A) He bajado mi frecuencia de
publicación.
B) Estoy mucho mejor.
No sé muy bien cómo unir esas dos
frases:
A) y B)
A) pero B)
B) así que A).
¿Cómo es posible que B) si A)
¿Cómo es posible que A) si B)
Así hasta que se agoten todas las
posibilidades que el castellano ofrece en cuanto a yuxtaposición y
subordinación.
Pero ahí afuera las moscas vuelan
borrachas de calor, y yo he comido demasiado tarde y debería
acostarme demasiado temprano, y en julio la gramática no le importa
un pimiento a nadie. Al fin y al cabo la gramática es otra forma de
utopía irrealizable. Sencillamente, hay cosas que no se pueden
yuxtaponer. Consecuencias sin causas. Sujetos sin verbo. Versos
sueltos.
Lo único que importa, que a mí me
importa, es B). Lo repito. Estoy mucho mejor. Aunque no ha cambiado
nada. Mismo paisaje físico y humano, mismo ritmo endiablado de
madrugones y kilómetros. Mismas rutinas que antes de mis diez días
de vacaciones. El ensañamiento del termómetro, si es que hay que
marcar alguna diferencia. ¿Se habrán reordenado solas mis células?
¿Ha estado trabajando mi cuerpo a un nivel inconsciente, mientras mi
conciencia moría en las siestas más profundas que recuerdo? ¿He
resucitado diez veces, más limpia a cada nueva vida, más ligera y
más desprendida?
No lo sé. Sólo he decidido ser más
amable conmigo misma, y no hay duda de que así estoy mejor. Ahora sí
puedo yuxtaponer sin sonrojo. Estaba siendo antipática y no lo
notaba. Estaba siendo una negrera. Estaba abusando de mi confianza.
Me he exprimido como una naranja de agosto. He apostado todo mi
capital físico a la carta de la alegría. Iba de acá para allá en
el trabajo con cara simpática y ánimo voluntarioso. Hacía
esfuerzos de minero para que el repiqueteo de mis dedos
sobre el teclado sonara a entusiasmo. Sudaba un Niágara en el
gimnasio y acababa cantando siempre en la ducha. Pero a veces con la
alegría no basta. A veces crees que el gozo va a protegerte como una
capa de invisibilidad o como el escudo de Atenea. A veces su vigor
dura lo que una bengala.
Y mi cuerpo se cansó de soportar la
tensión de la voluntad y la risa. Sólo así puedo explicar por qué estaba tan mal antes de las vacaciones y por qué ahora estoy mejor. Me
molestaba la anatomía entera, las partes de mi cuerpo que uso para
expresar intenciones: me dolían las los pies y las manos, la boca,
los antebrazos y las rodillas. Se me entumecía cada uno de los
miembros cuando me proponía alistarlos de nuevo en mi ejército.
Pero tras dos semanas de sensibilidad alterada y aprensión, la
molestia no aguantó un día completo en la playa. ¿Era ansiedad?
¿Era agotamiento? Era un S.O.S.
¿Tiene algo que ver esto con escribir
más o menos? ¿Tiene interés; tienen estos achaques la suficiente
enjundia como para hacerlos públicos? Yo creo que sí, porque
entenderlos y respetarlos como una invocación desesperada de mi
cuerpo al descanso me pone en camino de ser una buena persona. Parece
un poco forzado, pero mira: atendiendo a mis capacidades reales,
aprendo a distinguir la necesidad general con más precisión. Al ser
amable conmigo misma, entreno y expando mi compasión hacia la
realidad que me incluye. Y al podarme de acción y exigencias, de
todos esos verbos imperiosos con los que suelo conjugarme, descubro
que la única vocación por la que estoy dispuesta a agotarme es la
de ser cada vez mejor persona.
Es bueno ese pacto, a veces la autoexigencia puede llegar a vencernos y si ser cada vez mejor persona es quizás la aspiración más noble que se puede tener en la vida, tendremos que ser "buena gente" con nosostros mismos, ¿no?
ResponderEliminarMuy bien dicho, anónimo entre comillas.
ResponderEliminar