sábado, 31 de enero de 2015

Raíz y semillas


Mi madre tiene de siempre un talento especial para crear ambientes que atrapan. Fue ella la que colocó esta hamaca fabricada para el verano delante de la ventana de mi cuarto. Hasta entonces, este cuadradito con techo inclinado era poco más que una casilla de paso: de la playa a la paella; de la ropa de ciudad a los excesos de la sudadera; del monte a la siesta y del sueño a la vigilia. De poco servían el escritorio con su ordenador encima, ambos mercancías sobrantes de otras vidas, otras épocas de mi vida. De menos aún el armario de obra, lleno de trastos y apuntes inútiles que no me decido a tirar por pura y lamentable pereza. Esta habitación era casa más que hogar, pared más que abrigo. Sentada ahora en la hamaca, miro el hueco verde y azul que llena mi ventana, y me pregunto cómo he podido tardar tanto tiempo en tomar posesión de este espacio. O en dejar que me cazara.

No se ve lo que hay tras la ventana porque el vendaval lo emborronaba

He empleado en esta habitación los agujeros que han dejado en la mañana las tareas domésticas. Me siento, leo, escribo ahora, y sobre todo miro. Me figuro que soy un personaje de La montaña mágica. Alguien que observa un mundo al que no tiene acceso desde la terraza de un sanatorio alpino. Observo las nubes desquiciadas corriendo por el cielo como si fueran a perder el metro; las vinagreras tan pegadas a la tierra que parece que una mano mojada en saliva las haya estado repeinando; los árboles moviéndose como bacantes borrachas. El eucalipto es una diva: una soprano que sobreactúa más aún de lo que su profesión le permite. Podría pasarme las horas muertas admirando cómo se mueve cada una de sus ramas de forma independiente, exactamente como los flecos del vestido de una flapper. Y ya me estoy colando con los símiles.

Pero a veces tengo que recordarme que estoy mosqueada. Yo no debería estar aquí, si en algún lugar no tan imaginario existiera la justicia. Y por eso estudio los métodos de este viento que me ha reventado los planes, como un entrenador el juego de sus rivales. Otro símil. Es lo que tiene quedarse varada cuando cada músculo, cada neurona, cada gota de fluido empujaban por salir al campo. Cada vez que tirité de frío la semana pasada, que me aparté los prismáticos de los ojos irritados, que hice las cuentas de los kilómetros recorridos, me di ánimos pensando que pronto estaría usando por fin las piernas, medio de locomoción favorito. Iba a volver a un lugar que no he pisado en más de diez años, tiempo de sobra como para quedar a la altura de cualquier reino mítico. Pero es lo que tienen también las vocaciones agudas: que te obligan a manejar la frustración como puedas .

Y me doy cuenta de que puedo; claro que puedo. Ha salido el sol después de una mañana en la que parecía que una compañía aficionada de teatro estuviera tirando cubos de agua sin mesura ninguna al escenario. El eucalipto sigue con su película: hay momentos en que se queda parado y el cielo que lo rodea parece una del Oeste. Y al instante vuelve otra vez a desmelenarse, y yo veo en él cualquier drama: un abandono, una pareja que se despide para siempre en un andén en blanco y negro, Marlon Brando haciendo de romano intenso. En el libro que acabo de abrir al azar en el e-book leo esto:


He meditado sobre la evidente obsesión de todo vegetal clavado en el suelo por naturaleza. ¿Cómo asegurar la dispersión de las semillas? La explosión, las alas, el fruto suculento que transporta el estómago humano, las simientes con garfios que se agarran al pelo de las ovejas, a la ropa de los pastores, todos esos procedimientos fueron inventados para desafiar la maldición del arraigo (Celebraciones. Michel Tournier)


Y me consuelo pensando que yo también tengo mis métodos.

9 comentarios:

  1. ...y mira que odio ese modelo de hamacas, pero plegadas todavía más.

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    1. Tampoco a mi me gustan mucho pero tengo que reconocer algunas siestas memorables en una muy parecida.

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    2. Para mí su hora feliz es después de una cena en julio, el porche al frescom olor a jazmines, a lo mejor un cucurucho, y un libro.

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  2. Lo de recordarse que uno debe estar mosqueado es algo que me sigue sorprendiendo. Y mira que con un nene tienes que hacerlo de vez en cuando para que se de cuenta que las cosas no pueden ser siempre como una quiere. Pero para el resto... Si estoy mosqueado con desaparecer o hacerlos desaparecer de mi vida...

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    1. ¿Y cómo se hacen desaparecer los contratiempos? Pues contemplando sin rencor su parte de belleza...Casi estás a punto de sentirte compensado. Pero ¿y lo que jode recordar a ratos todo lo que se quedó colgado?

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  3. Huy, si existiera la justicia, dices... No, por supuesto que casi nadie esta donde ni como debería estar, pero eso es parte de este juego dislocado que se llama vida: la buena o la mala suerte influyen probablemente más que cualquier cosa que nosotros queramos hacer. Incluso esas cosas llamadas alegremente "iniciativa", "carácter", "voluntad" y otras cuantas palabras respetables, dependen finalmente de cómo ha llegado cada uno aqueí, de cuál es la pasta de la que estamos hechos. En fin, que ese eucalipto es como el alacrán que monta a lomos de la rana para cruzar el río y antes de llegar a la otra orilla la mata: "es mi carácter". Pero sí, el mosqueo existencial nos da la vida.

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    1. Si existiera la justicia...todo estaría tan en su sitio, tan estanco y perfecto, que no habría deseo ni iniciativa, ni necesidad de aprender a tolerar y a acoger dentro de uno otras posibilidades distintas a las que había diseñado.

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  4. ¿Por qué pensar que se han quedado colgados? Solo pospuestos. Los planes digo.

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  5. Jur! Qué bonito! ¿Qué final! Me encanta.
    Y ya te he dicho alguna vez que me encantan tus símiles, así que sin recato.
    Hoy mi favorito ha sido: "las vinagreras tan pegadas a la tierra que parece que una mano mojada en saliva las haya estado repeinando".
    Besos!

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