Los días pasan fast & furious
de manera casi virtuosa, protagonistas diestros de una road movie.
A veces es un rodar sin contratiempos ni necesidad de estirar las
piernas. A veces, querer parar en cada cuneta. Entre un impulso y
otro, no encuentro móvil ni gasolina para seguir escribiendo. La
vida me habla en un nuevo idioma que entiendo de alguna forma, sin
tener que traducirlo ni pasarlo a limpio en esta ni ninguna otra
libreta. Nos vamos apañando bien con el lenguaje de los gestos.
Me he secado, está claro. No sé qué
escribir que no suene a estribillo rancio. Y resulta, oh prodigio,
que eso ya no me importa tanto. En serio. Ya. No. Me. Importa.
El significado de las palabras está mutando. No, su significado no,
sino la carga invisible de sentido que llevan a las espaldas. He
lijado la palabra secarse para dejarla limpia de lo
peyorativo.
Miro a mi alrededor y siento una mano en
el hombro, algo que me revuelve el pelo y me insufla su aliento. El
trigo donde los aguiluchos se baten el cobre de la supervivencia como
si fuera un juego circense es a cada hora menos verde. También todas
esas malas hierbas de las lindes que me enloquecen, con su catálogo
disparatadamente rico de formas: se están secando todas, arpones y
farolillos, lianas y estrellas, convirtiéndose en cadenetas de papel
para fiestas. Las primeras hojas trémulas de los árboles han ganado
cuerpo y confianza. Vivo en una parte del mundo donde la aridez
moldea y fortalece.
Pienso en las uvas y tomates que mi padre
sube a secar a la terraza. Me vuelve a la boca su sabor tan intenso
como un acto de amor poco casto. El sol les roba humedad y se los
roba también a la pudrición. Pienso en la sal que se me engancha al vello de
los brazos cuando me dejo secar en la playa. Me doy cuenta de que
tras cada manifestación de la sequía, tras cada pausa abrasada,
surge algo. Un sabor más intenso, una semilla, una nueva opción.
De aquí surgen cigarrillos. Películas viejas. Cáncer de pulmón. |
Así que voy aprendiendo a aceptar mi
propio ciclo de estaciones. Ya no me preocupa que las palabras dejen de brotar.
Cuentas que las palabras andan esquivas y te sale como una parábola sobre ciclos, sequías, lenguajes nuevos...¡Sorprendente!
ResponderEliminarAnónimo entre comillas se me ha adelantado.
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo. Somos primavera, verano, otoño e invierno pero esta vida que vivimos nos pide estar en perpetua primavera. Descanso, reposo, cuarentena, ayuno... están muy mal vistos pero tal cual dices, representan el vacío necesario para que lo nuevo surja.
ResponderEliminarAbrazos mil y a disfrutar de la época seca (que al igual que Comillas y Lectoraadicta, no es tan tal).
Porque, mis queridas amiguitas, de lo que ando seca es de temas, no de palabras. Podría escribir hasta el infinito sobre nada.
ResponderEliminarY cada vez nos restringimos mas los temas. La autocensura es lo peor.
ResponderEliminar