domingo, 4 de enero de 2015

Todos juntos otro año

 
Este cambio de año no se pareció a ninguno de los que haya vivido desde 1978.

Vi rosetas de fuegos artificiales abriéndose tímidamente en el cielo, como palomitas de maíz que se han puesto rancias. Escuché petardos y cohetes, y el contraste con el murmullo que me rodeaba me hizo pensar que acababa de despertar de un mal sueño. Por mucho que me restregara los ojos, la realidad que conozco no regresaba.

Vi mucha gente y nadie deseó feliz 2015. Muchos abrazos, pero ninguna copa de cava. Ni siquiera de sidra El Gaitero. Sólo algún botellín de agua, y vasitos sucios de un café incongruentemente dulce. No había manera de que el nudo bajara por la garganta.

Vi a un muerto. No podía creerlo. No me parecía verosímil. Me acordé de lo del Levántate y anda, y pensé que quien lo dijo andaba igual de perplejo como yo estaba en ese momento. Sólo los que iban con él creyeron que estaba obrando un milagro. Pensé también que mi muerto iba a levantarse. Que sólo estaba echándose la siestecita de antes de las uvas. Descruzaría las manos puestas sobre el regazo. Tan pálidas, tan quietecitas. Tampoco ese efecto sirvió para convencerme. En vida las tenía igual de blancas.

Estuve mucho rato a su lado. Mucho. Era mi primer muerto. Cuando hace tres años acudí al piso donde mi tía acababa de matarse, atravesé velozmente el pasillo hasta la habitación donde esperaba mi otra tía. La jueza y los hombres de la funeraria me hicieron de parapeto amable. Esta vez no quise mirar nada con el rabillo del ojo. Tampoco es que hiciera falta. Los muertos no dan ningún miedo. Ninguna aprensión por mi parte. Todo el mundo alrededor hablaba, hablaba, decía cosas horribles, cosas horriblemente vanas, y a mí empezó a asquearme el lenguaje. Aprendí un silencio muy hermoso cerca del hombre al que parecía darle apuro levantarse.

Tanta gente, tantas palabras inútiles, que deseé que mi fin sea el de un animalito silvestre. Me esconderé en una madriguera y esperaré hasta que en otoño salgan setas de mis cuencas. Pero también escuché muchas palabras sinceras. Bocas que decían qué hombre tan bueno con una convicción y una sorpresa como si esa fuera una cualidad de otro planeta. Deseé entonces esta otra versión de la muerte. Alguien que resuma mis días creyendo: qué persona tan buena. Volví a mirar su cara tranquila y sentí que me instaba a dejar de envidiar su silencio, a que me preocupara por aquellos que seguían hablando. Era un hombre tan dulce. Era tan, pero tan cariñoso y tan bueno.

Y luego, el primer día del año, vi un horno desmesurado, pero no vi nada de fuego. Supongo que por eso no sentí miedo. Agarraba el brazo de su hijo con una mano, tenía la mano de mi padre en la otra. Estábamos los tres tan juntos como puede estarse en la tierra. Había una tristeza infinita, pero también una especie de belleza. Los tres solos en un crematorio vacío, y una cantidad de amor que ninguna llama podrá reducir a cenizas.

5 comentarios:

  1. ¡Así se hace camino!.

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  2. Un abrazote fuerte, fuerte, fuerte!!

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  3. Anónimo entre comillas07 enero, 2015 22:43

    Porque os quiero a los que estábais a este lado del fuego y porque eres capaz de ver y transmitir la belleza incluso en la más profunda de las tristezas, me has emocionado una vez más.

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