Este cambio de año no se pareció
a ninguno de los que haya vivido desde 1978.
Vi rosetas de fuegos artificiales
abriéndose tímidamente en el cielo, como palomitas de maíz que se
han puesto rancias. Escuché petardos y cohetes, y el contraste con
el murmullo que me rodeaba me hizo pensar que acababa de despertar de
un mal sueño. Por mucho que me restregara los ojos, la realidad que
conozco no regresaba.
Vi mucha gente y nadie deseó feliz 2015.
Muchos abrazos, pero ninguna copa de cava. Ni siquiera de sidra El
Gaitero. Sólo algún botellín de agua, y vasitos sucios de un
café incongruentemente dulce. No había manera de que el nudo
bajara por la garganta.
Vi a un muerto. No podía creerlo. No me
parecía verosímil. Me acordé de lo del Levántate y anda, y
pensé que quien lo dijo andaba igual de perplejo como yo estaba en
ese momento. Sólo los que iban con él creyeron que estaba obrando
un milagro. Pensé también que mi muerto iba a levantarse. Que sólo
estaba echándose la siestecita de antes de las uvas. Descruzaría
las manos puestas sobre el regazo. Tan pálidas, tan quietecitas.
Tampoco ese efecto sirvió para convencerme. En vida las tenía igual
de blancas.
Estuve mucho rato a su lado. Mucho. Era
mi primer muerto. Cuando hace tres años acudí al piso donde mi tía
acababa de matarse, atravesé velozmente el pasillo hasta la
habitación donde esperaba mi otra tía. La jueza y los hombres de la
funeraria me hicieron de parapeto amable. Esta vez no quise mirar
nada con el rabillo del ojo. Tampoco es que hiciera falta. Los
muertos no dan ningún miedo. Ninguna aprensión por mi parte. Todo
el mundo alrededor hablaba, hablaba, decía cosas horribles, cosas
horriblemente vanas, y a mí empezó a asquearme el lenguaje. Aprendí
un silencio muy hermoso cerca del hombre al que parecía darle apuro
levantarse.
Tanta gente, tantas palabras inútiles,
que deseé que mi fin sea el de un animalito silvestre. Me esconderé
en una madriguera y esperaré hasta que en otoño salgan setas de mis
cuencas. Pero también escuché muchas palabras sinceras. Bocas que
decían qué hombre tan bueno con una convicción y una
sorpresa como si esa fuera una cualidad de otro planeta. Deseé
entonces esta otra versión de la muerte. Alguien que resuma mis días
creyendo: qué persona tan buena. Volví a mirar su cara
tranquila y sentí que me instaba a dejar de envidiar su silencio, a que me preocupara por aquellos que seguían hablando. Era un hombre tan dulce. Era
tan, pero tan cariñoso y tan bueno.
Y luego, el primer día del año, vi un
horno desmesurado, pero no vi nada de fuego. Supongo que por eso no
sentí miedo. Agarraba el brazo de su hijo con una mano, tenía la
mano de mi padre en la otra. Estábamos los tres tan juntos como
puede estarse en la tierra. Había una tristeza infinita, pero
también una especie de belleza. Los tres solos en un crematorio
vacío, y una cantidad de amor que ninguna llama podrá reducir a
cenizas.
(Abracito...) y nada más.
ResponderEliminar¡Así se hace camino!.
ResponderEliminarUn beso.
ResponderEliminarUn abrazote fuerte, fuerte, fuerte!!
ResponderEliminarPorque os quiero a los que estábais a este lado del fuego y porque eres capaz de ver y transmitir la belleza incluso en la más profunda de las tristezas, me has emocionado una vez más.
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