Paquito, gata de nombre absurdo, qué
engañada me tenías.
Creí que eras imperturbable, hasta que
me hiciste conducir dos horas bajo una tormenta de maullidos que
habrían dicho lo mismo sin la m inicial. No fue fácil
hacerlo, con ojo y medio puesto en la carretera, y el otro medio en
la mirada verde que lloraba sin lágrimas al otro lado del
transportín. Paquito, encerrada, angustiada, ¿qué era lo que
temías? ¿No ser dueña nunca más de ti misma? Con la de veces que
envidié tu aplomo cuando el pellejo no me daba más de mí. Con la
punta de rabia que me producía esa quietud de esfinge tuya que, más
que indiferencia, era una especie de burla.
Creí también que tu pelo era negro y
blanco. Cada vez que volvía a casa de mi madre y me dabas la
bienvenida con una sofisticada caída de párpados, me sorprendía tu
aspecto impoluto. El negro tan lustroso, el blanco esponjoso y un
poco inquietante, como todo lo absolutamente falto de color. La
harina blanquísima, el arroz pulido y blanco, el azúcar tan blanca
que parece una recriminación. La ropa demasiado blanca, la celulosa
blanqueada a costa de asesinar ríos, la página en blanco y los
conejos blancos; la novia blanca y radiante que resume en su vestido
la historia universal de la sumisión: lo perfectamente limpio, tan
pobre y amenazador.
Ahora me doy cuenta de que
ese no era tu verdadero color. Ahora que se te ve mugrienta siento que te conozco mejor.
El blanco se te ha vuelto opaco como las canas en un bigote de
fumador de Ducados. El negro ha perdido su intrasigencia. Ahora tu
cuerpo admite el gris, el amarillo y el pardo. Tu pelo es un
memorándum: todavía conserva rastros del año pasado en una casa de
campo, tan lejos de este piso al que te ha hecho volver la señora que te da comida y calor. ¿Te acuerdas? El ovillo que formas encima de la cama
dice que te acuerdas: de la tierra de cien olores en la que te has
estado revolcando. De aquel techo sobre tu cabeza en el que sucedían
cosas extrañas: cada día cambiaba de azul a blanco a naranja a
rosa a morado a negro; corrían las nubes, soplaban corrientes, caía
el agua.
Ahora todo te parece estrecho y pequeño.
Y tú a mí ya no me pareces tan animal mecánico. Tan replicante. En
el coche te desgañitabas al verte encerrada, y el aspecto sucio que has conquistado me cuenta que la vida en las ciudades es
una broma de Halloween. Ahora nos parecemos mucho más que antes.
Muy duro. Es cierto que el cemento y el pladur nos igualan con los demás animales, pero los humanos jugamos con ventaja: se supone que nosotros hemos elegido nuestra manera de vivir, o al menos sabemos racionalizar nuestras carencias y compensarlas con placebos como la televisión, los libros o el fútbol. Sabemos por qué.
ResponderEliminarEl animal no. El animal se encuentra con una situación que no entiende y su altivez se convierte en amargura, supongo. Porque esa es otra: a nosotros solo nos queda suponer y tratar de compensar con nuestro cariño el destierro al que los condenamos cuando decidimos que sean compañeros nuestros.
Estaría bien que en otro planeta fueran los gatos los que tuvieran homínidos por mascotas, que nos arrastraran por madrigueras y copas de árboles, nos pusieran cascabeles en el cuello y comida con olor a caca por delante. ¿ Demasiado parecido al Planeta de los Simios?
Eliminar(Igualmente honrada)
Así nos sentimos el resto de criaturas que compartimos con ella ese pequeño paraíso de cielo cercano y cambiante...
ResponderEliminarEs lo que quería compartir, en realidad. Paquito, además de víctima, es espejo y portavoz.
Eliminar(Me encanta que la gata se llame Paquito XD)
ResponderEliminarSeas gato, seas humano... ¡Qué malo es pasar de la expansión a la contracción, leñe!
Siempre me acuerdo de ti diciendo eso cuando voy tierra adentro, ciudad adentro y semana adentro.
EliminarConmovedor post sobre Paquito y su viaje. Igual que el acertadisimo segundo párrafo del comentario de El paseante.
ResponderEliminarBeso grande.
Ha estado sembrao, ¿eh? Besos para las dos.
EliminarMe recuerda a mi Merche:
ResponderEliminarhttp://quejevissomos.blogspot.com.es/2010/02/liberar-merche.html
Merche, qué güey. Me encantan los animales con nombres humanos. Paquito, la probe, sólo conoció varón una vez en su vida, sólo tuvo un gatito, sólo conoce una libertad relativa. Pero a cambio recibe mucho amor. Lo dicho: como cualquier hijo de vecino.
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