miércoles, 28 de enero de 2015

El color de la carne abierta

 
No parecía haber nada que no estuviera teñido de rojo. Las fachadas de las casas que había entregado el Director con una sonrisa demasiado ancha y un apretón de manos flojo desistieron rápidamente de quedarse blancas. Los postes del cableado eran rojos como si quisieran llegar a eucaliptos. Las mismas hojas de los árboles. Las calles inventadas sobre un plano eran rojas como las arterias. El polvo que se posaba con delicadeza perversa en los cristales recién limpios. El hueco de las cerraduras y los lavabos. Las sábanas se teñían impúdicamente de rojo. Las camisetas de lana de los bebés y de los hombres. El ajuar guardado en baúles antes de que la novia cambiara de casa. Los gatos y los gorriones. El agua tan pura de la Sierra se coloreaba de rojo en los vasos. Las fichas de dominó y los naipes, las cartillas de caligrafía y la biblia del cura, la mascarilla del practicante. En la casa del ingeniero un poso rojo manchaba la porcelana de un modo que causaba bochorno.

Dientes y ojos parecían moldeados en arcilla si su dueño se paraba en la sombra. El fondo de la nariz se volvía rojo. El moco y el sudor, las lágrimas corriendo como una rambla del desierto por las mejillas. La vida que allí se vivía era roja, y ese era el color del polvo y del hierro, no el de las pasiones.

En invierno uno casi creía que el viento rojo iba a calentarle los huesos. Los niños amaban enero, pese a los sabañones y la pelusa áspera de la bufanda. Cuando nevaba no ponían peros para salir a la escuela corriendo: todavía quedaban retales de blanco que las botas de los mineros no habían ensuciado. Mucho más temprano, sus padres atravesaban el umbral de la casa estremecidos por la pureza. Por un instante el mundo dejaba de ser del color de las vísceras, y ellos se iban silbando al tajo como si la posibilidad de una vida algo menos cruenta los estuviese esperando. Era una especie de primavera a destiempo. Todo se veía intacto y tranquilo, antes de que despertaran los taladros, los cartuchos de dinamita y las vagonetas. Pero la nieve no tenía otra vocación que la de ensuciarse. A media mañana parecía como si un tísico hubiera inundado las calles de escupitajos.

El verano era un país marciano. Los días demasiado largos, un polvo que abrasaba la garganta, la atmósfera irrespirable. El sol quemaba doblemente y los sobacos criaban barro. El médico calculaba los meses que le quedaban aún antes de poder abrir consulta en otro sitio con lo ahorrado. El perito recordaba una y otra vez a su esposa lo generoso que era su sueldo.

¿Y qué podían pensar los mineros? Algunos habían nacido y crecido allí, y para ellos las cosas no se teñían con el polvo férrico. No se volvían rojas como una forma de condena, como si en un mundo ideal pudieran ser de otra forma. En el poblado había una escuela, un economato y un casino, una iglesia y un centro médico. La novia, las entrañas de la tierra donde se dejaban los días, el cementerio. Rojo era como habían conocido el mundo y en rojo es como siempre vivieron.

Poblado minero de Alquife
Me hubiera gustado capturar yo misma el rojo, pero esta buena gente me ha echado un cablecito.


8 comentarios:

  1. Algo parecido contemplé yo en Huelva, y es una sensación muy extraña: parece, efectivamente, que estás en otro mundo. Sí, Marte es el ejemplo más socorrido. Imagino además que esa gente tendrá problemas respiratorios, por ejemplo, y que los sueldos ya pueden ser lo suficientemente buenos como para no salir corriendo ahí. Da miedo. Y lo has descrito con esa carga ominosa que lleva, a juego con la imagen.

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    1. Pero Riotinto no es siquiera ominoso: es tan salvaje, tan diferente, tan fotogénico, que la vida humana en ese ambiente resulta indescifrable.

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  2. Qué bonito paseo me acabo de dar por esos paisajes y por esa época que se cuela calladita entre las lineas. ¡Genial tu forma de describirlo Sila!
    Besazos!

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    1. ¿Te puedes creer que sólo lleva poco menos de veinte años deshabitado?

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  3. ¡Debe ser dura la vida de un minero!. Lastimita de criaturas.

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    1. A saber cuántos clavos de tu casa salieron del trabajo de esas espaldas.

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  4. Bueno, tampoco es tan dura. Cobramos mucho y nos jubilamos pronto.

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    1. Si los pulmones no se te vuelven gachas, no te cae la mother earth encima, no te abre la cabeza un agente de la autoridad de porra caliente en alguna que otra revueltilla...

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