Admiramos a los pájaros con razón, y
también con resentimiento, por esa interpretación que hacen de
asuntos que a nosotros nos resultan muy serios. La ley de la
gravedad, inapelable, la libertad y todos sus límites. Estamos
condenados al suelo, aunque el progreso haya convertido nuestros pies
en borreguitos blandos, y haya puesto metros de metal y cemento entre
nuestro culo y el humus. Sin ayuda de las modernas ortopedias
locomotoras, sin ayuda siquiera de animales, llegaremos nada más que
hasta donde nos aguanten las piernas. Que no es poco, cuidado. Pero
nadie se engaña: por mucho que avancemos, encontraremos el mar tarde
o temprano; un río no vadeable, una pared de piedra, un barranco. Y
no nos quedará otra que darnos la vuelta y seguir rastreando entre
las venas invisibles de la tierra.
Y para más inri, sólo si estás casi
muerto por dentro o enfermo, podrás escapar de tu fantasía. Culpa de
la coletilla sapiens sapiens. Hay definiciones que son como
una sanción. Siempre imaginarás que detrás del mar, el río
sin vados, la pared o el barranco hay algo prometedor. Y siempre te
quedarás con la sensación de que ese algo es mucho más bueno que
lo que tienes alrededor. No llegarás hasta ello sin mucho, mucho
esfuerzo. Un paseíto de dominguero para los pájaros.
¿Y qué me dices de su famosa vista,
su perspectiva? Poder abarcar una parcela de realidad algo menos
estrecha. Divisar todo el cuadro de un vistazo.
Miras a los pájaros y te dan envidia y
te cautivan. Los buitres esperando pacientemente la corriente térmica
adecuada como tú el autobús. Columpiándose en las hamacas del
aire, todos majestad y paciencia, con esa suficiencia que da
dedicarse a un trabajo que nadie más hace. Miras a los cernícalos
suspendiéndose en el cielo como ángeles, y casi te crees que están
a punto de anunciarte algo. Miras a los abejarucos zambullirse, y sus
gritos infantiles te llevan a pensar que la alegría de vivir no es
un don sólo humano. Si en la siguiente reencarnación no se te
concede la gracia de convertirte en árbol, que te den un par de alas
a cambio.
Ah, pero que no sea en Tarifa. Que no
tengas que vértelas con un Levante desenfrenado. Pocos se imaginan
lo fieras que se pueden poner las cosas para un pájaro que no se ha
buscado refugio antes de que lo invisible se desate. De que una mano
muy bruta haga un gurruño con él y lo arroje a vete tú a saber qué
papelera. En momentos así amarás toda esa solidez tosca que te ata
a la tierra y te mantiene varado. Por mucho que un viento violento te
zarandee, seguirás formando parte de tu paisaje.
Si yo llevara siempre mi camarita lamentable, no pediría prestado. |
Sí, mejor raíces. Creo que es menos duro sujetarse.
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