El que me conoce un poco sabe, o debiera,
que a mí la verborrea de la lucha de géneros me da una pereza
tremenda. No soy una incauta. Sé que hay roles, desigualdades
sangrantes, y una hostilidad más o menos velada que brota de la
diferencia que ya la ropita de bebé nos dicta. Sé que el olor
del otro sexo enturbia las relaciones entre los que tienen eso y las
que tienen aquello; los que piden, violencia aparte, y las que tienen
la postestad de negarlo. Sé también que, como animales, todo esto
puede ser explicado por la etología.
Pero creo en la amistad pese a ello. Es
mi bandera y mi valor fundamental. Creo que el entendimiento y la
risa tienen el poder de engrasar como un lubricante todo lo que la
puerta entreabierta del erotismo puede hacer chirriar. Lo creo, amigo
con cosa entre las piernas: seremos distintos de un modo aprendido o
innato, pero aquí está este par de hombros, y este poder burlarnos
de rancias querellas, y esta empatía para aprender a igualarnos.
Y sin embargo... Hay un asunto que
despierta mi furor uterino. Hay una situación capaz de llevarme a
hacer algo tan chabacano como generalizar. Hay un trance que me
obliga a abrir las ventanas y gritar como posesa: es que Los
Hombres son tal y cual. Hay una coyuntura concreta que me
bastaría para cortarme cual amazona una teta y disparar flechas a
troche y macho. Hay una incomprensión radical. A saber:
HOMBRE,
¿QUÉ DIABLOS TE PASA EN EL CEREBRO CUANDO VAS DE COPILOTO Y
CONDUCE UNA MUJER?
¿Qué
mecanismo catastrofista se te activa para que andes alerta de un modo
que ni tu bisabuelo con cataratas agarrado al volante justificaría?
¿Por qué la edad de la mujer que va a tu lado se jibariza en cuanto
ella mete la primera? ¿Y qué fiero duendecillo del control mete la
quinta en tu cabeza? Pisas con saña pedales invisibles. Escrutas el
panorama de carriles como si fueras un líder prehistórico y el
resto de coches una manada de gacelas. Trazas mentalmente la
trayectoria correcta, la que debe tomarse, la única factible
entre otras tantas torpes o comprometidas. Y te dedicas a defenderla
con voz de adiestrador de focas. De mmaestro de escuela de la posguerra. Cámbiate de carril, adelanta a-ho-ra al
autobús, no te pares en ámbar.
La mujer que conduce no es
soberana. Es una criatura naturalmente estática. No tiene tu fina
ubicación en el espacio ni tu cálculo de tiempos y distancias. No
es tan ágil como tú a la hora de adoptar decisiones. Es o agresiva
u obtusa a la hora de entrar en las rotondas. Y ¡por dios! nunca,
pero nunca, consigue distingue de lejos los peatones.
Así
que, Hombre, desde este mi coche te advierto: o cierras de una vez la
fucking boca, o te vas a tu casa haciendo autoestop.
Ojalá yo hubiera empleado con energía esa última frase del post cuando fue su momento, pero mi naturaleza antibelicista y eso de coger el camino más fácil me dejaron en el punto en que me encuentro: soy yo la que hace autostop, busstop, stepstop...
ResponderEliminarPero reconozcamos que desde en asiento del copiloto las cosas se ven de manera distinta.
ResponderEliminarJAJAJAJA. Memorable lo de cortarse la teta.
ResponderEliminarMe parto con esta visceral vena tuya.
Y, of course, tienes toda la razón!