martes, 14 de abril de 2015

Mejor raíces que alas

 
Admiramos a los pájaros con razón, y también con resentimiento, por esa interpretación que hacen de asuntos que a nosotros nos resultan muy serios. La ley de la gravedad, inapelable, la libertad y todos sus límites. Estamos condenados al suelo, aunque el progreso haya convertido nuestros pies en borreguitos blandos, y haya puesto metros de metal y cemento entre nuestro culo y el humus. Sin ayuda de las modernas ortopedias locomotoras, sin ayuda siquiera de animales, llegaremos nada más que hasta donde nos aguanten las piernas. Que no es poco, cuidado. Pero nadie se engaña: por mucho que avancemos, encontraremos el mar tarde o temprano; un río no vadeable, una pared de piedra, un barranco. Y no nos quedará otra que darnos la vuelta y seguir rastreando entre las venas invisibles de la tierra.

Y para más inri, sólo si estás casi muerto por dentro o enfermo, podrás escapar de tu fantasía. Culpa de la coletilla sapiens sapiens. Hay definiciones que son como una sanción. Siempre imaginarás que detrás del mar, el río sin vados, la pared o el barranco hay algo prometedor. Y siempre te quedarás con la sensación de que ese algo es mucho más bueno que lo que tienes alrededor. No llegarás hasta ello sin mucho, mucho esfuerzo. Un paseíto de dominguero para los pájaros.

¿Y qué me dices de su famosa vista, su perspectiva? Poder abarcar una parcela de realidad algo menos estrecha. Divisar todo el cuadro de un vistazo.

Miras a los pájaros y te dan envidia y te cautivan. Los buitres esperando pacientemente la corriente térmica adecuada como tú el autobús. Columpiándose en las hamacas del aire, todos majestad y paciencia, con esa suficiencia que da dedicarse a un trabajo que nadie más hace. Miras a los cernícalos suspendiéndose en el cielo como ángeles, y casi te crees que están a punto de anunciarte algo. Miras a los abejarucos zambullirse, y sus gritos infantiles te llevan a pensar que la alegría de vivir no es un don sólo humano. Si en la siguiente reencarnación no se te concede la gracia de convertirte en árbol, que te den un par de alas a cambio.

Ah, pero que no sea en Tarifa. Que no tengas que vértelas con un Levante desenfrenado. Pocos se imaginan lo fieras que se pueden poner las cosas para un pájaro que no se ha buscado refugio antes de que lo invisible se desate. De que una mano muy bruta haga un gurruño con él y lo arroje a vete tú a saber qué papelera. En momentos así amarás toda esa solidez tosca que te ata a la tierra y te mantiene varado. Por mucho que un viento violento te zarandee, seguirás formando parte de tu paisaje.


Si yo llevara siempre mi camarita lamentable, no pediría prestado.



1 comentario:

  1. Sí, mejor raíces. Creo que es menos duro sujetarse.

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