Que sí, que el santoral me chupa un pie,
y los calendarios y las efemérides. Soy una tipa lista y eso es lo
que de mí se espera. Que las tradiciones resbalen por mi piel
anfibia.
Pero caigo en que hoy es San Isidro, y
casi estornudo de ternura. Uno se reenamora de su vida cada vez que
repasa fotos viejas. Ojalá tuviera aquí una en la que se me viese
de pequeña, disfrazada con el traje de aldeana propio de la fiesta.
Las sandalias de esparto, el corpiño, la falda de colores. Todo ese
absurdo tipismo. Aunque no me hace falta ver esa foto. Quiero a esa
niña que sólo se vestía así porque lo pedían en la escuela.
La procesión habrá desfilado otra vez
cerca de la casa de mi madre. Ya nunca la llamo mi casa, y
quizás por eso me conmueven las fiestas y los sonidos y el ajetreo
que se despliegan en torno a ella. Las carretas habrán vuelto a
aplastar los helechos esparcidos por las calles. Ese olor es para mí
desde hace mucho tiempo un olor más imaginario que recordado. ¿Hay
mucha diferencia? Escondo trozos de memoria que me parecen
inventados. Y cuántas veces no me habré empeñado en fantasear
intensamente para que mis cuentos se incorporaran mágicamente al
pasado.
No era un olor especialmente agradable,
el de los helechos convertidos en una obscena pulpa verde, pero
amenazaba con engancharte. La savia se te quedaba pegada a las suelas
y al cerebro. Un jugo íntimo que, ahora lo entiendo, olía parecido
a esos otros líquidos de ahí abajo. Siempre me pregunté por qué
usaban helechos para alfombrar el paso del santo. ¿Era una nueva
revancha sobre el bosque? Campesinos abriéndose camino otra vez por
lo silvestre, pisoteándolo.
Nunca me subí a ninguna de esas
carretas. Nací sin respeto por los ritos colectivos. Nunca fui
parte. Y sin embargo, últimamente siento que pertenezco a las
cuadrillas de los que quemaron su cara y su vida en el campo. Soy de
los espacios vegetales, de los salvajes y de los arados. Y no por
genética, sino porque así lo he escogido, aunque muchas veces ni me diera cuenta. Me he hecho de campo a pesar de haber crecido y seguir
haciendo mi comida y mi cama en pisos sucesivos.
Hoy me alegra haber sido capaz de
convertirme en algo que no era de partida. Me he roturado, escardado,
sembrado, dejado en barbecho, podado. Y seguiré dispuesta a
convertirme en lo que no soy ahora mismo. Dejando que la savia haga
su trabajo.
Sigo con tu símil : Nos das frutos hermosos.
ResponderEliminarUn beso