lunes, 27 de octubre de 2014

Nombres que se caen de los mapas

 
Las ruinas son una constante en mi paisaje. Las llevo coleccionando desde que empecé a trabajar hace casi doce años, desde el mismo día en que subí vestida aún de señorita a un Land Rover que me llevaba un montón de veranos. No había un camino de campiña, de monte cerrado, arrimado a una vega o tirado entre trigales, que no me llevara a algún cortijo abandonado. Fastuosos o esquemáticos, fotogénicos o miserables. Tantos, que desde aquel principio en que apenas me daba cuenta de cómo estaba cambiando mi vida, me dije que algún día haría un inventario. Una foto, un nombre debajo. Un cementerio de paredes hundidas.

Me gustan. No de manera morbosa, ni por melancolía. No me pongo de perfil y pronuncio ah, el tiempo, cuando sumo una nueva ruina a mi lista. Carezco de romanticismo. Sólo es que me gustan las líneas simples de la arquitectura de los campos. Un triángulo encima de un cuadrado, el círculo de la era o el redil vecinos. Un par de palotes: dos árboles para tener una poca de sombra en agosto. Un diseño que cualquier mente infantil, limpia de borrones, pillaría al vuelo. Me gustan sus colores de esqueleto, y cómo terminan confundiéndose con la geografía: si las tierras son ricas y rojas, las fachadas se tiñen de óxido; si están rodeadas de rastrojos, se vuelven amarillas; si las plantaron en medio de una dehesa, cada ventana mellada parece de lejos una encina. 
 

Estás muerto por dentro si no te gusta este lugar

Me gustan y al mismo tiempo me irritan. Siempre me acerco a ellas con esperanza. Paro el coche, piso algún cardo, me acerco expectante de encontrar huellas de vida. Pero nunca veo nada. Si acaso, el hollín de un hueco que ya no acaba en chimenea, un trozo ridículo de lebrillo, un frasco de medicina para cabras. Las ruinas están mudas. Son una página en blanco de las que te arrancan la fe en la escritura. No responden una sola pregunta. Siguen autistas su camino hacia la nada. Hacen que se me ponga cara de analfabeta: yo quiero leer ahí historias humanas y no entiendo ni palabra.

Preguntas, preguntas: hasta cuándo estuvo habitada, desde cuándo. Cuántos bebés nacieron bajo esos techos caídos, cuántos muertos fueron velados. Cuánto se parecía el ruido de sus mentes al de la mía. Qué sentían al acostarse, aparte de un cansancio asesino de brazos, cuál era su primer pensamiento al levantarse. ¿Había resignación, vivían pendientes de alguna promesa? ¿Les asustaba quitarse otra vez la ropa de trabajo y sospechar lo rápido que pasan los años? ¿Vivían pendientes de algo? Un acontecimiento, un encuentro, algo que permitiera distinguir un día del siguiente. ¿Había frustración, había desidia, había esa burbuja de alegría que sin venir a cuento te empieza a crecer en el pecho y amenaza con ahogarte? ¿Deseaban lo que no tenían o se conformaban? ¿Hacían balances rutinarios del curso de sus vidas? ¿Se preguntaban a sí mismos lo estoy haciendo bien o y si me muero sin haber hecho lo que quería? ¿Sentían que algo los carcomía por dentro y no entendían lo que era? ¿Se escapaban a veces al monte y gritaban donde sólo los escuchaban las cabras? ¿Hacían conjeturas sobre otras vidas posibles? ¿Diseñaban proyectos distintos de la siguiente cosecha o paridera? ¿Se apasionaban? ¿Tenían hambre de atención? ¿Le daban miguitas de pan a su ego? ¿Se creían a veces invencibles? ¿Se sabían más libres que sus perros?

¿Tenían las mismas preocupaciones y las mismas certezas que yo? ¿Se me parecían? Es lo que nunca saben contarme las ruinas. Y a pesar de ello me gustan.


Mudas y preciosas

10 comentarios:

  1. Apuesto que la respuesta a muchas de las preguntas que te haces es si, si, sí... Todos los humanos, en un momento u otro; en cualquier tiempo y lugar han debido hacerselas.
    Oye, hace mucho que no te digo que me gusta como escribes. Te lo recuerdo.

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    1. Te recuerdo yo cuánto me llena de orgullo y satisfacción tu presencia.
      Y lo de las preguntas...No sé. La mecánica de las vidas que llenaron lo que ahora son ruinas era tan diferente de la actual que a veces pienso que sus mentes y las nuestras son subespecies emparentadas pero distintas.

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  2. Anónimo entre comillas28 octubre, 2014 23:48

    ¿Por qué esas ruinas, aún siendo sombra de lo que fueron mientras estaban vivas, siguen siendo un regalo para la vista? Algo casi imposible de encontrar en casas -futuras ruinas- construídas ahora.
    Cuántas preguntas...

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    1. Y al menos una respuesta: porque su diseño estaba en armonía con el paisaje que las englobaba y con el cuerpo, la mente y el trabajo de la criatura que las ocupaba.

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  3. Jo, qué bien y qué bonito escribes. ;_,)

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  4. Suelo tenerle tanto respeto a ese tipo de edificaciones que inconscientemente fui cambiando el término. Prefiero "Restos arquitectónicos" o "Restos arqueológicos" (Si hay que excavar.) No me gusta la palabra Ruinas. (Aunque con el cariño que tu la dices parece otra cosa.)

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    1. ruina.
      (Del lat. ruīna, de ruĕre, caer).
      1. f. Acción de caer o destruirse algo.

      Sólo me importa esa. El resto de acepciones subjetivas me la pelan.

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  5. A mí también me gustan, mucho.

    En Heidelberg (Alemania), hay un castillo que no restauran ni restaurarán porque quieren mantener el romanticismo de sus ruinas. A parte de estar rodeada de bosque, su río y su universidad oncológica especializada, el castillo fue lo que me hizo enamorarme de la ciudad.

    Salud!

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    1. Me quedo con el bosque y la universidad, amiga. A una, que es de vocación rural, le van más los chozos que los castillos.
      El doble para ti!

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