Tenía muy claro lo que quería decir y
sin embargo ahora no encuentro la manera de soltarlo. Tal vez sea
porque mi mensaje agrede precisamente a este truco torpe y raro de
cortar todas las mezclas de emoción con un patrón de veintiocho
letras escasas. He subido a mi habitación desde la cocina, la huella
del curry en los dedos, los pies doloridos y vivos después de haber
recibido ayer lo suyo, y un peso invisible en la espalda de mochila
cargada de libros. Fuera hace sol y huele a recreo. Cada vez tengo
más claro lo que prefiero.
He visto a Nico desde los últimos
peldaños. Trajinaba muy seria con la sudadera que dejé sobre la
cama, mordiéndola y amasándola con las patas. Cualquiera que sepa
algo de gatos entiende ese gesto como un vestigio del amamantamiento.
Una cosa graciosa y tierna, también un poco patética. Ahí tienes
a tu gato altanero y libre, dejándose llevar locamente por la
nostalgia de su infancia. En medio de su trance Nico me escucha y se
queda quieta, todavía con la sudadera en el hocico. Me mira con ojos
redondos, como si la hubiera descubierto en medio de algo muy guarro.
A veces me da la impresión de que los animales conocen el
significad0 de la intimidad y el secreto.
Y mírame ahora a mí: quién es la que
muerde y amasa algo estéril con la esperanza de que vuelva a manar
aquello tan dulce. Esto no es una queja ni una protesta. Es una
demostración de orgullo. Persevero en la escritura aunque no rinda
ni sea siquiera la experiencia que me da sentido.
Ayer volví a trepar, saltar de piedra en
piedra, dejarme arañar por aulagas. En eso sí soy por completo. Busqué una de las plantas más
antiguas del planeta, y algunos de los grafiti más antiguos de estas
tierras. Rayajos, puntos marcados con la yema del dedo, nada parecido
ni por asomo a una firma personal. El pigmento rojo se confundía
prácticamente con las vetas de la arenisca, casi como si esa hubiera
sido la intención del que hizo las pinturas: yo marco algo que antes
no había en la piedra y que es la firma de todas las cosas*.
En directo emociona.
Y andando, andando, sintiéndome un
cuerpo bueno y sano, un animal más que digno; y contemplando todas
esas manifestaciones de lo vivo y lo creado que se pierden en el
tiempo y que no necesitan lenguaje, me di cuenta de que el acto de
expresar lo que soy ha perdido para mí todo drama. Ya no es una cosa
fatal, sino algo libre y prescindible. Una forma de cantar.
* Título hermoso de un libro no repulsivo que, por motivos documentales, he leído hace poco. El plagio me tienta, pero lo resisto.
Cómo puedes tachar de estéril o falto de réditos lo que escribes? Aquí estoy, desde tu primer post, esperando el siguiente. Admirando y envidiando tu maestria para hacerlo.
ResponderEliminarGracias.
Bueno, eeeh, me pongo encarnati. La verdad es que he sido un poco desagradecida, porque escribir, aunque no aporte un valor real para hacer del mundo un lugar menos horrible, a mí me ha cambiado a mejor.
EliminarGracias a ti con mucho más fundamento.
Firmo (entre comillas) el anterior comentario, aunque ya sepas que lo pienso.
ResponderEliminarGracias por contar el paseo que me perdí una vez más, al menos lo tengo documentado.
Y ahora un encargo (y pensarás que soy muy lerda, que ya debería saberlo de sobra, pero es que me gustaría verlo escrito): dices "cada vez tengo más claro lo que prefiero"...
¿Lerda? Con lo que a mí me gusta un post de encargo.
EliminarLa jungla espera conocerte, colega.
No sé cómo te puede parece vacuo algo TAN BONITO. Qué bien y qué bonito escribes. Amiga.
ResponderEliminarMonada de Kaperucito "amiga" es la palabra que más blandita me pone. Y eso es un peligro. Me dan ganas de subirme a la cama y saltar hasta hacerle un boquete al colchón.
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