sábado, 18 de abril de 2015

Cómo decirle adiós a un libro

 
No he tenido todavía valor para hacerle sitio en la estantería a mi último libro-novio. Sigue ahí, en la mesita de noche, un prisma azul que cada vez que entro en la habitación procura hacerse el tonto, como si no hubiéramos compartido nada íntimo. Y, sin embargo, noto su latido cada vez que me tumbo en la cama y mi cabeza queda exactamente a su altura. Llamadme chalada. Una especie de atracción virtual, como si fuéramos dispositivos sincronizados. Como un faro y un barco. 


Guapo por dentro y por fuera
 

Resisto la tentación de releerlo inmediatamente. ¿Por qué? No sé. Quizás la última página de un libro me suene a portazo. Hemos tenido algo intenso que anulaba la realidad circundante. De repente se ha acabado. Y por desgracia yo no soy de ese tipo de gente que prolonga en la imaginación la biografía de los personajes. Una historia que se ha parecido tanto a una vida sólo puede revisitarse mediante el recuerdo. No hay permiso para empezarla de nuevo. Al menos no todavía, cuando ese libro es algo más que unos 350 gramos de cartón y papel impreso. Cuando cada uno de sus personajes sigue siendo persona, más vívida en mi mente que cualquiera de aquellas con las que comparto ascensor o calle.

Mi libro-novio. Ni siquiera sé cómo glosarlo. El amor te abrasa las palabras. Llena los huecos y despoja de utilidad al lenguaje. Cuando estás al sol y contemplas el ajetreo tan Wall Street de las abejas en torno al romero, o cómo una brisa ilumina de pronto un hilo de telaraña, y deja así a la vista esa red de telecomunicaciones de un mundo pequeñito pero potente superpuesto al nuestro... entonces sientes que la realidad es por sí misma lo bastante elocuente, y que no te necesita de portavoz. Lo mejor que puedes hacer es silbar, si es que sabes, no como yo.

Y sin embargo...a veces una sucesión de torpes palabras humanas se convierten en la luz del sol, en el viento, y sabe iluminar lo invisible. Este libro lo consigue. La historia es simple: el 99 % de la humanidad ha sido diezmada por una pandemia. Y en el mundo oscuro y terriblemente bien dibujado que sigue, todavía sigue habiendo espacio para la pérdida. Bajo esta atmósfera distópica, que curiosamente convive con el cántico a lo natural propio de la tradición literaria norteamericana, una frase banal como Había pocas cosas tan deliciosas como las manzanas puede llegar a romperte.

De eso va esta especie de criatura: de lo lamentablemente frecuente que es que el hábito de seguir vivo te haga descubrir demasiado tarde que te has pasado la vida esperando a que esta de verdad comience. Aunque sea un resumen muy chusco, cuando lo has perdido casi todo, te acuerdas de lo ricas que estaban las manzanas y de la belleza que aún serías capaz rescatar. Es un aviso para que no se te haga tan tarde. Una forma de luz que alumbra tu vitalidad.


8 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas19 abril, 2015 22:48

    Como hace un ratillo nos estábamos emplazando para una tarde de éstas, no sé si me prestarías a tu libro-novio, porque debe ser más difícil desprenderse de él -aunque sea temporalmente- que de un libro-libro.
    Aquí lo dejo...
    Ah, cada vez escribes mejor ¡qué envidia!

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    1. Aquí lo dejas y allí adonde nos veamos lo tendrás. No soy codiciosa con lo que alguna vez ha sido mío.

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  2. Quizá sea que íntimamente sabemos que en cuanto el libro regresa a su estante comienza el lento proceso del olvido... hasta que llegamos al momento de su relectura, claro.

    Suerte

    J.

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    1. O algo parecido a lo que debe de sentirse cuando uno no se decide a eliminar las carpetas de fotos de una relación finiquitada.

      La misma ración de suerte más un abrazo.

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  3. Tiene una pinta estupenda, me viene al pelo, según el argumento que cuentas y además, esa editorial es bien bonita!
    Besazos!

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    1. ¡¡¡¿Te viene al pelo?!!! ¿Qué es lo que estáis preparando en esos matraces de tu laboratorio?

      Busca el avioncito; verás cómo tus dudas con la ficción se disipan.

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  4. Lo leí en diciembre. Fascinante. Lloré tanto con lo del per...

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    1. Bichooo. Que lo acabo de prestar!

      (Yo también. Me agarré a la almohada como si fuera exactamente el cuerpo del per)

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