En ese momento no tengo casa. No tengo
coche ni trabajo.
Tengo un cielo blanco encima. Piernas. La
meta instintiva de seguir caminando.
No tengo techo ni toalla ni un mórbido
colchón de látex que encienda el amor en mis huesos.
Tengo abrigos de arenisca donde sestean
mamíferos que ya no tienen miedo de las flechas; donde los búhos
se quedan muy quietos esperando a que el ratón se digiera.
La lluvia moja mi cara, salpica de gotas
delicadas mi ropa técnica sin empaparla. El refugio va por dentro.
No tengo bienes ni más pertenencia que
lo poco que da tumbos en la mochila. Podría beberme el agua, comerme
la manzana y el bocadillo, y abandonar lo demás en el monte. No
tengo deseos ni caprichos; nada que los dos billetes que llevo en la
cartera me permitan comprar.
Tengo todo lo que puede necesitar un
animal para sobrevivir unos días. Tengo agua, oxígeno e instinto.
El paisaje está mojado y reluce. Es acogedor y salvaje. Hay colores
imprevistos: árboles naranjas como si los hubiera pintado Gauguin,
lamparones morados y turquesas en la gran sábana de piedra.
Foto infame en la que sin embargo me zambulliría |
No hay destino en la ruta. No hay camino
marcado. No tengo GPS ni mapa. No tengo dirección.
Tengo fe en que cualquier rumbo puede
conducir a un lugar propicio. Tengo confianza en aquellos con los que
voy.
No tengo libros ni vocación de
escribirlos. No tengo afán de que alguien me lea. No necesito ya que
me atiendan.
Mire adonde mire hay una narración que no
precisa lenguaje: la historia de lo que el tiempo le hace a los
elementos, todas esas relaciones entre lo pequeño y lo grande, lo
vivo y lo muerto. Tengo cientos de detalles a los que seguir
atendiendo.
No tengo achaques ni motivos de queja. No
hay articulación que dé una nota disonante. Es como si tuviera una
piel de aire. No tengo miedo a resbalar o caerme. No tengo
preocupación.
Tengo por fin algo que no me acordaba que
deseara tanto: tengo coordinación y equilibrio. Trepo riscos, vadeo
arroyos, sorteo zarzas, me encojo y me estiro para atravesar los
arbustos. Mi cerebro ya no recela ni sabotea lo que queda al sur del
cuello.
No tengo biografía. No tengo deudas ni
dudas ni cicatrices de amor. No tengo ataduras. No hay dolor.
Tengo dos socios para el lucrativo
negocio de la risa.
Presiento que si pego la espalda a un
tronco o una laja el tiempo suficiente, la memoria de la piedra y el
árbol empezarán a transfundirse a mi interior.
Todo lo que contemplo me agarra, me da un
vuelco y me hace mejor.
Tengo la convicción de que esta podría ser mi
mejor versión.
Después de leerte me he puesto a cantar " Gracias a la vida".
ResponderEliminarUn beso.
Al leer el primer párrafo he creído que tenía por delante un relato de ficción: el balance de alguien que de verdad no tiene nada o que ha perdido lo que tenía y me encuentro con algo que no tiene nada que ver, al contrario, eres tú y lo tienes todo. Sí, ese podría ser "de ti tu mejor tú", que decía un poeta.
ResponderEliminarEso sí que es ir ligera de equipaje! Y qué bien caminar así.
ResponderEliminarPrecioso el texto, incalculable la sensación. Enhorabuena!!
Gracias a las tres, amiguitas. Gracias porque lo que escribo te pueda hacer cantar, Lectoraadicta; porque me veas en esa quimera que sin , embargo fue completamente real, Anónima de mentirijilla; y por saber, Laura, que eres capaz de compartir conmigo esa manera de andar.
ResponderEliminarQue bien escribes... pájara :-). Pero hay una cosa que haces mucho mejor que escribir y sin que te des cuenta, ser como eres.
ResponderEliminarSaludos de la mitad de los socios.
P.S.: por favor, para otro piropo introduzca una moneda de 50 ctms. Gracias. Saludos del robot.