Descubrir que he estado llevando en las
tripas un Mal absolutamente eficaz y discreto, que sin una voz
ni un aviso y mientras más sana me sentía, ha transformado mi carne preciosa en compost. Entender, con la primera palabra vaga del médico, que estoy a punto de pasar del
sofá al tarrito de las cenizas sin apenas transición.
Que este gracioso lunar en la cara
interna de mi muslo empiece a parecerse cada vez más a un cruasán.
Que un día me deje una manchita de sangre en los pantalones del
pijama. Que, uno tras otro, los músculos de mi cuerpo se empiecen a
rebelar. Ser una conciencia obesa dentro de cincuenta y seis kilos de
carne incapaz.
El Ébola. Un positivo en un test de
embarazo. Los disruptores endocrinos. La comida tóxica. La anestesia
general. Los pasillos de los hospitales psiquiátricos. Que mi padre
olvide mi nombre. Que mi madre, tan orgullosa y tan pulcra, me diga
gimoteando que se ha hecho caca encima. Que Jose ya no se acuerde de
que hemos echado unas mil trescientas siestas juntos. Que yo me
olvide de todo lo demás. Que dentro de cuarenta años lea algo mío,
muy íntimo, y me pregunte quién ha escrito esa mierda preciosidad.
Los aviones. Vistos por dentro y desde
fuera. Los que están a punto de aterrizar. Los que rugen, a punto de
despegar. Todos los que se interponen en mi camino hasta Tailandia,
Carolina del Norte, Nueva Zelanda. Los trenes demasiado rápidos. El
humo con olor a combustible que empieza a colarse en el vagón de un
tren portugués. El vejete que se olvida de que las autovías no son
de doble sentido. El chófer de un autobús de línea que se pica con
un conductor quinqui. Los adelantamientos. Las curvas cerradas hacia
la izquierda. La niebla mientras conduzco.
Las ratas. Los perros sueltos en el
campo. Que se sequen los alcornoques y las encinas. Que las abejas y
los abejarucos se extingan. Dejar de hacer pie en el mar. La zona de
las piscinas donde cubre. Los pozos y los pantanos. El pasajero que
podría llevar una bomba en su equipaje de mano. La instauración de
un califato extremista. Las mafias que trafican con carne humana. El
mendigo que oculta un cuchillo jamonero debajo de siete jerséis. Que
me desplumen cada vez que, usando una red wifi, pago con Paypal.
Las drogas alucinógenas. Corea del Norte. El telediario. Los
maniquíes desnudos. Las tiendas de ortopedia. Los muñecos de más
de diez años.
Hablar en público. Leer algo que he
escrito. Los lugares atestados de gente. Ser muchedumbre. Que nunca
más vuelva a dolerme la barriga de risa. Asomarme al mundo como al
brocal de un pozo y escuchar sólo mi eco si digo hola. No
saber dar en su momento ni una sola respuesta adecuada. Perder el
tiempo. Ir siempre con prisas y dejarlo todo a medio hacer. No tener
hambre ni ganas de nada. Despertar a media noche y ser cruelmente
consciente de mi caducidad. Morirme decepcionada. No saber manejar el
miedo. Ser incapaz de querer.
Hija mía, no comprendo el título de este post. Lo que cuentas hace pensar lo contrario.
ResponderEliminarMe alegro de que me formule esa duda, progenitora. Es fácil de explicar: no tengo un millón de certezas, pero una a las que me agarro como un gato a las cortinas es que hacerte consciente de lo que te quiebra y asusta no es un síntoma de debilidad, sino sastamente lo contrario. Es como quedarte sin resuello al hacer ejercicio: parece que te estás muriendo, pero ah, no, amiguita.
EliminarPfff para leerlo diez veces más. Muchos miedos (no) escondidos...
ResponderEliminar¿Te importa si me quedo por aquí? Voy a leer más. ;)
¡Estás en la salita de tu casa! ¿Eres más de changüi o de galletitas?
Eliminar(Todavía no sé cómo se pone los besos con teclado)
Pues un changüi de esos de nocilla estaría genial, y una cervecita.... (tampoco hay que estar todo el día a fruta) ;D
EliminarBesos? :* o :x o
precioso :)
ResponderEliminar:* ¿Así? Parece una mancha de mayonesa.
EliminarBesos, por si acaso. Y muchas gracias!
Puede que sea uno de los más tuyos?...(vovitivamente) bellísimo. d.j.
ResponderEliminarCoño!, que no veo sin las gafas y me he cebao con las v...
ResponderEliminarTanta curva alpujarreña...¿De los más míos? Yo quiero por igual a todos mis churumbeles.
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