miércoles, 27 de agosto de 2014

Diez chapuzas de Dios

 
Dios no tenía madre que le lavara el cerebro con refranes del tipo Vísteme despacio que tengo prisa. Dios, en su infinita sapiencia, desconocía los riesgos de la precipitación. Dios procrastinaba, y se dejó para la última semana de curso todo el temario de la Creación. Tenía toda la eternidad por detrás y por delante para hacer una cosa fina, sin más cliente, contratista o acreedor que su propio capricho, y no se le ocurrió otra que improvisar un Universo en seis días. Después de semejante empacho, al séptimo, lógicamente, descansó.

A lo mejor se encontraba solo, inconmensurablemente solo, y se puso a fabricar mundos en un ataque de salvaje melancolía. Tenía el seso y el corazón supurantes, y hasta Él debe de saber que uno entra en estados febriles creyéndose un genio y sale de ellos con un montón de mierda alrededor.

A lo mejor nunca lo había hecho antes.

Chapucero, maníaco-depresivo o simplemente novato, a Dios se le ve, a poco que mires, el plumero de la incompetencia. A mí se me ocurren las siguientes diez pifias, pero segura que hay otras tantas:

Las rodillas. Uno no se explica cómo las manos virtuosas que modelaron el ala de la libélula o el cloroplasto pudieron echar remiendos a la hora de ensamblar las diversas piezas del esqueleto. Los tobillos recuerdan a aves de corral, los codos son increíblemente toscos; los nudillos sugieren congestión, pero ¿y las rodillas? ¿No había otro acabado menos basto que poner ahí encima, como a paletadas, un pegote de plastilina, una excrecencia de carne más propia de un muñón? Hay rodillas y rodillas, pero hasta las menos imperfectas tienen un aire de pieza de jamón de York.

Las uñas. Estoy hablando del cuerpo humano, ¿de acuerdo? No sé, hay algo que no me cuadra en eso de a su imagen y semejanza. Dime, Dios, ¿eres un resentido o un juerguista? ¿Para qué necesita tu Delfín – Hacedor – de – Herramientas esas plaquitas córneas que, por muy curioso que uno sea, son imanes para la mugre más cobarde? ¿Que crecen y crecen y se burlan de un pobre cadáver?

El asunto del pelaje está igualmente mal resuelto. Al cambio de armario y la depilación me remito. ¿Quién ha visto a lagartijas y liebres armar la que armamos nosotros a cada cambio de estación? Podría decirse que la caída de la hoja es otra forma cutre de adaptación climatológica; pero al menos de ella se benefician el humus y los pintores impresionistas. De mis cambios de armario sólo sacan partido Inditex y, si acaso, alguna mujer de mi familia.

El sueño. Que sí, que yo ya me sé su importancia fisiológica, lo de la reparación de los tejidos y la consolidación del aprendizaje y la memoria, pero ¿no habría otro proceso menos parsimonioso y torpe, más aprovechadito, que un coma de ocho horas? Uno se echa a dormir como si fuera un ordenador de los años ochenta, y por si fuera poco desperdicio de un tiempo que así se vuelve precioso, al despertarse tiene que emplear al menos otra hora para recordar cómo funcionaba la vida.

Que quede claro: Dios es misógino. Sólo tengo que poner encima de la mesa, y perdón por lo escatológico, esas dos grandes salidas de tono que son la menstruación y el mear en cuclillas. ¿Qué es eso de poner los orificios femeninos más escabrosos apelotonados ahí abajo? ¿No quedaba más soporte anatómico para los distintos tipos de evacuación? No sé, el dedo meñique está francamente infrautilizado. ¿Y el sangrado mensual, haya o no oportunidad de reproducción? A eso se le llama ensañarse.

Hablemos un poco de animales, para no pasarnos de antropocéntricos. A ver, Padre Eterno, hay un millón de especies de insectos descritas, y la Wikipedia calcula que entre otros diez y treinta millones están aún por identificar. En medio de semejante masa apocalíptica de alas y antenas, ¿cuál es el sentido ontológico de las moscas, de los mosquitos? ¿No eran perfectamente prescindibles? ¿Había necesidad alguna de subirlas al Arca de Noé? El parasitismo también me parece una bufonada y una inmoralidad. Liendres, lombrices intestinales, pulgas, y garrapatas, y perdón por la demagogia, pero tertulianos, banqueros y políticos. La predación y la ley del más fuerte, a mi pesar, las respeto. La simbiosis es amor. Pero que ciertos seres ínfimos se tomen las naturales relaciones de poder como el pito del sereno viene a ser un atentado yihadista a tu omnipotencia. Dios.

La confinación ecológica de las especies resulta, como todo determinismo, una tomadura de pelo asfixiante. ¿Por qué no me dotaste de branquias, por qué no puedo volar sin Tranxilium y sin que Ryanair me veje? ¿Por qué me pesa tanto el culo si quiero trepar a la copa de un árbol? ¿Por qué he de compartir el tabique nasal desviado y la miopía de mi padre?

Podría seguir pero, Dios, no pretendo avergonzarte. Si tienes un poco de decencia, hace ya tiempo que debiste de haber lamentado que la conciencia humana te saliera como te saliera. 
 

6 comentarios:

  1. Oh, de narices desorientadas yo también tengo...
    Beso.

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    1. Chatina, qué quieres, si soy tu tita. Lo has heredado de mi padre, que entonces resulta que es tu abuelo.

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  2. Si entre tus lectores hay algún creyente y chapuzas, se consolará pensando que está hecho a semejanza de su Creador.
    O te demandará por blasfema.

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  3. Anónimo entre comillas28 agosto, 2014 21:48

    Lo de la misoginia del creador me tiene especialmente quemada, porque todavía no lo has visto -sufrido- todo, espera que pase el tiempo y verás, una gracia tras otra...
    Y de verdad, si el ser humano fue su mejor ocurrencia, podría haber dedicado el sábado aquél (¿nos hizo en sábado, no?) a asistir a algún cursillo de modelado en barro; quizás unas primeras pruebas desechables habrían mejorado el resultado final.

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    1. Pero me está dando un adelanto, porque mi menstruación sigue estando como unas maracas, y este verano me están dando unos bochornazos paranormales. Creo que soy una menopáusica precoz.
      Tenía que haber descansado, la Criatura. Qué ansia, hacerlo todo en seis días, qué asura.

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