Y entonces paré un instante, y me
pregunté qué carajo estaba haciendo.
Podría colocar esta frase delante de la
narración de muchos momentos de mi vida. Cuando una fuerza más
poderosa que la de la voluntad me puso a hacer cosas que de repente
pillaron en falso a mi raciocinio. Pudo ser la inercia, claro, pero
también otros impulsos que no por maquinales tuvieron que ser necesariamente
malos.
Ayer volvió a pasarme eso mismo. Tenía
la mesa del salón salpicada de piececitas de cartón ondulado y los
dedos pringados de pegamento. El ordenador vertía con dulzura toda
la congoja un poco distópica de esta canción * que podría escuchar
ciento veinte veces seguidas si no me mutilara por dentro. Y esa
combinación, el escenario de guardería, la tristeza machacona de
la batería y los acordes de piano cadenciosos como una campana
tocando a muerto, me pareció de repente de lo más extraña. Un
maridaje complicado.
Pero consiguió que saliera de mi concentración
automáta yque mirara desde fuera lo que llevaba haciendo un
buen rato. Ni más ni menos que montar un soldadito de cartón que
compré en forma de kit en una tienda de monerías. Miré a mi
alrededor como esperando encontrar algún niño que me sirviera de
excusa. Hubiera sido sólo un poco más raro dar con él que entender
a qué estaba dedicando las últimas horas potables de un domingo.
Porque yo no hago manualidades. Nunca.
Salvo que se consideren como tales la cocina y mis asuntillos en
torno al teclado. No tengo arte ni tiempo ni espacio para llenar mi
casa de chismes autofabricados. Pero ahí estaba yo, viéndomelas con
mi proverbial torpeza, ensimismada en algo que no forma parte de mi
esfera de intereses y que no tiene nada que ver conmigo. Del ramillete
de opciones en las que emplear amablemente mi tiempo, ésa era el
farolillo rojo. Pero el caso es que mientras ejecutaba esa acción
tan gratuita, no miré el reloj, no me dispersé con el móvil, no
deseé estar haciendo ninguna otra cosa.
Los botones de su casaca
no querían desprenderse de las yemas pegajosas de mis dedos. Tenía
restos de cola en la frente. Mi tergiversación visual de la simetría
daba mucho miedo. Y durante un cuarto de segundo se reeditaron todos mis
complejos escolares. Mira que eres negada, Silvia, mira que tienes
poca maña. Pero me olvidé inmediatamente de ellos, y si hubiera
tenido material, habría seguido pegando malamente un millón más de
piezas, sacando de mis manazas una bailarina, un hipopótamo,
un cuerpo de bomberos. Una ciudad de cartón y una jungla .
Luego llegó Jose, y después de expresar
de cien maneras distintas su extrañeza y su sorna, se me quedó
mirando mientras yo seguía dándole al tubo de cola. Qué, le espeté
a punto de pegar en mi propia cara el bigote de mi soldadito. Nada,
estoy fijando este momento, me dijo. Quiero recordarte así dentro de
mucho tiempo.
Y así fue como el acto de entregarme a
algo que no tenía nada que ver conmigo ya no me pareció tan
gratuito. Por fin entendía lo que había estado haciendo sin que mi
voluntad o mi consciencia intervinieran: estaba jugando, y para ello no necesitaba definir un propósito o un sentido. Estaba poniéndome de nuevo
en la casilla de inicio.
Me llamo Román, y pienso a ligarme a la pava que está a mi vera. |
* Lo sé, amiguitos del Feisbu: me repito más que el choto al ajillo.
Yo tengo un pirata de cartón muy parecido, cuando quieras los ponemos a pelear o a jugar.
ResponderEliminarVoy a montar la geishita que vino cpn Román. Cuando la termine, podemos jugar a los duelos.
EliminarDe verdad que me sorprendes. Comprendo la extrañeza de Jose y sus ganas de guardar la instantánea en el álbum de la memoria.
ResponderEliminarRomán se ligará a la pava de su vecina, pues no hay más que verlo...
Parece que le enterneció ver a la cría que no ha tenido oportunidad de conocer.
EliminarYo particularmente defiendo a ultranza el hacer cosas que nos saquen de nuestro raciocinio, rutina, lo que nos supone que tenemos que hacer... jugar como bien, requetebien, dices. Lo reivindico como manera de saber quién somos!!! Ole por esa actividad!
ResponderEliminarY me encanta que Román se llame Román, jajaja.
Besazos!
Yo lo reinvidico en sí mismo. Sin significado ni utilización.
EliminarEs un error muy grande lo de que se nos olvide jugar... y el soldadito es la mar de mono.
ResponderEliminarUn beso.
Pero yo creo que en realidad no se olvida, sino que se transforma, como la energía: en fantasías a la hora de la siesta, mentirijillas cotidianas...Y la playa!
EliminarAhí, ahí: jugando. Parece como si fuese sacrílego utilizar esa palabra a ciertas edades, cuando resulta que es de las pocas cosas que nos unen a la vida coherente sin necesidad de cola. Claro que a continuación habría que definir "coherente"...
ResponderEliminarAhora, que juntar eso con Nick Cave ya me parece más complicado.
Coherente: sin falsificar la naturaleza de cada uno. Y encriptado en el genoma mamífero está el juego.
EliminarY Nick Cave es una especie de soldado tierno.