sábado, 14 de febrero de 2015

Perdone usted, ¿el de la derecha es el freno o el acelerador?

 
El que me conoce un poco sabe, o debiera, que a mí la verborrea de la lucha de géneros me da una pereza tremenda. No soy una incauta. Sé que hay roles, desigualdades sangrantes, y una hostilidad más o menos velada que brota de la diferencia que ya la ropita de bebé nos dicta. Sé que el olor del otro sexo enturbia las relaciones entre los que tienen eso y las que tienen aquello; los que piden, violencia aparte, y las que tienen la postestad de negarlo. Sé también que, como animales, todo esto puede ser explicado por la etología.

Pero creo en la amistad pese a ello. Es mi bandera y mi valor fundamental. Creo que el entendimiento y la risa tienen el poder de engrasar como un lubricante todo lo que la puerta entreabierta del erotismo puede hacer chirriar. Lo creo, amigo con cosa entre las piernas: seremos distintos de un modo aprendido o innato, pero aquí está este par de hombros, y este poder burlarnos de rancias querellas, y esta empatía para aprender a igualarnos.

Y sin embargo... Hay un asunto que despierta mi furor uterino. Hay una situación capaz de llevarme a hacer algo tan chabacano como generalizar. Hay un trance que me obliga a abrir las ventanas y gritar como posesa: es que Los Hombres son tal y cual. Hay una coyuntura concreta que me bastaría para cortarme cual amazona una teta y disparar flechas a troche y macho. Hay una incomprensión radical. A saber:

HOMBRE, ¿QUÉ DIABLOS TE PASA EN EL CEREBRO CUANDO VAS DE COPILOTO Y CONDUCE UNA MUJER?

¿Qué mecanismo catastrofista se te activa para que andes alerta de un modo que ni tu bisabuelo con cataratas agarrado al volante justificaría? ¿Por qué la edad de la mujer que va a tu lado se jibariza en cuanto ella mete la primera? ¿Y qué fiero duendecillo del control mete la quinta en tu cabeza? Pisas con saña pedales invisibles. Escrutas el panorama de carriles como si fueras un líder prehistórico y el resto de coches una manada de gacelas. Trazas mentalmente la trayectoria correcta, la que debe tomarse, la única factible entre otras tantas torpes o comprometidas. Y te dedicas a defenderla con voz de adiestrador de focas. De mmaestro de escuela de la posguerra. Cámbiate de carril, adelanta a-ho-ra al autobús, no te pares en ámbar. 

La mujer que conduce no es soberana. Es una criatura naturalmente estática. No tiene tu fina ubicación en el espacio ni tu cálculo de tiempos y distancias. No es tan ágil como tú a la hora de adoptar decisiones. Es o agresiva u obtusa a la hora de entrar en las rotondas. Y ¡por dios! nunca, pero nunca, consigue distingue de lejos los peatones.

Así que, Hombre, desde este mi coche te advierto: o cierras de una vez la fucking boca, o te vas a tu casa haciendo autoestop.

3 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas14 febrero, 2015 23:36

    Ojalá yo hubiera empleado con energía esa última frase del post cuando fue su momento, pero mi naturaleza antibelicista y eso de coger el camino más fácil me dejaron en el punto en que me encuentro: soy yo la que hace autostop, busstop, stepstop...

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  2. Pero reconozcamos que desde en asiento del copiloto las cosas se ven de manera distinta.

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  3. JAJAJAJA. Memorable lo de cortarse la teta.
    Me parto con esta visceral vena tuya.
    Y, of course, tienes toda la razón!

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