miércoles, 16 de julio de 2014

Estoy mucho mejor

A) He bajado mi frecuencia de publicación.
B) Estoy mucho mejor.

No sé muy bien cómo unir esas dos frases:

A) y B)
A) pero B)
B) así que A).
¿Cómo es posible que B) si A)
¿Cómo es posible que A) si B)

Así hasta que se agoten todas las posibilidades que el castellano ofrece en cuanto a yuxtaposición y subordinación.

Pero ahí afuera las moscas vuelan borrachas de calor, y yo he comido demasiado tarde y debería acostarme demasiado temprano, y en julio la gramática no le importa un pimiento a nadie. Al fin y al cabo la gramática es otra forma de utopía irrealizable. Sencillamente, hay cosas que no se pueden yuxtaponer. Consecuencias sin causas. Sujetos sin verbo. Versos sueltos.

Lo único que importa, que a mí me importa, es B). Lo repito. Estoy mucho mejor. Aunque no ha cambiado nada. Mismo paisaje físico y humano, mismo ritmo endiablado de madrugones y kilómetros. Mismas rutinas que antes de mis diez días de vacaciones. El ensañamiento del termómetro, si es que hay que marcar alguna diferencia. ¿Se habrán reordenado solas mis células? ¿Ha estado trabajando mi cuerpo a un nivel inconsciente, mientras mi conciencia moría en las siestas más profundas que recuerdo? ¿He resucitado diez veces, más limpia a cada nueva vida, más ligera y más desprendida?

No lo sé. Sólo he decidido ser más amable conmigo misma, y no hay duda de que así estoy mejor. Ahora sí puedo yuxtaponer sin sonrojo. Estaba siendo antipática y no lo notaba. Estaba siendo una negrera. Estaba abusando de mi confianza. Me he exprimido como una naranja de agosto. He apostado todo mi capital físico a la carta de la alegría. Iba de acá para allá en el trabajo con cara simpática y ánimo voluntarioso. Hacía esfuerzos de minero para que el repiqueteo de mis dedos sobre el teclado sonara a entusiasmo. Sudaba un Niágara en el gimnasio y acababa cantando siempre en la ducha. Pero a veces con la alegría no basta. A veces crees que el gozo va a protegerte como una capa de invisibilidad o como el escudo de Atenea. A veces su vigor dura lo que una bengala.

Y mi cuerpo se cansó de soportar la tensión de la voluntad y la risa. Sólo así puedo explicar por qué estaba tan mal antes de las vacaciones y por qué ahora estoy mejor. Me molestaba la anatomía entera, las partes de mi cuerpo que uso para expresar intenciones: me dolían las los pies y las manos, la boca, los antebrazos y las rodillas. Se me entumecía cada uno de los miembros cuando me proponía alistarlos de nuevo en mi ejército. Pero tras dos semanas de sensibilidad alterada y aprensión, la molestia no aguantó un día completo en la playa. ¿Era ansiedad? ¿Era agotamiento? Era un S.O.S.

¿Tiene algo que ver esto con escribir más o menos? ¿Tiene interés; tienen estos achaques la suficiente enjundia como para hacerlos públicos? Yo creo que sí, porque entenderlos y respetarlos como una invocación desesperada de mi cuerpo al descanso me pone en camino de ser una buena persona. Parece un poco forzado, pero mira: atendiendo a mis capacidades reales, aprendo a distinguir la necesidad general con más precisión. Al ser amable conmigo misma, entreno y expando mi compasión hacia la realidad que me incluye. Y al podarme de acción y exigencias, de todos esos verbos imperiosos con los que suelo conjugarme, descubro que la única vocación por la que estoy dispuesta a agotarme es la de ser cada vez mejor persona.

2 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas17 julio, 2014 23:44

    Es bueno ese pacto, a veces la autoexigencia puede llegar a vencernos y si ser cada vez mejor persona es quizás la aspiración más noble que se puede tener en la vida, tendremos que ser "buena gente" con nosostros mismos, ¿no?

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  2. Muy bien dicho, anónimo entre comillas.

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