Dios no tenía madre que le lavara el
cerebro con refranes del tipo Vísteme despacio que tengo prisa.
Dios, en su infinita sapiencia, desconocía los riesgos de la
precipitación. Dios procrastinaba, y se dejó para la última semana
de curso todo el temario de la Creación. Tenía toda la eternidad
por detrás y por delante para hacer una cosa fina, sin más cliente,
contratista o acreedor que su propio capricho, y no se le ocurrió
otra que improvisar un Universo en seis días. Después de semejante
empacho, al séptimo, lógicamente, descansó.
A lo mejor se encontraba solo,
inconmensurablemente solo, y se puso a fabricar mundos en un ataque
de salvaje melancolía. Tenía el seso y el corazón supurantes, y
hasta Él debe de saber que uno entra en estados febriles creyéndose
un genio y sale de ellos con un montón de mierda alrededor.
A lo mejor nunca lo había hecho antes.
Chapucero, maníaco-depresivo o
simplemente novato, a Dios se le ve, a poco que mires, el plumero de
la incompetencia. A mí se me ocurren las siguientes diez pifias,
pero segura que hay otras tantas:
Las rodillas. Uno no se explica
cómo las manos virtuosas que modelaron el ala de la libélula o el
cloroplasto pudieron echar remiendos a la hora de ensamblar las
diversas piezas del esqueleto. Los tobillos recuerdan a aves de
corral, los codos son increíblemente toscos; los nudillos sugieren
congestión, pero ¿y las rodillas? ¿No había otro acabado menos
basto que poner ahí encima, como a paletadas, un pegote de
plastilina, una excrecencia de carne más propia de un muñón? Hay
rodillas y rodillas, pero hasta las menos imperfectas tienen un aire
de pieza de jamón de York.
Las uñas. Estoy hablando del
cuerpo humano, ¿de acuerdo? No sé, hay algo que no me cuadra en eso
de a su imagen y semejanza. Dime, Dios, ¿eres un resentido o
un juerguista? ¿Para qué necesita tu Delfín – Hacedor – de –
Herramientas esas plaquitas córneas que, por muy curioso que uno
sea, son imanes para la mugre más cobarde? ¿Que crecen y crecen y
se burlan de un pobre cadáver?
El asunto del pelaje está
igualmente mal resuelto. Al cambio de armario y la depilación me
remito. ¿Quién ha visto a lagartijas y liebres armar la que armamos
nosotros a cada cambio de estación? Podría decirse que la caída de
la hoja es otra forma cutre de adaptación climatológica; pero al
menos de ella se benefician el humus y los pintores impresionistas.
De mis cambios de armario sólo sacan partido Inditex y, si acaso,
alguna mujer de mi familia.
El sueño. Que sí, que yo ya me
sé su importancia fisiológica, lo de la reparación de los tejidos
y la consolidación del aprendizaje y la memoria, pero ¿no habría
otro proceso menos parsimonioso y torpe, más aprovechadito, que un
coma de ocho horas? Uno se echa a dormir como si fuera un ordenador
de los años ochenta, y por si fuera poco desperdicio de un tiempo
que así se vuelve precioso, al despertarse tiene que emplear al
menos otra hora para recordar cómo funcionaba la vida.
Que quede claro: Dios es misógino. Sólo
tengo que poner encima de la mesa, y perdón por lo escatológico,
esas dos grandes salidas de tono que son la menstruación y el
mear en cuclillas. ¿Qué es eso de poner los orificios
femeninos más escabrosos apelotonados ahí abajo? ¿No quedaba más
soporte anatómico para los distintos tipos de evacuación? No sé,
el dedo meñique está francamente infrautilizado. ¿Y el sangrado
mensual, haya o no oportunidad de reproducción? A eso se le llama
ensañarse.
Hablemos un poco de animales, para no
pasarnos de antropocéntricos. A ver, Padre Eterno, hay un millón de
especies de insectos descritas, y la Wikipedia calcula que entre
otros diez y treinta millones están aún por identificar. En medio
de semejante masa apocalíptica de alas y antenas, ¿cuál es el
sentido ontológico de las moscas, de los mosquitos?
¿No eran perfectamente prescindibles? ¿Había necesidad alguna de
subirlas al Arca de Noé? El parasitismo también me parece
una bufonada y una inmoralidad. Liendres, lombrices intestinales,
pulgas, y garrapatas, y perdón por la demagogia, pero tertulianos,
banqueros y políticos. La predación y la ley del más fuerte, a mi
pesar, las respeto. La simbiosis es amor. Pero que ciertos seres
ínfimos se tomen las naturales relaciones de poder como el pito del
sereno viene a ser un atentado yihadista a tu omnipotencia. Dios.
La confinación ecológica de las
especies resulta, como todo determinismo, una tomadura de pelo
asfixiante. ¿Por qué no me dotaste de branquias, por qué no puedo
volar sin Tranxilium y sin que Ryanair me veje? ¿Por
qué me pesa tanto el culo si quiero trepar a la copa de un árbol?
¿Por qué he de compartir el tabique nasal desviado y la miopía de
mi padre?
Podría seguir pero, Dios, no pretendo
avergonzarte. Si tienes un poco de decencia, hace ya tiempo que
debiste de haber lamentado que la conciencia humana te saliera
como te saliera.
Oh, de narices desorientadas yo también tengo...
ResponderEliminarBeso.
Chatina, qué quieres, si soy tu tita. Lo has heredado de mi padre, que entonces resulta que es tu abuelo.
EliminarSi entre tus lectores hay algún creyente y chapuzas, se consolará pensando que está hecho a semejanza de su Creador.
ResponderEliminarO te demandará por blasfema.
Que pa mí que no es delito la blasfemia, eh.
EliminarLo de la misoginia del creador me tiene especialmente quemada, porque todavía no lo has visto -sufrido- todo, espera que pase el tiempo y verás, una gracia tras otra...
ResponderEliminarY de verdad, si el ser humano fue su mejor ocurrencia, podría haber dedicado el sábado aquél (¿nos hizo en sábado, no?) a asistir a algún cursillo de modelado en barro; quizás unas primeras pruebas desechables habrían mejorado el resultado final.
Pero me está dando un adelanto, porque mi menstruación sigue estando como unas maracas, y este verano me están dando unos bochornazos paranormales. Creo que soy una menopáusica precoz.
EliminarTenía que haber descansado, la Criatura. Qué ansia, hacerlo todo en seis días, qué asura.