domingo, 25 de enero de 2015

Tu versión del paraíso

 
Por amor y por lealtad me salté el juramento de que jamás volvería a tragarme una misa. Y en la iglesia, paseando la mirada por todas las redondeces sospechosas del retablo, por los dorados un poco libertinos de más, un poco ávidos, me acordé de lo que escribía la amiga Laura sobre su incapacidad para entender el discurso de un cura. Me vi terca como ella, empeñada en permanecer atenta a unos textos tan presumidos que parecían al margen del deber de ser persuasivos. Vi casi a cámara lenta como la escucha amable a la que me había obligado pegaba un patinazo y se quedaba ahí tirada, en el suelo frío, abandonada bajo uno de esos bancos en los que de manera escalofriante aún se arrodilla gente vieja.

Reboté, como Laura, como tantos otros, contra el pellejo impermeable de los textos sagrados. Me volvió a noquear el autismo de la Biblia. Y así habría seguido, arrugada y furiosa, jurando que jamás, J-A-M-Á-S, volvería a poner los pies en una iglesia, convencida de que el único templo que respeto es el suelo en el que brotan hierbas y setas, si la palabra paraíso no hubiera venido a rescatarme.

Confieso que me chocó escuchar una palabra que creía marginada al ámbito de los clubes de carretera, escrita en letras de neón tristes. A bocadillerías en lugares de veraneo que se quedan vacíos en invierno. Pensé que ya no se llevaba mucho en la retórica de la Iglesia. No me preguntéis por qué, si los trending topic de la doctrina no son mi fuerte. Pero de pronto el Paraíso me pareció una cosa muy naíf, una representación cándida y tosca como los muñequitos de grandes ojos almendrados y piernecitas cortas de los capiteles románicos. Una promesa de plastilina. Seguid esperando el Paraíso. Y de fondo, una musiquilla de anuncio cutre de radio. Me pareció que al mismo cura le dio un poquito de vergüenza anunciarlo.

Y ya que estaba allí y que de alguna manera había que pasar el rato, me dio por pensar que un Paraíso pregonado en abstracto es un timo muy grande, una torpe maniobra del marketing religioso. Quién quiere pasarse la eternidad en el regazo de Dios, apiñado como una camada de perritos con infinitos entes etéreos perfectamente desconocidos. Pensé que hasta la agencia de publicistas más modestita podría ofertar una estrategia basada en la premisa de un edén íntimo. Automontable como un armario de Ikea. Personalizado hasta el delirio. Imaginé a los funcionarios del Cielo adjudicando a cada difunto una parcelita, dejándole manejarse como un concursante de MasterChef a la caza de ingredientes en los Grandes Almacenes Infinitos.

Pensé que el hombre que acababa de morir andaría atareado en ese momento levantando su conmovedor y modesto Paraíso, mientras los vivos nos quedábamos tristes y perdidos: él circulando sin ahogo en una bicicleta eterna por caminos sin escarcha. Él en bañador con su bebé tan blanco haciéndole claqué sobre la barriga. Silbando al pintar las paredes de su casa sin dejar caer ni una gota. Limpiando un montón de alcachofas recién cosechadas de un huerto que nunca volverá a saber del invierno. Chapurreando holandés con ángeles veraneantes y preparando los cafés más fastuosos del Cielo.

Mientras el cura seguía leyendo sin que una convicción bárbara lo inflamara, yo imaginé otras versiones particulares de paraíso. Este y sus padres siempre fuertes y sanos. Aquel con sus infinitos campeonatos del Barça. Aquella, la semana que pasó en un balneario, expandida por todos los recovecos de lo eterno. Yo con un maravilloso libro que nunca se acaba, iluminada por una luz verde de árboles, sin humo de coches ni ruido. Siempre riéndome con alguien, siempre llegando a pie a todas las historias y a todos los paisajes.

Si me vendieran así el paraíso, quizás podría revisar el juramento de no volver a escuchar una misa.

9 comentarios:

  1. Me parto con el párrafo tercero y los usos de la palabra "paraíso".
    Y lo del pudor del cura me trae a la mente precisamente eso, que ya no se sostiene que ni curas ni políticos nos cuenten cuentos que, por otro lado, no sé si se terminan de creer.
    Con todo y con eso hay leyendas que cuentan que hay curas (y políticos) que se hacen entender. Estemos atentas.
    Besos mil!

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    1. Paaaso mortalmente de esas dos especies animales, querida mía. Yo al zoológico no vuelvo.

      Besos, obviamente.

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  2. Es un paraiso surrealista en la más académica definición del término, esa que propones. Pero tendría su gracia, desde luego; más de la que tiene esa abstracción que nos cuentan y que efectivamente no es nada.

    Ahora, en lo de hacerse entender ya veo que eres poco militante de las misas: precisamente una de las armas de la religión -de cualquier religión- es hacerse incomprensible: lo críptico, para la gente de condición humilde y poco cultivada, es sinónimo de lo alto. De ahí que los católicos retrógrados sigan exigiendo las misas en latín: si no te entiende nadie es que eres superior.

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    1. Ya, me sé lo de la invención del jeroglífico por parte de los sacerdotes de Amón Ra, y lo de la nostalgia del latín, pero ¿qué poder puede conservar todavía un pobre curita envejecido frente a unas pobres viejas? La iglesia de pueblo o de barrio, sin tierras ya, sin ascendente, sin otra cosa en la hucha que calderilla, es tan o más humilde que sus parroquianos.

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  3. Me gusta tu paraiso. Solicito una plaza.

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    1. En el Paraíso tienen que estar las personas queridas, y por eso tú tienes tu plaza asegurada sin necesidad de concurso. Pero esa es mi versión, ¿cuál es la tuya?

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  4. Fíjate que me está costando imaginar u paraíso propio... ¡jo!

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    1. A lo mejor es que...¡no te hace falta!
      Con salud, orujo y montañas...

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    2. Pos también es verdad! si es queee...

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