sábado, 23 de agosto de 2014

Big Sister

 
¿Y ahora qué, Lionel?

¿Cuánto tiempo tendré que esperar para volver a tener ese esplenderoso cerebro tuyo entre manos? ¿Dos, tres, cinco? Venga ya. ¿Cuántos sucedáneos, mientras tanto?

Algunos no me parecerán, en comparación, completamente malos. Podrán resultarme pasables, atractivos, encantadores, hasta fascinantes. Daré por bien empleado el tiempo que les dedique. Algunos incluso conseguirán tumbar ese espejismo tan bien conseguido, ese lugar común que insiste en que el tiempo de los relojes existe. Me acordaré para siempre de alguna frase impactante. Tal vez, aunque me despida de ellos, pasen a formar parte de mi vida, de una manera sutil y suave, como ese tipo de amigos de los que uno tiene la certeza de que van a pillar tus chistes memos o ambiguos, por más que el lapsus en la comunicación se pueda contar en años. Puede que hasta me hagan olvidarte.

Pero ninguno de ellos conseguirá arrastrar el poso de deseo semiinconsciente de leerte otra vez. Grumos de nostalgia camuflados en la ilusión de encontrar nuevas juntas, que me obligarán a buscar tu apellido impronuncible en los anaqueles de mis librerías favoritas. Pero el momento aún no habrá llegado. Mientras yo miro y remiro, y acaricio los otros cuatro volúmenes tan queridos y amarillos; mientras con un suspiro paso de largo y sigo repasando la S en los estantes, Salter, Saunders, Steinbeck, tú seguirás sentada en ese viejo sillón de cuero del que no sabes desprenderte. La ventana abierta a la humedad poco amiga de tu pelo fosco, una taza de té de jengibre sin azúcar sobre el escritorio, el ceño fruncido, los ojos cerrados. Tal vez prepares una tarta de pesto y polenta, embebida sin embargo en tus paisajes mentales, procurando no espolvorear el relleno con la zozobra de tus personajes.

Dos viñetas en apariencia incoherentes. Quién sabe cuántos borradores por tu parte, cuántos descartes y brotes de novelas que terminaste podando pero que a mí me habrían valido de sobra. Quién sabe cuántos vaivenes de opinión por la mía, cuántas dudas todavía y cuántas certezas. Así hasta que en una de esas visitas un poco onanistas a la librería encuentre tu Nuevo Libro. Y en él, algunas de las intuiciones que no he sabido formular nunca, muchos más deslumbramientos, mucho hábito mental resquebrajándose. Tratados de ecología emocional expuestos de manera despiadada, por lo minucioso, por lo desnudos de toda vestidura biempensante. Maternidad, fidelidad, insatisfacción; enfermedad y muerte: todas esas abstracciones que pasadas por el filtro de un puñado de personas de mentira se vuelven dolorosamente específicas.

Devoraré entonces tu libro, en dos, tres, cinco días, y volveré a saber así que la espera siempre es más larga e irrefutable que un encuentro. Estaré otra vez de acuerdo con esto que cierra Big Brother:

 Por más daño que haga la carencia, la saciedad es peor. Así pues, esto es lo que pienso:  estamos hechos para tener hambre.

Hambreee


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