Me
he dormido tres noches seguidas esperando los sonidos del mar. No tengo
problemas de sueño ahora mismo. No necesito hacer piruetas para
despegarme de la conciencia. No es un ejercicio de voluntad, sino una
jugarreta de esa vasta red de neuronas que se echan a galopar cuando
me enamoro. Me pasa al menos un par de veces al día.
En la mesilla de noche he dejado otro
libro de cubierta azul, ilustrado esta vez con una ballena. El mar
está en el título y en cada una de sus páginas. Leo y de inmediato
el mar está en mi cabeza. Pega tu oreja a mi cara y me dirás
caracola. Soy así de mimética. Y no hay remedio para eso. Las
capas externas de mi mente son pura arcilla fresca: es fácil que
cualquier cosa deje sus huellas ahí impresas. Más adentro hay
emociones e ideas fósiles. Creo que madurar es ahondar hasta ese
estrato duro y reconciliarte con lo que ahí te encuentras.
Marchando una reseñita |
Pero esa es otra historia. Ahora sólo
apago la luz y trato de seguir escuchando los rumores que evoca mi
libro. Nada que ver con la orilla que conozco. Nada de espacios
anfibios. Esta nueva huella me aleja de la tierra, de la zona donde
cada verano se renueva mi idilio con lo de afuera. Dejo atrás las
olas con su arrastrar de guijarros; el runrún de niños y comadreo y
canciones del verano; los avionetas anti-incendios y las gaviotas. Le
digo hasta pronto a mi casa. El libro habla de ballenas, y yo estoy
buscando el lugar donde las ballenas hablan.
Quiero escucharlas desde mi cama.
Verificar el mito de que cada uno de nosotros lleva el mar dentro.
Cada uno una gota, una porción diminuta del caldo donde surgió la
vida, un cubito hiperconcentrado de la historia del planeta. Me
empapo con esa imagen y la parte de mi mente que sigue varada en el
día se calma. Mientras tú y yo parloteamos y nos agitamos, y los
coches nos parasitan, y los edificios nos roban la luz o se
derrumban, allí en el océano dura una forma de vida elocuente y
secreta. Que se entiende y a lo mejor nos entiende. Que tal vez hable
de nosotros con ternura.
Es una ocurrencia perfectamente cándida
y con un tufo new age que abochorna. Pero quién es capaz de
afirmar rotundamente que los infrasonidos naturales no resuenan en el
agua que somos y de alguna forma nos tocan.
Me gusta mucho tu teoría sobre los infrasonidos y aún más la de la arqueología interna que nos hace madurar, queridita tita S.
ResponderEliminarUn besito.
Cuando leí ese libro también me dormía imaginando mares profundos y oscuros habitados por ballenas inmensas, es así :-)
ResponderEliminarPoesía pura...eso me parecen algunos de tus post.
ResponderEliminarEn este en concreto me he sentido mecida suavemente, como cuando " hacemos el muerto" en el mar.
Un beso
Me gusta mucho la portada.
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