martes, 7 de abril de 2015

You go to my head




Un 7 de abril de hace cien años nació Billie Holiday.

Conste que mí las efemérides me traen sin cuidado, sobre todo cuando sirven de relleno para el telediario. Pero si haces la cuenta de la cantidad de vueltas que desde ese día ha dado el planeta, de la gente que se matado y se ha apareado, de los cambios que han sucedido en el pellejo de la especie, entonces la cifra marea. Guerras Mundiales, bombas atómicas, los millones de cadáveres amontonados o reducidos a cenizas del Holocausto. El cine, la tele, el mundo a tiro de piedra e interconectado. Ciudades caníbales. Coches rápidos, trenes rápidos, aviones ultrarrápidos. Freud y Kafka; internet y los Beatles. La física cuántica, la revolución sexual discutible. El pisoteo de la Luna. Todo ha cambiado mientras la inverosímil voz de Lady Day seguía intacta y viva.

También yo he cambiado desde el tiempo en que rayaba discos en la radio del coche y en casa. Internet ha conseguido que me aparte de la música - objeto. El fin de la soledad trajo un gorjeo y un diálogo que empezaron a rellenar los huecos que en mi oído iban dejando las canciones, hasta hacerse poco a poco con el control absoluto del silencio. Se acabó así mi dependencia íntima de la música. Antes la necesitaba para no escuchar el retumbar de mis pasos por una casa sin apenas historia, la murmuración de la nevera, todo lo que pasaba en la calle y que no me incumbía. Para viajar a paises emocionales de los que hasta entonces no tenía noticia. Antes la música era una dieta de supervivencia; ahora es placer y alta cocina.

Todos los rincones de aquella primera casa de mi vida adulta tenían humedades por culpa de Billie. Ponía sus discos cuando llegaba del monte, mientras cocinaba, cuando se hacía de noche y ya no quedaban faenas. Si había cruzado tres palabras con el hombre al que deseaba y también si no me lo había encontrado. Me tumbaba en mi cama de ochenta centímetros, me enganchaba a los auriculares como a un gotero y me moría un poquito. Estaba enamorada y me drogaba con sentimientos sustitutos. Atenta a su voz me olvidaba de que la pantalla del móvil seguía limpia y de que él no pulsaba mi portero automático. Me acostaba temprano y sola. A veces me dormía antes de que acabara el disco: a lo mejor a la vuelta del sueño me esperaba una noche distinta.

Dicen por ahí que Billie Holiday no hubiera cantado nunca como lo hizo si no hubiera sido drogadicta. Probablemente yo no me hubiera enamorado cien veces de una manera falaz y tajante sin aquellos chutes de música.

6 comentarios:

  1. He oído yo poquito a esta mujer. O quizá es del tipo de cantantes que están siempre y sus canciones andan rondando por tus neuronas sin que te des cuenta, pero así, ponerme a escucharla como tú lo hacías, nunca. Gracias por la canción y por traer de esta forma tan bonita y transformado en arte, aquellos momentos algo más difíciles. Aunque cambiaría difíciles por necesarios, inexpertos.. .algo así.
    Besazos!

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    1. ¿Difíciles? No. Solitarios. Hambrientos, Románticos. Inolvidables.
      Besos, queriditiiita.

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  2. Anónimo entre comillas08 abril, 2015 23:29

    No hay canción más escalofriante que su "strange fruit".

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    1. ¿Te puedes creer que no me había dado cuenta de lo que iba hasta hace...ayer? Lerda soy.

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  3. ¡Nada, que tendré que aprender inglés!

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    1. No te hace falta para esto, porque el sentimiento lo dice todo.
      Pero, sí, ¡te hace falta!

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