domingo, 11 de enero de 2015

Un nuevo paisaje

 
Mi habitación de hotel daba a uno de esos espacios perdidos que son como cicatrices de acné en una cara de cuarenta años: huellas de una exuberancia mala, restos de la fiebre urbanizadora que hace unos años estuvo a punto de asolarnos el alma. He visto esas cicatrices en muchos otros lugares: una calle sin casas, farolas que no iluminan a nadie, conducciones y arquetas esperando patéticamente a que la vida se quiera arrimar hasta ellas. Pero donde yo me encontraba un erial es un apunte de selva; la hierba es un alarde y crece casi con ansia, y lo suburbano no hace tanto daño.

Desde mi habitación veía el revés de los paisajes que amo y un par de caballos rústicos, completamente ajenos al jaleo de las tres de la tarde de un viernes. Hasta en el filo de lo rural me perseguía el ruido del tráfico. Ellos iban a lo suyo, pastando en ese sitio tan bueno como cualquiera. Se veían medio raros en medio de aquella urbanización abortada, creando una burbuja de silencio en torno a ellos. Era como si el mundo a su alrededor fuera mucho más puro y más nuevo.

Veía también los montes desdibujados por las nubes del Levante, y estaban tan planos y traslúcidos, que parecían fotos reveladas sólo a medias. Ahí era donde cuando puedo ando bajo los árboles, y sueño que le pongo nombre a cada piedra, y me enamoro de cada helecho. No podía ver nada de eso desde la terraza de mi hotel vacío de historia. No podía concebir que esos montes que parecían recortables hayan sostenido mis pasos. Eso también era raro: contemplar desde la distancia lugares que están tan cerca de mí como mis pulmones. 
 
   
Fotogenia del amanecer en los hoteles


Y más raro que todo, más que la hierba reconquistando su espacio, y que los caballos tranquilos y los montes acartonados, era yo ahí en medio, en aquella habitación de hotel sin encanto, a punto de entrevistarme con personas de quien no conocía ni el rostro, en pos de las huellas de una mujer que murió hace más de diez años. Si me lo hubieran dicho allá por octubre no me lo hubiera creído. Yo tan timidota y tan comodona, convertida de pronto en periodista.

Pero es que a veces el año nuevo opera de formas extrañas, y a veces no hace ni falta hacer una lista de propósitos para que el cambio al que aspiras maquine casi a tu espalda. A veces una se descubre encarnando a personajes que no imaginaba que llevara dentro, y sintiéndose en casa habitando la piel más extraña. Como si cualquier parcela del extrarradio fuera buena para ir pastando. Como si no echaras de menos reconocer tu paisaje porque llevas dentro de ti su huella imborrable. Como si el mundo se hiciera adolescente a tu paso.

3 comentarios:

  1. No son necesarias las listas de propósitos cuando hay un propósito real, cuando como tú dices hay algún cambio al que aspirar. Y sí, esa parcela del extrarradio está presente en toda España, como lo está en todas las personas que ya llevan unos cuantos acnés encima. Somos mucho más extraradio de lo que pensamos.

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  2. Es que hay deseos que sin desear se cumplen. De verdad.

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  3. Que cierta esa sorpresa cuando descubrimos en nosotros esa parcela que no sabíamos que existiera.

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