martes, 2 de septiembre de 2014

De rodaje


Tengo que confesar que en el post anterior me guardé un as en la manga. Oculté una información básica. De manera completamente inocente, añado en mi  defensa.  Todo fue culpa de un pequeño trastorno de perspectiva temporal que padezco: igual que cuando conduzco de noche la miopía me vuelve soberanamente torpe para calcular la distancia a la que están los demás coches,  a mi cerebro le cuesta calibrar lo que tardan en aproximarse las cosas. Lo que parecía esperarme instalado en un futuro remoto, de repente me da caza. El porvenir se me echa encima y yo no me doy cuenta. 

Y así, desprevenida, de repente me veo de vacaciones. Ajajá, gorriona, habrá quien me diga. Qué fácil es escribir sobre veranos infinitos teniendo quince días libres por delante. Qué displicencia a la hora de compadecer a los que volviendo a sus rutinas dan los buenos días largos por muertos. Cuando tus ocios no se han acabado. Cuando una mañana desayunas en Granada, almuerzas en Madrid y cenas a la vera de las Rías Baixas. Así cualquiera, chavala. 

El tren que me pondrá en Pontevedra se se está tragando la Península como si fuera bulímico. 237 km/h, 193, 120 cuando bosteza. La mirada a ras de tierra no está hecha para velocidades como esta. Los álamos que salpican la Meseta giran medio posesos. Pero entre punto y punto seguido de este párrafo yo vuelvo a saludar al paisaje. La ventana de un tren,  dice Jose,  tiene algo de pantalla de cine. Un viaje en cinemascope.

Y acaba de empezar, pero yo ya tengo un puñado de fotogramas. Esta mañana hemos madrugado criminalmente,  y el trayecto en autobús a Madrid se ha escrito en código Morse. Punto, raya, vigilia espesa,  cabezada.  Entre una y otra, algo sí he visto. Un sol que nace amasado con azufre.  La cara de un camionero a la misma altura que la mía,  cuando lo hemos adelantado. Movía los labios; debía de estar cantando o hablando con la radio. Un viejo señalándole a otro un punto perdido en el océano de olivos: un Rodrigo de Triana de secano. Ovejas aún esquiladas apiñadas en una acequia como en las escaleras mecánicas del metro. La dignidad de las encinas dando sombra a un rastrojo de muchos quilates.

Apuntarle a Jose los toros que nunca puede admirar cuando es él el que conduce,  y pensar que viajar de este modo, llevado por otros y a merced de un horario que ya no marcamos libremente, es hacer bonitos equilibrios entre el impulso propio y la conformidad. Dar la siguiente cabezadita admitiendo que, como modelo de vida, tampoco está mal.

Nos vemos ya mismo, queridinhos. Voy a estar unos cuantos días de rodaje. Así que, si no habéis pensado ningún propósito para el nuevo curso, yo ofrezco uno gratis: seguid leyendo este blog.  Ahí lo dejo. 

4 comentarios:

  1. Me das envidia. Dirás que si quiero, puedo hacerlo también, pero no, no es lo mismo.
    Besos.

    ResponderEliminar
  2. Anónimo entre comillas04 septiembre, 2014 22:51

    Algunos de los que nos quedamos en Granada, todavía sabemos ver la fortuna que supone disfrutar de estos últimos días del verano.
    Qué pena que las zamburiñas no puedan viajar en vuestras mochilas en el viaje de vuelta, para que pudiéramos comernos el mar un poquito, como estáis haciendo vosotros. ¡Que lo disfrutéis!

    ResponderEliminar
  3. Buen viaje! Espero que lo disfrutéis mucho! y por supuesto, me sumo al propósito. ¡Muas!

    ResponderEliminar
  4. Está muy feo utilizar un post para restregar a tus lectores tu futuro próximo... eso no se hace!... caca!...

    ResponderEliminar