miércoles, 11 de marzo de 2015

Si te lo crees así ¿es mentira?


Me parece que fui un poco torpe al cerrar el post anterior. Pienso que, al compartir el enlace a la reseña de aquel documental llamado El impostor, privé al que tuviera a bien leerla – y leerme - de la experiencia de virginidad y sorpresa de la que hablaba en esa ocasión. Resulta que las reseñas son como ir de tapas cuando te espera la comida hecha en casa. Una tapa a la hora de la penuria te recompone la mente y te permite seguir tirando. Más de una te desbarata los planes: o te comes después tu puchero con asco anoréxico, o se te llena la panza de un batiburrillo que, más que alimentarla, la ensucia. Así que mi política al respecto es la siguiente: nada de tapas. Si acaso, una, como mucho. Y nada de reseñas. Si acaso, el buen criterio histórico de alguien que ordene léelo/ve a ver esto, sin más razonamiento ni literatura.

Y teniéndolo tan claro, enlacé una reseña que, desde mi punto de vista del visionado salvaje, dejaba el documental en ropa interior. Si la leísteis, ya sabéis demasiado. Vuestra atención está sesgada. Habéis perdido el candor. Mea culpa.

Aunque reconozcámoslo: ¿quién se lee de cabo a rabo cada enlace con que se topa en un post? Si andabais escasos de tiempo y habéis tenido a bien leer en zigzag como yo, vuestro hipotético buen rato de sofá y peliculita está salvado. Me meto un puñado de almendras en la boca para tapiarla y que no salga más palabra.

Pero dejadme que os diga sólo esto: esta historia no va o no va sólo de mentiras y de usurpación, sino de ese raro talento que tienen algunos para dedicar toda su fe y sus recursos mentales a la elaboración de mentiras tan íntimas y perfectas que terminan convirtiéndose en verdades. A veces esas verdades postizas se desbaratan con el tiempo o pieza a pieza van siendo desmontadas. Otras cuajan como un huevo, y ya no hay manera de que vuelva a recuperarse la realidad previa a su creación.

Escribo esta anti – reseña y me doy cuenta de que la impostura tampoco es un talento tan raro. Quién no arrima ficciones a su propia historia. Quién no está dispuesto a creerse su falsificación. Yo, por ejemplo, intento convencerme cada día de que tengo una vitalidad mayor de la que me calculo. De que escribir me importa radicalmente. De que lo hago bien y de que soy capaz de emprender proyectos capaces de generar ilusión. De que tengo ese algo. Esa chispa eléctrica, esa potencia. De que soy capaz de crear buenas cosas. De que no puedo ser completamente invisible. De que, escriba o no escriba, tengo algún don.

Con una fe de ese estilo, la cara maquillada termina resultando más sincera y convincente que la limpia. No hay quien desmonte ya la impostura. Así es como uno se termina convirtiendo en la suma de sus mejores mentiras.

4 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas14 marzo, 2015 23:01

    Aquí mi mala memoria ayuda a que las reseñas que leo no estropeen una mirada virgen; solo me animan a dar -o no- el primer paso.
    Lo que dices en el penúltimo párrafo no me parecen imposturas, más bien chispazos de ilusión y embellecen la vida, vaya que sí, como el mejor y más natural de los maquillajes.

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    1. La impostura es verdad: la naturaleza lo demuestra a cada paso. Ahí están las orquídeas que imitan a insectos lascivos, y las ranas inofensivas que avisan de su falso peligro con colores amarillos.

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  2. Me iré al enlace antes de leer el post anterior. Algunas veces es una ventaja llegar tarde a los sitios.

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    1. No vayas, nooooo. ¡Que el enlace era a la reseña, no al vídeo!

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