Un 7 de abril de hace cien años nació
Billie Holiday.
Conste que mí las efemérides me traen
sin cuidado, sobre todo cuando sirven de relleno para el telediario.
Pero si haces la cuenta de la cantidad de vueltas que desde ese día
ha dado el planeta, de la gente que se matado y se ha apareado, de
los cambios que han sucedido en el pellejo de la especie, entonces la
cifra marea. Guerras Mundiales, bombas atómicas, los millones de
cadáveres amontonados o reducidos a cenizas del Holocausto. El cine,
la tele, el mundo a tiro de piedra e interconectado. Ciudades
caníbales. Coches rápidos, trenes rápidos, aviones ultrarrápidos.
Freud y Kafka; internet y los Beatles. La física cuántica, la
revolución sexual discutible. El pisoteo de la Luna. Todo ha
cambiado mientras la inverosímil voz de Lady Day seguía intacta y viva.
También yo he cambiado desde el tiempo
en que rayaba discos en la radio del coche y en casa. Internet ha
conseguido que me aparte de la música - objeto. El fin de la
soledad trajo un gorjeo y un diálogo que empezaron a rellenar los
huecos que en mi oído iban dejando las canciones, hasta hacerse poco
a poco con el control absoluto del silencio. Se acabó así mi
dependencia íntima de la música. Antes la necesitaba para no
escuchar el retumbar de mis pasos por una casa sin apenas historia,
la murmuración de la nevera, todo lo que pasaba en la calle y que no
me incumbía. Para viajar a paises emocionales de los que hasta
entonces no tenía noticia. Antes la música era una dieta de
supervivencia; ahora es placer y alta cocina.
Todos los rincones de aquella primera
casa de mi vida adulta tenían humedades por culpa de Billie. Ponía
sus discos cuando llegaba del monte, mientras cocinaba, cuando se
hacía de noche y ya no quedaban faenas. Si había cruzado tres
palabras con el hombre al que deseaba y también si no me lo había
encontrado. Me tumbaba en mi cama de ochenta centímetros, me
enganchaba a los auriculares como a un gotero y me moría un poquito.
Estaba enamorada y me drogaba con sentimientos sustitutos. Atenta a
su voz me olvidaba de que la pantalla del móvil seguía limpia y de
que él no pulsaba mi portero automático. Me acostaba
temprano y sola. A veces me dormía antes de que acabara el disco: a
lo mejor a la vuelta del sueño me esperaba una noche distinta.
Dicen por ahí que Billie Holiday no
hubiera cantado nunca como lo hizo si no hubiera sido drogadicta.
Probablemente yo no me hubiera enamorado cien veces de una manera
falaz y tajante sin aquellos chutes de música.
He oído yo poquito a esta mujer. O quizá es del tipo de cantantes que están siempre y sus canciones andan rondando por tus neuronas sin que te des cuenta, pero así, ponerme a escucharla como tú lo hacías, nunca. Gracias por la canción y por traer de esta forma tan bonita y transformado en arte, aquellos momentos algo más difíciles. Aunque cambiaría difíciles por necesarios, inexpertos.. .algo así.
ResponderEliminarBesazos!
¿Difíciles? No. Solitarios. Hambrientos, Románticos. Inolvidables.
EliminarBesos, queriditiiita.
No hay canción más escalofriante que su "strange fruit".
ResponderEliminar¿Te puedes creer que no me había dado cuenta de lo que iba hasta hace...ayer? Lerda soy.
Eliminar¡Nada, que tendré que aprender inglés!
ResponderEliminarNo te hace falta para esto, porque el sentimiento lo dice todo.
EliminarPero, sí, ¡te hace falta!