No veo nada sin gafas, pero qué importa.
No voy a durar despierta dos minutos, pero qué importa: hoy quiero
echarme a la siesta de cara a las higueras. Pongo la almohada a los
pies de la cama. Hago un ravioli con ella metiendo un cojín de
relleno. Mi cabeza cae sobre este milhojas con una solemnidad de
harem otomano. Las higueras también tienen algo de otomano. Estamos en
la misma onda: guardamos un mismo secreto dulce y espeso que se
pierde al ser pronunciado. No distingo los contornos; no puedo decir,
desde mi cuarto, aquí acaba el tronco y aquí empieza la hoja. Pero
es como si la miopía me capacitase a veces para ver el aura de las
cosas. Las higueras tienen una vocación de refugio, y eso lo veo. La
luz de esta hora no cae a pique criminal desde el cielo, sino que
preña las formas. La veo. Puedo quitarme las gafas y oler con la
mirada las cosas.
Booniitaas |
Estoy a punto de quedarme frita. Mis ojos
huelen y mis ojos pueden oír también. Miro las higueras y me dejo
adormilar por su nana. Porque los árboles cantan aunque disimulen y
se estén muy quietos, más allá del sonido que el aire les arranca.
Este es el tipo de chorradas que sé a un paso del sueño. Ah,
pero algo más pasa. Soy víctima de una sugestión. Vienen a mi
memoria imágenes que he ido atesorando sobre la sombra. Es toda una
concatenación. Higueras. Achaparradas y calientes como chozas. El
rebaño de ovejas que se cobija bajo un artesonado de ramas en medio
de un campo tostado de Formentera. Un pastor sentado al pie de una encina
a pocos metros de la autopista, mirando a
su perro como si practicaran un truco mentalista. Una vieja toda de
negro y muy encorvada que camina con gracia de geisha bajo un
parasol. Otra vieja sentada al lado de su marido en una carreta,
sujetándose feliz el ala de su sombrero de paja. Parece la heroína
recién casada de una novela victoriana. Nuestra nueva manta de
cuadros echada bajo un alcornoque, y sobre ella nuestros cuerpos
sonrientes, digiriendo sin guerra una fiesta de jabalí y jibia en
salsa. La sombra del árbol sobre mi falda blanca: monedas en mi
regazo. Mi blog.
¿Mi blog? Qué demonios. Tengo demasiado
sueño como para entender la conexión. Y, sin embargo, es tan fácil
verlo sin gafas. Siempre que veo higueras pienso en mi casa. No en
esta casa de campo ni en ninguna otra sobre la tierra mediterránea.
Hay un hogar escondido bajo cada una de sus copas. Una opción de
refugio. Hay siempre una mínima sombra que podemos
procurarnos para estar a salvo de la crudeza.
Antes de dormirme comprendo de una vez
por todas que escribir es mi sombra y mi improvisado techo. Mi hogar
en cualquier parte y bajo la violencia de cualquier cielo. No hace ni
tres días dije que no encontraba motivos para continuar con esta
labor ardua y tantas veces vana. Pero salí a la calle y miré aún
con ojos de escritura. Seguí oyendo párrafos y rastreando tramas.
No pude caminar por el mundo olvidando que hay una belleza que
necesita ser amparada.
Ahora mi arrebato de mutismo parecerá un farol o una rabieta de cría. Yo quiero verlo como un test de supervivencia. Ahora
sé dónde está mi casa.
Así somos y seguiremos siendo. Un día pensamos una cosa, al siguiente, sin poder creerlo, justo lo contrario
ResponderEliminarEs el estado natural de casi todos nosotros, los indecisos.
Ay, chica, no sé si corresponde en este caso que me incluyas. No es en absoluto una cuestión de indecisión. Desde que comencé esta aventura creo que he demostrado ser más empecinada y constante de lo que jamás pensé que sería.
EliminarSólo que a veces la energía vacila y el amor flaquea y uno pierde la perspectiva de por qué está haciendo las cosas, y a lo mejor no hace falta tanto tiempo para volver a conectar con la razón última que lo mueve todo.
Y yo que me alegro!!
ResponderEliminarBesos de amor para ti, aunque lleguen tres días tarde.
EliminarY yo, mucho.
ResponderEliminarAl leer tu anterior post me dio una especie de escalofrio cuando me pareció que anunciabas el final de esta aventura. No quise o no supe darte razones para seguir, porque me parece una labor tan complicada que sólo tú podías encontrar la respuesta; sopesar cuánta energía y tiempo inviertes y qué encuentras a cambio (perdona si suena mercantilista) y parece que las higueras y tú la habéis encontrado juntas, ellas han sido las mejores consejeras.
Pasa que soy un 30% inseguridad y un 70 % pereza, y por eso siempre pido la opinión de los demás. No, en serio, lo que tú puedas o separ decirme me interesa sobremanera, porque siempre he confiado o deseado que esta fuera una aventura más o menos colectiva, aunque íntima. Y siempre creo que cierta perspectiva es fundamental para tomar determinadas decisiones, y respecto a esta en concreto, yo carezco de ella.
Eliminar