Ya no me importa llegar a la playa y que
el mar parezca un gran plato de sopa juliana. No me molesta toda esa
nata, esos trocitos de verdura pocha, esa mugre flotante que recuerda
sospechosamente a algún tipo de secreción. Ya no me repele que las
algas me rocen los muslos: ese tacto cadavérico y violador.
No me importa salpicarme los pies cuando
meo en el campo y llevo sandalias.
Caerme delante de la gente. Tropezar con
mi propia sombra con una frecuencia superior a la media.
Ya no me importa que un bollito de masa
acolche mi cadera según qué posturas.
Que la piel de mis piernas no tenga la
lisura pétrea de las mujeres de pelo fino.
Andar con mi afroamericano culo
proyectado hacia fuera como un patito.
Las palmeras tiesas de pelo que encrespan
mis dos coronillas y oponen una resistencia digna de respeto a mi
empeño civilizador.
Todas las ocasiones tiernas y estúpidas
en que defendí mi desnudez con todo tipo de armadura.
No me importa no identificar mi alegría
basal en esa muequecilla de sonrisa que me observo en las fotos.
Mirar esa cara y no encontrar en ella un correlato de lo que me pasa
por dentro.
Que sólo los ojos abnegados de mi suegra
me encuentren parecido con La señora.
Admitir que en realidad tengo más pinta
de pastorcillo a Belén que de mujerón.
¿Y por este perfil tampoco? |
No me importa que mi coche tenga el
aspecto de una bola de papel de aluminio.
Que mi casa, como una beata, sólo esté
aparentemente pulcra.
Que mi decoración culinaria recuerde al
amontonamiento de comida en un plato de buffet libre.
Que me chorree un goterón de helado en
la falda limpia.
Que un planchado virtuoso no me anuncie.
No me importa no tener invitados
brillantes y graciosos esta y ninguna otra noche.
Que mi correo no rebose de más correos
obsequiosos de los que puedo contestar. Que, de
hecho, no relumbre ni uno.
Que no se me ofrezca participar en algún
proyecto interesante. Que a mí no se me ocurran proyectos que al menos a mí me puedan interesar.
Que la imagen que ofrezco no sea
exactamente apasionada ni vistosa.
Que no se me pueda asociar al campo semántico de la palabra
fulgor.
No me importa haberme
enamorado más veces de las que de mí se enamoraron.
No me importa que la realidad se escape
de la faja de mi deseo.
No me importa un carajo no ser específicamente deseada.
No me importa ser esa persona cuya cara
te suena pero sin que recuerdes de qué.
No me importa que el tiempo apremie,
apremie, apremie y, a la vez vaya borrando mis huellas.
No me importa ser chapucera.
No me importa puntuar con cifras
decimales en la cuenta de la humanidad.
No es resignación ni acomodo. Es la
liberación. Soy mucho más ligera sin todo ese equipamiento de
virtudes y resistencias. No blindo mi imagen. No endioso mi
pretensión. Voy mucho más lejos a cuestas del humor.
De verdad no importa?
ResponderEliminarO si, pero ...
Mmm, comentario del millón. De verdad importaba, y de verdad que malgastaba energía en ello.
EliminarDarle coba al ego es como tener una enfermedad de la piel: cuanto más te rascas, más te pica, así que lo mejor que puedes hacer es no rascarte. A veces te curas de ella, o al menos mejoras, pero nadie te asegura que no vayas a sufrir una recaída. Mientras tanto, te ahorras el esfuerzo idiota de rascarte.
"Voy mucho más lejos a cuestas del humor" !Ole y ole! Y te lo diré una y mil veces: estás iluminada. Simplemente ERES, cosa muy difícil de ser.
ResponderEliminarBesos!!
Sí que es duro. Pero vale la pena. Aunque perdona que levante la ceja al leer lo de iluminada. Más quisiera yo, hermana.
EliminarEs que los iluminados de verdad, no saben que lo están... ;P
EliminarOlé!
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