lunes, 25 de mayo de 2015

Que se queden abiertas las puertas

 

      - Pregunta: ¿de cuál de nuestros cinco sentidos nos sería más fácil prescindir?


Lo dice uno de los amigos que se reúnen de manera intermitente a lo largo de Pulso, el libro de relatos del adorable Julian Barnes. Y como mi prototipo ideal de vida es reír y charlar sin ton ni son en torno a una mesa, justo como hace esta gente magníficamente viva que no existe, yo no puedo evitar contestar. 
 

¿Dejar de ver? Y no encontrar nunca más los juegos y trampas de la luz y el espacio: la amenaza de un mediodía en el sur, cuando las cosas se aplastan tanto que es más fácil intuir la idea de una Tierra plana. Ese momento de la tarde en que los rostros se caldean y se llenan y eres capaz de jurarle amor a cualquiera. El sol arrancando destellos risueños en el mar. El prodigio de la hoja al trasluz. Todas las perspectivas y la exuberancia del mundo, toda la belleza. Naciendo y decayendo cada día y naciendo al día siguiente otra vez.

He visto muchas cosas, como en esa canción esquizoide de Björk, pero no, no podría prescindir de mirar.

¿Dejar de escuchar? Sólo necesito decir dos palabras: música, risa. El silencio borra lo superfluo y realza lo vital, pero ¿cómo sería vivir sin escuchar una réplica tuya e inmediatamente carcajear? Sin melodías nuevas, sin dialogar. Una sonrisa puede ser muda, pero sin un buen escándalo, el terremoto de risa que sacude gargantas y barrigas es una triste caricatura. Puedo privarme de la voz de los ríos y de los pájaros y del mar, pero me partiría el corazón dejar de escuchar si me llamas.

¿Dejar de oler? Oh, vamos. Tengo una regla secreta para calibrar la importancia que una persona tiene o ha tenido en mi vida: si puedo recordarle un aroma propio, nunca se apartará de la primera línea de mi corazón, aunque el tiempo o la voluntad vengan a desahuciarla. El olor es el espíritu inconfundible de las cosas. Es el hogar. Antes de cualquier contacto, un primer apunte de complicidad. Una comunicación de animales y, por eso mismo, libre de malentendidos e inocente.

Privarme de olores y atenerme a mi memoria olfativa sería como reconocer que el tiempo tiene una dirección única y que nada puede nunca regresar. No encontraría nunca más tu perfume por la calle y me pondría del revés confiando en que quizás...

¿Dejar de gustar? O como sea que se verbalice el arrebato de la lengua. Sin melocotones ni nueces, sin chocolate. Sin el potaje que sabe a madre. Sin el premio de pan, queso y tomate después de una buena paliza en el campo. Sin alquimia. Renuncia a los placeres más simples, y verás lo elaborado cayendo como una teoría.

¿Dejar de sentir la piel? No. Prescindir del tacto y el contacto. No. De la permeabilidad. No. Del sol en la barriga y el mar en los tobillos y las sábanas limpias. No. Del calor y el peso de los demás. No. De la sensación de ocupar un espacio en el mundo. No. De la esperanza en que uno no es completamente una isla. ¿Estamos locos? Nononono.

Y si a pesar de mis reticencias tuviera que ser práctica; si fueran a operarme el cerebro y me dieran a elegir ¿sorda, ciega o muerta?, supongo que optaría por el silencio y tararearía las canciones de mi memoria. Conseguiría apañarme leyendo palabras y caras

Pero por ahora, ohdios, doy gracias por seguir intacta.

7 comentarios:

  1. lectoraadicta27 mayo, 2015 19:16

    He llegado a la misma conclusión que tú.
    Un beso.

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    1. Tramposona: manifiéstate sobre el sentido al que estarías dispuesta a renunciar. ¿O es que al oído también?

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  2. Yo también. El oído. Y recordaría algunas canciones de memoria y las bailaría un poco...

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    1. Imagínate entonces si hiciéramos una fiesta: apuntaríamos las dos una lista de canciones en un papelito y bailaríamos en completo silencio, al compás. Inquietante, pero bonito.

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  3. Yo me desprendería del olfato antes que de ningún otro; sabiendo que renuncio al olor de gambas a la plancha, de tierra mojada, de piel tras la ducha, de primavera... esa evocación de los olores en mi caso aunque te transporten a años atrás, su recuerdo apenas dura segundos.
    Y aunque algunas veces necesitemos ese silencio, me niego a privarme de la música y de las innumerables emociones que me provoca cada sonido, cada acorde, cada letra...

    Soy nueva por aquí. Un saludo.
    Nai.

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    1. ¡Bienvenida!

      La música debería ser irrenunciable, sí, pero es que el olor...su recuerdo es efímero, pero remite a sensaciones muy, muy hondas y que al menos a mí me dan en dianas muy profundas. Por ejemplo, huelo un pino que ha estado al sol un tiempo y no sé a qué tiempo me devuelve, pero me conmuevo y me siento segura. O las madreselvas. Sería tristísimo renunciar no a esos olores sino a la sensación de pertenencia que evocan.

      Otro saludo para ti.

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  4. lectoraadicta29 mayo, 2015 23:15

    Sí, me refería al oído.
    Besicos.

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