La jaula donde fue capturado el mapache.
Guardaré ese fotograma en mi memoria durante años. Lo veré pasar
por mi mente dentro de quince, en el transcurso de una meditación
sentada, si es que sigo perseverando. Lo confundiré con un sueño en
2035, cuanto esté a punto de quedarme dormida en la siesta. Abriré
los ojos de golpe y pensaré qué raro. Quién puso ahí esa escena.
¿David Lynch, acaso?
La
jaula, que en realidad es un transportín color crema pocha, gotea
lejía por la puerta. Dentro, flotando en un líquido que jamás
desinfectará mi recuerdo, un puñado de esponjitas de azúcar: rosa
cursi en contraste con los restos de sangre y de mierda que han
quedado del lance. Hemos leído que los mapaches se pirran por esas
chuches, y preguntado en dos o tres gasolineras hasta dar con ellas. Qué habrán pensado de nosotros, dos criaturas
uniformadas que bajan marciales de un todoterreno y se ponen a la cola tan serios. Tan profesionales. No seré capaz de olvidarnos,
aunque me alucine reconocerte en ese que disimula una bolsa de colorines junto a su pierna, reconocerme en esa que busca monedas con prisa y sin mirar a los ojos
a la dependienta.
No
olvidaré la pequeña manita negra, sorprendente, dolorosamente
primate, que agarra contra un pecho de peluche una de esas esponjitas. Una mano que nos obligamos a visualizar como garra para
que lo que estamos haciendo tenga algún sentido. Este animalito de aspecto
mimoso podría arrancarnos un ojo si tratáramos de hacerle una
caricia. Podría desbaratar nidos y madrigueras, convertir en un
plató de Tele 5 el ecosistema. Pero ahí estamos nosotros para
impedirlo. El cebo ha funcionado como si el animal sufriera mal de
amores y necesitara un chute de calorías; la carita de atracador de
cómic se pierde en la versión pegajosa del paraíso que hemos
concebido. No la veremos más. No querremos saber si murió con la
boca dulce. Sólo nos quedará aquel fotograma: el transportín
vacío, el rosa estúpido de las chucherías. Una suciedad que habla
de la enésima batalla por la supervivencia. Lejía para no dejar
rastro de lo difícil que es convivir en este planeta.
Recordaré
esa imagen una y cien veces y pensaré qué
raro.
Qué vida tan rara hemos vivido, sin darnos cuenta.
A continuación pensaré de nuevo en los detalles. El terrible poder de los detalles
para hacer de cualquier escena algo memorable. El bicho no se me
habría grabado en la memoria si no hubiera agarrado de esa manera
infantil la esponjita. La película no sería tan violenta sin esa
combinación de mierda y dulzura asesina. Me exhortaré una y otra
vez para permanecer atenta al detalle. Cebaré una y otra vez mis
trampas para no perder ni uno de ellos.
Y entonces
te veré de nuevo cargando por media ciudad con una garrafa naranja,
llena hasta los topes con tres litros de mi orina. Dentro de quince,
treinta años, habré olvidado para qué análisis concreto tenía
que servir toda esa cantidad increíble de mí misma. Habré olvidado
quizás alguna palabra de nuestro idioma privado, o alguno de tus
regalos de cumpleaños. Pero jamás, jamás, se me borrará ese
detalle capaz de traducir sutilmente toda tu camaradería.
Te
recordaré portando mi orina como si fuera oro líquido o mirra y
pensaré qué
raro.
Qué absurda y maravillosamente rara la vida.
Me encantan los contrastes de tu post: "rosa cursi" con "mierda", o el visualizar una imagen del futuro no bajo las faldas de una mesa camilla sino portando una garrafa de orina...Todo eso no perturba en absoluto la atmósfera atónita y un punto nostálgica del post.
ResponderEliminar(Oye, me ha salido un comentario de texto!!)
(Y, por Dios, hordas de mapaches se dirijan a Tele 5!)
Muas
¿Futuro, lo del pipí? No, pasome ayer. Y el epíteto "atónito" está sumamente bien traído (por seguir con el tono doctoral): eso es precisamente lo que quería comunicar.
EliminarDéjate de hordas, que a lo mejor a algunos nos toca hacer horas extra.
La potencia expresiva está bien, es fuerte; pero me pierdo, me faltan datos: ¿simbolismo, surrealismo, síntesis, collage de ideas...?
ResponderEliminarUyeah, gracias por este comentario que me incita a mejorar.
Eliminar¿Surrealismo? No más del que puedes encontrar a diario en una vida del montón. Me pasó lo de capturar un mapache con esponjitas, me ha pasado lo de ver a mi pareja acarreando un bidón de meados de mi casa al hospital con una lealtad difícil de expresar de mejor por otros medios más ortodoxos.
Así que me quedaré con el collage de ideas: un par de recuerdos unidos por el nexo de una idea: cómo los detalles concretos, un poco surrealistas quizás, con capaces de hacer que una escena, una situación, una emoción, se vuelvan inolvidables.
Cómo son capaces, los detalles, de condensar la vida; como esos mecanismos que recogen directamente la humedad del aire y consiguen convertirla en agua, donde es escasa o como el resultado de la destilación en un alambique, que perfecciona la materia prima hasta hacerla otra cosa mucho más valiosa.
ResponderEliminarTus imágenes me encantan. Queridita.
EliminarYo que había compuesto diversas escenas truculentas a costa del bicho...
ResponderEliminarComo este es mi blog, los puntos suspensivos los prohíbo.
EliminarEn psicología humanista la cosa iría de anclajes, de recuerdos que despiertan emociones adrede.
ResponderEliminarY como la memoria es ese sitio inestable en el que es tan fácil perder el rumbo, lo mejor es generar el mayor número de anclajes. Me gusta esa palabra.
ResponderEliminar