lunes, 7 de julio de 2014

Ni en mil vidas haremos algo mejor que leer


Tengo el e-reader en las manos, su peso de pajarito, el marco de un bonito color cereza, la pantalla mate y, según como le dé la luz, casi pulcra, y no puedo evitar que mi ceño se frunza. Paso sin parar el dedo por ella, y sin embargo no siento que avance en la lectura. Y eso, que al principio me parecía un fantástico truco de magia para retrasar la evidencia de que todo buen libro se acaba, ahora me despista. Echo de menos que este que estoy leyendo tenga su propio cuerpo, un peso de papel característico, un lugar en el mundo. Echo de menos las magulladuras en un papel que, además de la impresa, contiene la historia de las horas que pasé con ella. Unos granos de arena de playa entre sus pliegues. Una gota de zumo de paraguaya que se me escapó de un mordisco. Un rayajo fucsia de pintauñas, como si hubiera estado en manos de un niño. Echo de menos cerrar el libro con un dedo marcando la página en la que he interrumpido la lectura, y suspirar de tristeza y satisfacción al mismo tiempo, porque me queda tan poco, pero tan poco para acabarlo, y lo he devorado rápido, pero tan rápido. El reloj de las páginas leídas: el tiempo mejor empleado del mundo.

Sé que un libro me ha engatusado si la nostalgia del papel me ataca por la espalda, mientras contemplo mi práctico, higiénico e-reader. En estos momentos añoro a un nivel Síndrome Premenstrual Lisboeta no tener Una y otra vez en formato físico.

Un tomito de 400 páginas quiero sopesaaar

Hace unos días me topé con una referencia de pasada en la radio del coche. Estaba a un montón de kilómetros de la autovía o el semáforo más próximos. Ya sabéis, ruinas de cortijos, mosquitos violadores, un cielo desesperadamente azul, trigales. La señal vacilaba. Tan de los viejos tiempos, esa carraspera repentina de los altavoces, el contacto con las cosas elaboradas del mundo esfumándose. A trancas y barrancas pillé un hilván de argumento: ¿y si tuviéramos la oportunidad de vivir una y otra vez, hasta que nos saliera bien?... Frrrffr.... La voz del locutor que se pierde.... Kate Atkin.... Frrrffr.... (¿Atkinson, ha dicho? ¿Cómo Mr. Bean? No, no me suena ni un poquito) … con tono compasivo y no exento de humor.... Frrrffr... (Humor y compasión: el cóctel perfecto para que la vida pueda tragarse. Vale, cuando llegue a casa lo busco)

Y eso es lo que hice. Busqué. Descargué. Incorporé al e-reader. De manera completamente virgen. Andaba necesitada de una historia con gancho, después de una temporada varada entre libros sin jugo y relatos demasiado exiguos. No quise saber más. Ni una mala crítica, ni una idea previa, ni la menor opinión de otro. Tal vez fuera un best-seller cualquiera, fastuosamente romo. Pues bien, esta vez tendría que hacer yo el primer triaje, dar mi veredicto como si formara parte de un tribunal popular, pero sin orientación de abogado alguno. Hacía mucho que no leía a pecho descubierto, desnuda de prejuicios y sin protección.

Y así es como ha vuelto a pasar: he sido arrastrada otra vez hacia el fondo de la narrativa pura. De vez en cuando saco la cabeza y me pregunto qué es lo que está pasando, cómo lo ha hecho Mrs. Atkinson, qué movimientos de manos demasiado rápidos se están aprovechando de mi atención palurda para hacerme creer que lo que leo es la vida real y no un puñado de palabras bien puestas unas al lado de otras.

Pero siempre termino dándome largas a la hora de responder estas preguntas. Es preciso que siga leyendo. Una viñeta más. Una nueva oportunidad para la protagonista de nacer y tunear su biografía. Tengo que seguir espiando las maneras tan dispares en que una trayectoria vital puede cambiar de dirección o truncarse. Tengo que mantener intacta la fe de que quizás a mí también pueda ocurrirme: volver a tirar los dados cuando la partida se ponga chunga; ramificar la existencia hasta que las especies fallidas se extingan y las más adaptadas se adueñen de la evolución. Antes de que llegue el punto y final y la magia se disipe. Antes de recuperar la certeza de que sólo hay una única oportunidad.

Leed Una y otra vez: encontraréis fluidez, vitalidad en cinemascope, elegancia. Un compañero ideal para llevar a la playa y para después del café con hielo de la merienda. Gotas de chispa flagrante. Su poquito de humor. Compasión, cómo no. Hacedme caso. O no: llegad a su lectura limpios de juicios e historias pasadas. Seguid vuestra intuición.

6 comentarios:

  1. Me lo anoto!. Tiene pinta de curar intermitentes peleas con las novelas... Besazos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mira que me estás dando idea para un post ATP-ATM (Aquí te pillo, aquí te mato): lista de novelorros para que leas sin parar hasta que uno se autoconsuma.
      Besos, corazona.

      Eliminar
  2. Será el próximo.
    Otra cosa, de verdad crees que solo hay una única oportunidad?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No soy yo, sino la oxidación celular. Me lo explicaron así en la escuela: los seres vivos nacen, crecen y etc etc.

      Eliminar
  3. Anónimo entre comillas12 julio, 2014 14:02

    Vale, me lo anoto yo también, será el próximo y te animo a que escribas ese post ATP-ATM, seguro que no tiene desperdicio.
    Ah, recomiendo el que yo termino hoy: Los desorientados, de A. Maalouf, aunque conociéndote a ti...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues no, no me le he echado al coleto. Lo tiene por ahí el príncipe consorte, así que yo también me lo apunto.
      Y a ver por qué carahou me tiro faroles con anuncios de ese tipo de post, si mi chorlitez lectora no conoce límites, si apenas me acuerdo de lo que he leído de una hora para otra.

      Eliminar