sábado, 9 de mayo de 2015

Al secadero

 
Los días pasan fast & furious de manera casi virtuosa, protagonistas diestros de una road movie. A veces es un rodar sin contratiempos ni necesidad de estirar las piernas. A veces, querer parar en cada cuneta. Entre un impulso y otro, no encuentro móvil ni gasolina para seguir escribiendo. La vida me habla en un nuevo idioma que entiendo de alguna forma, sin tener que traducirlo ni pasarlo a limpio en esta ni ninguna otra libreta. Nos vamos apañando bien con el lenguaje de los gestos.

Me he secado, está claro. No sé qué escribir que no suene a estribillo rancio. Y resulta, oh prodigio, que eso ya no me importa tanto. En serio. Ya. No. Me. Importa. El significado de las palabras está mutando. No, su significado no, sino la carga invisible de sentido que llevan a las espaldas. He lijado la palabra secarse para dejarla limpia de lo peyorativo.

Miro a mi alrededor y siento una mano en el hombro, algo que me revuelve el pelo y me insufla su aliento. El trigo donde los aguiluchos se baten el cobre de la supervivencia como si fuera un juego circense es a cada hora menos verde. También todas esas malas hierbas de las lindes que me enloquecen, con su catálogo disparatadamente rico de formas: se están secando todas, arpones y farolillos, lianas y estrellas, convirtiéndose en cadenetas de papel para fiestas. Las primeras hojas trémulas de los árboles han ganado cuerpo y confianza. Vivo en una parte del mundo donde la aridez moldea y fortalece.

Pienso en las uvas y tomates que mi padre sube a secar a la terraza. Me vuelve a la boca su sabor tan intenso como un acto de amor poco casto. El sol les roba humedad y se los roba también a la pudrición. Pienso en la sal que se me engancha al vello de los brazos cuando me dejo secar en la playa. Me doy cuenta de que tras cada manifestación de la sequía, tras cada pausa abrasada, surge algo. Un sabor más intenso, una semilla, una nueva opción. 


De aquí surgen cigarrillos. Películas viejas. Cáncer de pulmón.
 

Así que voy aprendiendo a aceptar mi propio ciclo de estaciones. Ya no me preocupa que las palabras dejen de brotar.

5 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas10 mayo, 2015 10:32

    Cuentas que las palabras andan esquivas y te sale como una parábola sobre ciclos, sequías, lenguajes nuevos...¡Sorprendente!

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  2. lectoraadicta10 mayo, 2015 14:55

    Anónimo entre comillas se me ha adelantado.

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  3. Estoy totalmente de acuerdo. Somos primavera, verano, otoño e invierno pero esta vida que vivimos nos pide estar en perpetua primavera. Descanso, reposo, cuarentena, ayuno... están muy mal vistos pero tal cual dices, representan el vacío necesario para que lo nuevo surja.
    Abrazos mil y a disfrutar de la época seca (que al igual que Comillas y Lectoraadicta, no es tan tal).

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  4. Porque, mis queridas amiguitas, de lo que ando seca es de temas, no de palabras. Podría escribir hasta el infinito sobre nada.

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  5. Y cada vez nos restringimos mas los temas. La autocensura es lo peor.

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