viernes, 19 de septiembre de 2014

Avestruz

 
Abro parentésis.

Interrumpo la crónica aleatoria de mi viaje para hacer público un compromiso: no volveré a encender la tele a la hora de la comida. No veré nunca más el telediario, si soy yo la que tiene el mando. En comedor ajeno me tragaré lo que me echen, en la pantalla o en el plato. Pero en mi casa sólo se prestará atención a la verdurita tuneada del momento y a las migas en la comisura del vecino.

Debo aclarar que ese es uno de los hábitos tontos y automáticos que siempre estoy a punto de y siempre pospongo extirparme. Después de trabajar con lo peliagudo (mi vocación por papar moscas y dejar plantadas a la gente de verdad y a la escritura por lo que pasa en las nubes; mi ex-mal humor; mi vieja tendencia a instalarme en la insatisfacción y la autocrítica; mi etc., etc.), ya no me queda mucho más fuelle para pulirme y darme una última capa de brillo. Por eso, siempre que vuelvo del trabajo lo primero que hago es poner el telediario. Antes de soltar la mochila y de calentar la comida; antes de librarme del uniforme y de lavarme las manos. Sin que me vaya la vida en saber cómo anda la actualidad, esa fantasía. A sabiendas de que la persona que está apretando el botón de la tele no soy yo exactamente, o al menos mi yo vigente y consciente, sino una criatura del pasado.

Qué hacemos. Mi familia siempre comió con el runrún de las noticias amortiguando el de las mandíbulas. Que no se hablara mucho alrededor de la mesa no sé si fue huevo o gallina. Luego, al independizarme, la voz de los presentadores siempre fue preferible a ese himno al aislamiento que es el zumbido de la nevera. Comer con la mente perdida en lo que sucedía por ahí parecía más seguro que entender lo bien que rima adaptarse a la soledad con tristeza. Fue la persona que me rescató de vivir sola la que me hizo darme cuenta de lo maquinal de mi gesto.

Repito, qué hacemos. La gente tiene hábitos curiosos, y nunca nos paramos a leer la historia que hay detrás de ellos. En mi época universitaria, compartí piso con una chica que se extrañó de que yo limpiara el váter por dentro. Y yo, por mi parte, me extrañé de su fe en el poder acumulativo del aseo: siempre que volvía a casa de sus padres se duchaba dos veces al día, para no hacerlo ninguna en el par de semanas que pasaba en nuestro piso, y ahorrarse así la parte correspondiente de agua y butano.

Pero me disperso. El caso es que no pienso volver a hacerlo. Compartir piso con majaderas y ver las noticias. Y no sólo durante las comidas. Renuncio para siempre al telediario. Porque me genera sueños feos. Por ejemplo*: estar encerrada en una habitación con una horda de salvajes que me raja en vivo una pierna y me astilla el fémur para hacer mondadientes. Suena bastante imbécil, pero la visión en un bar del vasito con palillos se ha vuelto el triple de angustiosa de lo que ya de por sí era.

Y, sin embargo, ninguna pesadilla podrá ser tan macabra como el vídeo en que un niño le corta la cabeza a un muñeco, adoctrinado por su padre. Yo ya no quiero ver nada más de este mundo tan bárbaro. Sencillamente, mi umbral de tolerancia al horror se ha visto superado. ¿Estrategia del avestruz? Por supuesto. Pero ¿saber lo que pasa sirve de algo? ¿Sirve tener en casa un manual de oncología  si eres hipocondriaco? ¿Te salva ser consciente de cosas en las que no puedes incidir de ninguna forma? Resistir impávidamente la visión del espanto no te convierte en mejor persona, no te hace más bueno ni más valiente. Como mucho le añade barroquismo a un conocimiento más viejo que el hambre: que el ser humano es un animal abominable.
Qué cosas salen del internel
 

Yo prefiero ser un avestruz. Aunque sólo sea por las pestañas.

Cierro paréntesis. Mañana volveré a enterrar la cabeza en mi viaje.


* Creo firmemente que la narración de los sueños debería estar severamente penada por ley.

10 comentarios:

  1. Que no es por nada pero... que no te va a salir. Si estás acostumbrada a leer noticias, intentar saber del mundo, aunque sea del concejal de turno, lo del telediario lo llevas complicado. Puede que unos días, unos días buenísimos por cierto, mas tranquilos, estarás mas sosegada, sin ese regomello que dan las noticias pero, cual Terminator... ¡Volverás!
    Si no, al tanto.

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    1. Apocalíptico Bubo, te daré la razón porque tienes los ojos grandes y ves bien en la oscuridad. Las avestruces somos pura lerdez pestañeante. Pero hoy me he sabido resistir al Informe Semanal, que es otro de esos clásicos populares de mi historia familiar.

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  2. Qué curioso, siempre que leo sueños en los libros, incluso aunque todo el libro me esté gustando, lo hago con desinterés y siento como si sobraran.

    Yo no tengo tele en casa, y creo que me viene bien, porque cuando la veo en casa ajena me pongo de mal humor; quizás lo suyo sería recubrirse de una capa de indiferencia, pero también me pregunto si no es precisamente eso lo que se pretende con tanta imagen escabrosa no acompañada de información útil.

    Como dices, no sé si es tan necesario informarse de aquello con respecto de lo que no vamos a actuar, sí que creo que es necesario actuar e informarse para ello, no precisamente a través del telediario.

    A mí me gusta usar ese rato para hablar si como con alguien o hacer listas o incluso ver alguna serie chorra, aunque eso no es lo más "mindfull".

    Te leo aunque comente trimestralmente :)


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    1. Pero tus comentarios son gordos y jugosos y me dan hasta que me llegan los próximos. Te admiro locamente por no tener tele. Yo regalaría la de mi casa, si no fuera porque es de mi casero, y porque el otro habitante de mi piso es un consumidor compulsivo de partidos de baloncesto.

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  3. No ver los telediarios no es esconder la cabeza... es simple supervivencia. Verlos cada día da ganas de cortarse las venas.

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    1. Sobre todo si lo gore te pone bastante como para encima chutarte a Pedro Piqueras.

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  4. Lo vas a conseguir. Yo creo que sí. Poquito a poco. Cada vez son más sensacionalistas y además, ¿eso que muestran es todo lo que pasa?
    Mis visitas a la tele son cada vez más escasas y hay muchos días que nulas. Últimamente la utilizo para hacer oído en inglés. En franja horaria en la que puedo verla sólo hay programas de reformas caseras así que voy pronto a ser experta en la jerga de la construcción anglosajona.
    Besis

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  5. Soy de tu opinión -o era-. Tantas noticias que nos amargan las comidas y nos hacen sentir impotentes por no poder hacer
    nada...¿De verdad no podemos?.
    Cuando las víctimas son humanas, el hecho de que se conozca su sufrimiento, ayuda.

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    1. De acuerdo en la última frase, pero ¿y cuando son monstruos? ¿Qué tipo de respuesta puedo darle yo a un mundo donde se enseña a los niños a cortarle la cabeza a sus muñecos para que se vayan bien de humanidad y de entrañas?

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