Con un par |
Gracias a este libro, vuelvo a acordarme hoy de todas aquellas
cartas.
Las de muchos folios reventando las
costuras del sobre, como un puño cerrado en torno a un regalito
sorpresa.
Las que escribía con un bolígrafo
específico para su destinatario. Un azul distinto al de los pulcros
apuntes del instituto, con un olor característico, una mezcla de
leche caliente y flores que terminó resumiendo en mi memoria a la
persona que, sin percibir tales sutilezas, me leía. Un pacto de
tinta en lugar de sangre.
Las que de forma civilizada y
justificable permitían la supervivencia del amigo invisible.
Las completamente redundantes,
intercambiadas con chicas a las que veía a todas horas y con las que
compartía todo tipo de ensueños y todavía una ausencia flagrante
de dudas.
Las pistas de una adolescencia tan cursi
que podría habernos picado las muelas.
Las que seguramente dejaban un olor a
hambre a lo largo de todo su itinerario postal.
Las que expresaban mejor que ningún otro
gesto el anhelo de correspondencia.
Las que dejabas caer en el buzón
amarillo, hoy tan vintage como un 600, con una temeridad
aprensiva, con la sensación de estar quizás liándola de un modo
imperioso y fatal.
Las absolutamente lunáticas y
milagrosas. Las que escribí como quien lanza una caña a un charco
de lluvia, por si acaso, y al final pican. Pero esa es otra historia
larga y tonta que aún me emociona pasados doce años.
Las que hablaban de muchas cosas pero
sólo decían una.
Soledad
Los relatos de Robinson Crusoe.
Las que envías sin darte cuenta de que
sólo se dirigen a ti.
Las que recuerdan a esas mantas llenas de
trastos viejos tendidas en el Rastro o la Feira da Ladra. El museo de
tu vida abierto a una mirada que quizás lo entienda y lo sienta. Tu
colección de pequeños tesoros guardados en un bote de Colacao.
Las que sin salir de mi ordenador
supieron cruzar el Atlántico e intentar algo parecido a la
telepatía.
Las que construyeron puentes ocultos e
indestructibles.
Las que todavía palpitan de candor, de
confianza y de hermandad.
Las que escribo con un desparpajo que
añoro cada vez que me doy testudazos contra el teclado. Las que
definen lo que soy mejor que toda esta verborrea gritada al pie de un
acantilado: un animal con instinto de amistad.
¿Y qué son, si no, estos post...?
ResponderEliminarBueno...A veces quiero creerlo, pero sin un corresponsal concreto se pierde la tensión de ese puente de cuerdas, y uno sólo se zarandea.
EliminarHace unos días me acordaba también yo (casuality) de todas las cartas que he escrito y que sigo haciendo ahora en forma de mails. Estoy convencida que supusieron el entrenamiento para ahora escribir estos chascarrillos con los que me entretengo (así como informes para el trabajo y otros escritos más formales).
ResponderEliminarY también admito que algunos de mis mails, aun todavía, tienen la intención secreta de algunas de aquellas cartas: capturar mails de vuelta. Hay partes de mi ancladas en tendencias pasadas.
En cualquier caso, me encanta escribir cartas tengan la forma que tengan.
Besos!
Imagíname ahora con brazos en jarra y un piececito punteando el suelo. ¿Te gusta escribir cartas, moza? ¡¡A mí también, y más todavía recibirlas!! ¿A qué estás esperando?
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