martes, 20 de enero de 2015

Pegar unas cosas con otras es bonito


Y entonces paré un instante, y me pregunté qué carajo estaba haciendo.

Podría colocar esta frase delante de la narración de muchos momentos de mi vida. Cuando una fuerza más poderosa que la de la voluntad me puso a hacer cosas que de repente pillaron en falso a mi raciocinio. Pudo ser la inercia, claro, pero también otros impulsos que no por maquinales tuvieron que ser necesariamente malos.

Ayer volvió a pasarme eso mismo. Tenía la mesa del salón salpicada de piececitas de cartón ondulado y los dedos pringados de pegamento. El ordenador vertía con dulzura toda la congoja un poco distópica de esta canción * que podría escuchar ciento veinte veces seguidas si no me mutilara por dentro. Y esa combinación, el escenario de guardería, la tristeza machacona de la batería y los acordes de piano cadenciosos como una campana tocando a muerto, me pareció de repente de lo más extraña. Un maridaje complicado.

Pero consiguió que saliera de mi concentración automáta yque mirara desde fuera lo que llevaba haciendo un buen rato. Ni más ni menos que montar un soldadito de cartón que compré en forma de kit en una tienda de monerías. Miré a mi alrededor como esperando encontrar algún niño que me sirviera de excusa. Hubiera sido sólo un poco más raro dar con él que entender a qué estaba dedicando las últimas horas potables de un domingo.

Porque yo no hago manualidades. Nunca. Salvo que se consideren como tales la cocina y mis asuntillos en torno al teclado. No tengo arte ni tiempo ni espacio para llenar mi casa de chismes autofabricados. Pero ahí estaba yo, viéndomelas con mi proverbial torpeza, ensimismada en algo que no forma parte de mi esfera de intereses y que no tiene nada que ver conmigo. Del ramillete de opciones en las que emplear amablemente mi tiempo, ésa era el farolillo rojo. Pero el caso es que mientras ejecutaba esa acción tan gratuita, no miré el reloj, no me dispersé con el móvil, no deseé estar haciendo ninguna otra cosa.

Los botones de su casaca no querían desprenderse de las yemas pegajosas de mis dedos. Tenía restos de cola en la frente. Mi tergiversación visual de la simetría daba mucho miedo. Y durante un cuarto de segundo se reeditaron todos mis complejos escolares. Mira que eres negada, Silvia, mira que tienes poca maña. Pero me olvidé inmediatamente de ellos, y si hubiera tenido material, habría seguido pegando malamente un millón más de piezas, sacando de mis manazas una bailarina, un hipopótamo, un cuerpo de bomberos. Una ciudad de cartón y una jungla .

Luego llegó Jose, y después de expresar de cien maneras distintas su extrañeza y su sorna, se me quedó mirando mientras yo seguía dándole al tubo de cola. Qué, le espeté a punto de pegar en mi propia cara el bigote de mi soldadito. Nada, estoy fijando este momento, me dijo. Quiero recordarte así dentro de mucho tiempo.

Y así fue como el acto de entregarme a algo que no tenía nada que ver conmigo ya no me pareció tan gratuito. Por fin entendía lo que había estado haciendo sin que mi voluntad o mi consciencia intervinieran: estaba jugando, y para ello no necesitaba definir un propósito o un sentido. Estaba poniéndome de nuevo en la casilla de inicio. 

Me llamo Román, y pienso a ligarme a la pava que está a mi vera.
 
* Lo sé, amiguitos del Feisbu: me repito más que el choto al ajillo.


10 comentarios:

  1. Yo tengo un pirata de cartón muy parecido, cuando quieras los ponemos a pelear o a jugar.

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    1. Voy a montar la geishita que vino cpn Román. Cuando la termine, podemos jugar a los duelos.

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  2. Anónimo entre comillas20 enero, 2015 23:39

    De verdad que me sorprendes. Comprendo la extrañeza de Jose y sus ganas de guardar la instantánea en el álbum de la memoria.
    Román se ligará a la pava de su vecina, pues no hay más que verlo...

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    1. Parece que le enterneció ver a la cría que no ha tenido oportunidad de conocer.

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  3. Yo particularmente defiendo a ultranza el hacer cosas que nos saquen de nuestro raciocinio, rutina, lo que nos supone que tenemos que hacer... jugar como bien, requetebien, dices. Lo reivindico como manera de saber quién somos!!! Ole por esa actividad!
    Y me encanta que Román se llame Román, jajaja.
    Besazos!

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    1. Yo lo reinvidico en sí mismo. Sin significado ni utilización.

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  4. Es un error muy grande lo de que se nos olvide jugar... y el soldadito es la mar de mono.
    Un beso.

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    1. Pero yo creo que en realidad no se olvida, sino que se transforma, como la energía: en fantasías a la hora de la siesta, mentirijillas cotidianas...Y la playa!

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  5. Ahí, ahí: jugando. Parece como si fuese sacrílego utilizar esa palabra a ciertas edades, cuando resulta que es de las pocas cosas que nos unen a la vida coherente sin necesidad de cola. Claro que a continuación habría que definir "coherente"...

    Ahora, que juntar eso con Nick Cave ya me parece más complicado.

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    1. Coherente: sin falsificar la naturaleza de cada uno. Y encriptado en el genoma mamífero está el juego.
      Y Nick Cave es una especie de soldado tierno.

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