Su cara me llamó la atención muchas
veces entre el resto de libros: su par de ojos azules como el Faro de
Alejandría, la melena de Morticia, y ese puñadito de arrugas propio
de los que observan, eligen, descartan y no vuelven a preocuparse. Me
atraía su mirada perpleja, una estación de salida hacia la patada
en espinilla ajena o la carcajada. Y ya estaba a punto de coger el
tomo con manos amorosas, de alabar otra vez el peso perfecto de los
libros de Anagrama, el querido amarillo pollito de sus portadas, que
es como volver a ver la estampa de tu pueblo en la distancia. Al
final su título siempre me retenía.
Pelazo |
¿Cómo ser mujer? Tía. Sólo un
poco menos decepcionante que un bombero jamón que se te acerca con
la sonrisa más satinada del mundo y una pregunta sobre tu signo del
zodiaco. Nunca llegaba a coger ese libro. No leí su contraportada.
No supe que era un libro “muy, muy divertido”, sesuda opinión
que me hubiera bastado para tirar de ahorrillos. Te fregaste conmigo,
Caitlin Moran. Me perdiste como lectora. Pero claro, cómo ibas a
saber que a mí las Cuestiones de Género me ponen los pelos de
punta. Que me estimulan tanto como una siesta con moscas.
¿Desde cuándo? Desde siempre. O al
menos desde que la naturaleza me obligó a llevar cada mes un trozo
de almohada apestosa entre las piernas. En su momento apenas me di
cuenta, pero la regla fue una impresión en toda ídem. Un trauma que
se inscribía puntualmente en el libro de visitas de mi inconsciente.
Supongo que de todos esos garabatos fue surgiendo la rabia: yo no
quería ser diferente. Quería andar como los chicos, sin tener que
apretar los muslos por miedo a perder aquel repulsivo paquete. Quería
dejar de sangrar por ese agujero que me sugería que no estaba del
todo terminada. Y no estaba en absoluto dispuesta a que mi
comportamiento se viera condicionado por prescripción de la
naturaleza. ¿Tenía que ser dulce y delicada por huevos, o por
ovarios? ¿Abnegada, tentadora, bien planchada? ¿Tenía que ser,
de alguna manera dirigida? ¿Adaptarme a una categoría? Ni de coña.
Mi razón no entendía la restricción hormonal. Renegaba del
feminismo tanto como del machismo. Odiaba la militancia. ¿Orgullosa
de ser mujer? Qué chorrada. ¿De algo que yo no había elegido? Tan
ridículo como si lo estuviera de mi miopía.
Pero qué ilusa: mientras mi inteligencia
se sentía insultada por ese corral psicológico que divide a las
personas en mujeres u hombres, yo seguía depilándome y sintiéndome
desnuda sin pendientes; evitando combinar rojo y amarillo en el
mismo hato; teniendo miedo al andar sola por calles oscuras;
elaborando argumentos para cuando me preguntaran cuándo iba a ser
madre; mordiéndome la lengua para no decirle al bombero jamón
hipotético: Sagitario. Calla y vente a mi casa.
Por suerte, cada cumpleaños te brinda la
ocasión de volverte amable y elástica. Te pule las aristas como las
olas a los cantos rodados. Te limpia los prejuicios y te saca de la
barricada. Te conduce suavemente a la coherencia. A reconocer que,
Silvia, has sido programada para comportarte de modo femenino. Que
ser mujer es una cultura diferente a la de ser hombre, una cultura
ostentosa y vergonzosamente oprimida. Que si feminismo es la sana,
humana y lógica pretensión de que el cincuenta por ciento de la
población tenga los mismos derechos y libertades que la mitad
restante, entonces, como Caitlin Moran, eres una feminista exaltada.
Y así es como he vuelto a enamorarme deuna escritora. No voy a enumerar razones por las que deberíais
correr como posesos a por su libro. Tan solo que es muy, muy, muy
divertido. Y a la vez, muy hondo, muy sabio. Absolutamente generoso y
franco. ¿He dicho que es divertido? El ejemplar que saqué de la
biblioteca ha sido martirizado a fuerza de doblarle los picos, que me
perdonen los lectores granadinos. Podría copiar un montón de
pasajes brillantes, pero voy a dejar sólo este que, entresacado
mediante, pone un broche a 350 páginas de verdad maciza, sin
edulcorantes artificiales, sin colorantes ni conservantes:
Así
que, al final, supongo que el título de este libro es poco acertado.
Durante todos estos años de tropiezos, humillaciones y sorpresas,
pensaba que lo que quería era ser mujer (…) Encontrar algún modo
de dominar todas las artes arcanas del ser femenino (…) Pero, con
el paso de los años, me he dado cuenta de que lo que realmente
quiero ser, en resumidas cuentas, es un ser humano. Sólo un ser
humano productivo, honrado, tratado con cortesía. Uno de “los
Muchachos”. Pero con un pelo realmente asombroso.
Dan ganas de leerlo a tope... de todas maneras, y mientras siga mi rara relación con las novelas o cosas que no sean los relatos cortos (¿sabes que sigo, aunque me encanta, con La Vida Simple...? Voy a tardar más que la propia ermitañez del muchacho en sí), me molan mucho más las reseñas como las tuyas.
ResponderEliminar(Y sí que tiene pelazo la muchacha, sí)
Sí que dan ganas, Laura, pero es que esta gurusa lee a toda h..., digo pastilla, y yo todavía ando queriendo leer su anterior recomendación, incluso la de más atrás y sé que tiene casi 200 libros ya puestos en fila, (bueno, ahora los libros caben en un suspiro), así que creo que me voy a ir conformando con las reseñas.
ResponderEliminarMira, a lo mejor cae. Aunque tengo que admitir que últimamente estoy poco lectora. Será porque mi cabeza tiene demasiada información dentro todavía...
ResponderEliminarPues otro ¡AMEN!.Esta vez para esta desconocida Caitlin Moran.
ResponderEliminarGracias por tus recomendaciones, siempre acertadisimas.