viernes, 22 de mayo de 2015

Vete a un convento



Como mi química hormonal es tan fiable como un vendedor de seguros, tan arbitraria como una administración gobernada desde hace treinticinco años por un mismo partido, de vez en cuando me asusto y me creo que mi linaje no va a extinguirse conmigo. Que esos genes que me tienen de rehén y a los que proporciono alimento y cobijo me exigen que les pague por fin, con una tierna criatura, el uso y disfrute de mi cuerpo. Lo dice la ciencia: somos víctimas ofrecidas en sacrificio a un ADN caníbal. Los científicos y su indisimulada vocación por el melodrama.

Y aunque ese panorama me sigue erizando el vello, porque desde mi entrada en razón reproductiva soy refractaria a la maternidad, también de vez en cuando dejo que mi curiosidad se pasee en torno a un bebé imaginario. No dibujo su cara. No visualizo dulces tardes de domingo enseñando a mi retoño a hornear crumble de manzana. No hago cálculos del gasto en sufrimiento psíquico ni me pregunto si sabré introducir un supositorio por el orificio correcto de su cuerpecito.

Me planteo solamente el tipo de persona en que podría convertirse, y en la influencia que el tipo de persona que yo soy podría tener sobre su naturaleza. Con algo muy parecido a la soberbia hago conjeturas sobre cómo mis acciones y mis omisiones se imprimirían sobre ese trocito de arcilla. Cómo lo haría, qué tipo de educadora sería. A quién me gustaría que se pareciese mi bebé - boceto. ¿Acaso querría que fuese una versión corregida de mí misma, o alguien completamente nuevo?

¿Qué ingredientes debería poner en el vaso para mezclar un buen cóctel humano, con la dosis justa de vigor, chispa, dulzura y ligereza?

¿Cómo fomentaría en mi criatura la toma de decisiones propias y la independencia sin que se convirtiera en un déspota?

¿De qué manera debería socorrerlo cada vez que le doliera un diente o se cayese para que no terminara asimilando el dolor propio y el llanto como una herramienta para atraerse la atención ajena?

¿Cómo podría conseguir que fuera un ser menos cohibido que yo? ¿Cómo haría para que no tuviera miedo a la gente sin que se me quedara corto de empatía y compasión?

¿Qué textura tendría que adquirir mi amor para que no lo llevara como un lastre a lo largo de su vida?

¿Cómo imbuirlo de interés por las cosas escondidas y pequeñas? ¿Sabría yo respetar que no compartiera mis querencias?
 
¿Consentiría en que su libertad lo arrojase lejos de la órbita que a mí me parece fundamental? ¿En qué punto se toparía mi tarea formativa con mi vanidad?

¿Llegaría tarde o temprano a la conclusión de que el plan de construir así a una persona puede resultar no del todo justo ni ético? ¿Aflojaría mi atención al comprobar que, en este mundo tan laxo y abierto, mi influencia se diluiría como una sola gota de limón en la sopa? ¿Procuraría ser una ingeniera minuciosa durante los primeros diez años y luego, que fuera lo que la deriva emocional quisiera?

¿Podría entonces seguir ocupándome de mí misma, y educarme de la misma manera?

 

9 comentarios:

  1. Podrías...

    Diálogo, ningún tabú, confianza, transmitir seguridad, que se sepan responsables, que lo posible no tiene límites...

    A mi, al menos, me funciona. :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Aunque una no tenga una seguridad boyante? ¿Cómo se enseña lo que uno no es? ¿O es que a medida que enseñas te enseñas a ti misma también?
      Me sigue pareciendo una proeza.

      Eliminar
    2. La seguridad llega con el proceso, surge cuando es necesaria, por la supervivencia de la especie y fuerzas raras que emergen. Podrías...

      Aprenderíais juntos, creando vínculos.

      Los miedos grandes se van. Los pequeños que asustan, las enfermedades, siempre estàán ahí...

      La maternidad es una proeza. Sí.

      Eliminar
  2. Pones palabras a mis propias cuestiones, Sila.
    Yo también me cuestiono sobre mi bebé boceto y además pienso si, en tanto a lo que traen de su gestación, los hijos no serán algo así como una purga de lo que a sus padres les queda por desarrollar... Ya lo ves... ¿Cuándo nos vamos a ese convento?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es un poco injusto, ¿verdad? Que los niños tengan que pagar las deudas de tu personalidad, no querer darles las mismas oportunidades de ser endebles como tú. Aunque supongo que, hagas lo que hagas, lo serán.
      Nuestro convento tienes aguas turquesas. Cuando quieras, siempre que no haya italianos de por medio. Que everybody knows que los carga el diablo.

      Eliminar
  3. Es curioso... nunca me había planteado estas cuestiones. Suelo pensar en cosas que no dependen de mí.

    ¿Qué pasa si estalla una revolución y le meten en un campo de exterminio?

    ¿Qué pasa si las máquinas utilizan su cuerpo para convertirlo en energía?

    La idea de que yo tuviera que prepararlo para cosas así me da pánico.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Qué pasa si tienes que explicarle la leucemia infantil? Horror

      Eliminar
  4. lectoraadicta24 mayo, 2015 07:53

    Las que sí deseamos ser madres y lo conseguimos ( digo "conseguir"porque a veces cuesta) no nos hacemos preguntas. Respondemos a una necesidad.
    Da que pensar este post.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Eso también da que pensar, eh. Respondéis a vuestra necesidad, no a la del que viene. Bueno, y a la de la tansmisión del genoma. Qué vertigo donde se solapan lo personal y lo general.

      Eliminar