sábado, 22 de noviembre de 2014

Está pasando

 
Transición. Resuena en mi conciencia tan machacona como en la de toda la ralea política.
Transición. Lo susurra la base de mi cráneo, mis muelas del juicio y un espacio pequeñito que se va abriendo como un helecho entre el esternón y el ombligo.
Transición. Algo que sé sin saber en que me fundamento para saberlo. Pero lo sé. Algo que lo quiera o no ya está en curso. Pero lo quiero. 
 
No tiene programa ni diseño. Sólo una especie muy imprecisa de credo. No tiene nada que ver con las habilidades o las torpezas del primer plano de mi conciencia.
No puedo ni quiero analizar este estado, descomponerlo o manipularlo. Al menos todavía.

Es una dirección diferente que desconozco adónde me lleva y en qué va a convertirme.
Una energía sorda, un rechinar interior que se parece a la fuerza que mueve en secreto las placas de la litosfera.
Un núcleo que se funde y se pone cada vez más caliente, y que ya está a punto de derramarse como un río de lava por una ladera, quemando tierra a su paso y generando formas nuevas.

¿Me siento perdida? Muy cierto. ¿Desconcertada? No tanto. Llevaba una temporada sintiendo señales. Un leve pinchazo en el corazón a la hora de acostarme. Una necesidad acuciante, casi patológica, de salir de la cama por las mañanas. Una consternación disimulada de ver cómo el tiempo se iba licuando, día tras día, una semana encima de otra, un gran vaso de meses que te bebes de un trago y no llena bastante porque no tiene fibra. ¿Asustada? En absoluto. La falta de rumbo no me hiere si no pienso en ella o la someto a esa manía tan cansina de hacer juicios.

Transición. Digo que no sé hacia adónde, pero ya lo voy presintiendo. Mi corazón nota síntomas igual que los nota mi cuerpo.

Síntoma nº 1: no quiero estar hoy en ningún otro sitio distinto.
Síntoma nº 2: cada tarea insignificante y fastidiosa de la supervivencia – salir a comprar fruta, limpiar el váter, sacar los jerseys de su escondite – se me revela tan llena de sentido como aquello que me he habituado a pensar que hace que la vida merezca la pena.
Síntoma nº 3: se me olvida mirar los relojes.
Síntoma nº 4: paso minutos muertos pasmándome de que respiro. Se me convierten en minutos vivos.

Transición. Digo que me siento confusa, pero la confianza invade poco a poco el terreno que ya no cubren las certezas. No voy a hacer ningún esfuerzo. No voy a seguir apretando: la mano que escribe, el diente contra el diente, la voluntad que se impone, el cuello torturado. Por ahí van los tiros:

De la inquietud a la paciencia.
De la obligación al descanso.
Del proyecto a la intuición.
De la productividad a la presencia.
Del esfuerzo a la distensión.
De la meta al desarrollo.
Del vigor a la ligereza.

6 comentarios:

  1. Silvia permíteme que lo diga. A veces tus post me desconciertan. No se si quieres decir una cosa o su contraria. Este, por ejemplo: das la sensación de estar amenazada por algún peligro inminente pero al poco descubro lo que parece un proceso de liberación.
    Debe ser que no estoy fuerte en lo del análisis psicológico.

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    1. Creo que está bastante claro que sólo quiero decir una cosa, y que esa cosa que quiero decir, la quiero. Sí que es verdad que todo proceso de cambio puede ser considerado a priori, por la mente adicta a la estabilidad, como un potencial peligro, pero lo que yo intuyo de mi cambio sólo es positivo.

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  2. Más que transición parece liberación, teniendo en cuenta el sesgo de tus entradas anteriores. Y en efecto, no hay que analizar nada. solo dejarse llevar. La vida siempre es mucho más simple de como los humanos queremos verla.

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    1. O al revés: a lo mejor es tan aleatoria y enrevesada que casi siempre es idiota buscarle un dibujo. Pero mi intuición prefiere decantarse alegremente por la simplicidad del dejarse respirar.

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  3. Anónimo entre comillas23 noviembre, 2014 23:40

    Aparte de dar la impresión de que te hallas en un estado de buena esperanza, hace mucho que no te digo lo mucho que me gusta cómo lo expresas, esos síntomas...¡el cuarto! y esa relación última de "tiros", que es todo un poema.

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