miércoles, 13 de agosto de 2014

Manos que siembran recuerdos


Pasadas las 20:30 salimos por fin de la casa. Llevo todo el día añorando el aire libre levemente y por compromiso, porque es lo que espero de mí misma. Pero el calor no ha accedido hasta ahora a dar una tregua a la israelí, y de algún modo esta casa es un híbrido entre lo orgánico y lo construido. Las escaleras son tan empinadas que uno echa de menos al bajarlas un bastón senderista. Por las baldosas de arcilla ando descalza sin que nadie tuerza el morro a mi paso. Los cuartitos son pequeños como cavidades secundarias de una gruta, y encima de todos ellos, el altillo, la casita en el árbol a la que sólo se llega trepando. Nosotros somos ahora esos dos animalitos que salen de la madriguera guiñando. Nos cuesta vivir sin ríos ni hierbas, pero en cualquier puñado de paredes con un techo bastante alto sabemos levantar un castillo.

Ahora por fin podemos echar un vistazo al huertecito. Aquí unas tomateras, unas matas de berenjenas y pimientos, acelgas. Un mallazo metálico que ha sido reciclado con gracia para componer una espaldera de judías verdes. Unos cuantos naranjos más allá, pasada la hamaca que mi tía Juani trajo de Guatemala, otro trocito de empeño: más tomates, más berenjenas, ¿calabacines o calabazas? Me arrimo a todo esto sin que me importe ensuciarme las sandalias, y pienso que la ternura es un tipo de arma. Puede matarme un cachito, a poco que recuerde que los tomates de formas no muy ortodoxas, las berenjenas de carne tan prieta como el culo de la garota de Ipanema, están ahí merced al trabajo de dos hermanas, que no son cualesquiera, sino mi madre y mi tía Esperanza. Y sólo tengo que imaginar la seriedad casi docta de una, la sonrisa bajo el sombrero de paja de la otra, la tierra invitándose a sus uñas, sus lomos hacendosos, para que algo por dentro se me encoja. Esto es lo que en unos pocos ratos, y sin tener como mi padre una sabiduría genética del asunto, le han arrancado a la tierra donde una exageración de naranjas se pudre, a la sombra que apenas domestica los vientos salvajes del Valle, al ronroneo continuo de la acequia. Sobre todo, a la provisionalidad de este lugar en sus vidas.

En apenas dos meses ya no tenderán un mantel sobre aquella mesa. No les inquietará el rechinar de unos pasos sobre la grava de la entrada a la parcela. No nos quejaremos más del viento y del frío invasivo. No sufriremos en la ciudad los efectos de una resaca de azahares. Antes de que el pueblo huela a chimenea, mi tía entregará al dueño de la casa las llaves de un proyecto que nadie podrá tildar de fallido. Su expectativa, como la mía respecto a este blog, tal vez fuera otra, pero cuántas cosas, aparte de estas verduras, se habrán sembrado por el camino.


Hermana acelga, prima habichuela


En la linde de la parcela vecina sobrevive una vid medio loca que conoció en otro tiempo las manos de algún campesino. De ellas a lo mejor ya no quedan más que huesos en el cementerio, pero la parra persevera y está llena de racimos. Yo me conmuevo y picoteo uvitas todavía un poco verdes. Quién sabe. Tal vez dentro de unos años, cuando en esta tierra ya no haya huerto ni tía ni madre, alguien se tope con una mata terca de las calabazas que ellas plantaron, y no sepa de dónde le viene un disparo de ternura.

5 comentarios:

  1. Solo esa foto y el milagro de contemplar cómo unas simples semillas o unas plantas tan pequeñas y tan iguales que no sabía distinguir al principio, han terminado encarnándose en cada uno de los elementos que la componen, habría sido suficiente para saber que ha merecido la pena. Ha habido tantas "solo esas", que se me hace difícil pensar que un día cercano cerraremos esa puerta para no volver.
    Gracias por la ternura...

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  2. Hace unas semanas, tu tía me preguntaba si echaría de menos todo esto; aquel día no supe que responder, hoy lo tengo claro: Estoy empezando ya a añorarlo.

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  3. Ni fallido ni lucrativo. ¿Sabes lo que echo de menos? Algo que al principio me irritaba un poco y con lo que, a la postre, hice amistad: el rebuzno de nuestro borriquillo vecino, que al final conoció un tiempo mejor. Todos los que hemos vivido nuestros ratos en aquel pedazo de tierra dejaremos algo en él, y nos llevaremos mucho con nosotros.
    Manolo.

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  4. Una preciosidad! Emotivo, tierno, bonito...

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