, calcular cómo se ha fabricado el artefacto de la lectura. No es que no haya respiro ninguno; no es una cuestión de velocidad. A veces te paras, sí, pero es sólo un respiro, una pausa para zambullirte a una sensualidad aún más profunda. Igual que cuando en tu vida sientes necesidad de abrir el pecho y suspirar aaah. Hay una identificación casi perfecta entre lo que lees y tu sustancia. Pero cuando acaba el libro, la compenetración cesa. Se corta el cordón umbilical. ¿Te queda algo de él con el tiempo? Cariño, más que nada.

Leer así es como salir a mojarse intencionadamente bajo un chaparrón de verano. Te empapas, saltas en los charcos, cantas como Gene Kelly, y luego entras en casa y te cambias.

Y la pasión es una cosa hermosa y envidiable, pero complicada de llevar en las manos. Como Homer Simpson manejando su barrita de uranio. Se te cae, y adiós, buenas. El libro termina, y con él, el romance. Siempre me he dicho que debería leer de una manera más marital, más sosegada, para que los ecos de cada libro se extendieran más allá del tiempo entre páginas; para que la lectura fuera capaz de generar descendencia.

Y sin embargo, leyendo anoche al fresco, me pasó algo. Deshice el camino del sentido. Mi cerebro dejó de correr inconscientemente por las líneas impresas y de traducirlas automáticamente en imágenes. De repente sólo vi letras. Letras, letras, letras. Montones de dibujitos. Que se buscaban unos a otros y entonces, oh, cada grupito equivalía a un objeto o un concepto reales. Palabras que tampoco podían dejar de encontrarse entre sí, siguiendo unas férreas normas de etiqueta para así construir frases.  Frases que iban revelando poco a poco el mundo como si fueran un baño fotográfico.

Todo eso lo hace habitualmente mi cerebro sin darse la menor importancia. Como si no fuera un verdadero prodigio. Desde anoche, leer compulsivamente ya no me parece una pequeña derrota de mi inteligencia, sino un acto de magia.

9 comentarios:

  1. Estimulantes reflexiones bajo la lluvia (metafórica, claro; ay, ¡no estaría mal un chaparrón de verano!)
    Para mí, el único modo de fijar un poco de esa magia en los ecos post-lectura es... tomar apuntes. Prosaico, pero eficaz. Fijas los recuerdos, la memoria reinterpreta las páginas leídas, y puedes recuperar la experiencia de lectura al cabo de días, semanas, meses... de haber cerrado el libro.

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    1. Sí, me he obligado a ello infinitas veces, peeeero, cuando una lee en estado de trance, en el campo visual no entran libretas; cuando una se enamora no atiende al telediario. ¡Pero voy a educarme para no ser tan lectora bravía!

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  2. Y a veces se buscan, y otras sabes que hay una palabra forzada, que no debería estar ahí, que dos renglones antes hay un espacio que la espera como si quisiera darse de la mano con otras palabras que la miran desde la altura.
    O una letra que se ha caído y se ha colado en un renglón. Allí no debería estar, o quizá si porque ha sido ella quien lo ha elegido y no ha sido un salto al vacío si no una libre elección de bajar.

    Cuando las letras se ponen en ese plan de buscarse unas a otras, de cambiar posiciones y jugar con los sentidos del libro... O hay mucho sueño o la pinza se está despidiendo de nosotros.

    (Me alegra saber que hay mas.)

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    1. Me río imaginando la ese descolgándose de la vertical en tu mente y transformándose en tu bigotito. ¿ Tú también dibujas figuras con los espacios entre palabras?

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    2. En el electrónico nunca.

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  3. Si tan siquiera pudiera yo leer una novelita, aunque fuera sin avidez...
    Cierto lo que dices, el darte cuenta del poder del símbolo: ¿cómo esas líneas, curvas, círculos pasan a esconder imágenes y mundos? Un milagro, sí.
    Me encantan tus escritos estivales.
    Besos!

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    1. Lo de la abstracción, prima, lo de la abstracción. ..Cómo podrá salir eso del peazo manteca denominado celebro.
      Me congratula lo que me dices de los dibujitos estivales, porque es la época en que más disfruto haciéndolos.
      Una novelita, por cariá...¿ Y alguna de Nick Hornby?

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  4. La de cosas que hacemos sin pensar, y sin darnos cuenta de lo complicadas que son...
    ¿Te estaba gustando ese libro?
    Besos!!

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    1. ¿Qué me dices de lavarnos los dientes, beber en bota, no matar al vecino del tercero? Bueno, yo no sé beber en bota.
      Sí que me está gustando, es "Un antropológo en Marte" de Oliver Sacks: muy propio para esos menesteres de darte cuenta de lo improbable hecho fácil.
      Un besazo.

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