jueves, 10 de julio de 2014

Casi un gigante

 
No voy a decir que de lejos parezcan un gigante. Vienen en paralelo a la orilla, haciendo eses como si el padre quisiera enseñarle a su hijo cómo funcionan las olas, y son sólo eso, un padre y un hijo, tres años puestos encima de unos cuarenta, sin más ñoñería. Si me quitase las gafas de sol graduadas quizás pudiera engañarme: vería una figura muy alta con un par de brazos y piernas de tamaño aceptable, y dos bracitos y piernecitas casi escondidos, disimulados como las ruedas accesorias de la primera bici de un crío. Podría adornar un poco el asunto para que el que me lea tenga su pequeña dosis de lirismo de andar por la playa. Pero la imagen de un niño sobre los hombros de su padre no necesita más arreglo: ninguna comparación con personajes de cuento, ninguna ayuda por mi parte que subraye la fuerza que muestran.

Porque en realidad son tan frágiles. Cuando pasan a mi altura me doy cuenta de dos cosas. El nene apoya una mejilla sobre la cabeza de su padre. El hombre va silbando. Como si andar con ese animalito sobre los hombros, con los brazos totalmente estirados para hacerle un manillar con ellos, fuera la postura natural de los humanos. Los rizos rubios de su hijo le caen sobre la frente, un plato de fussilli como flequillo, una peluca para disfrazarse del hermano Marx mudo. Y la verdad es que andar por esta playa no es fácil. Hay más gravilla fina que arena, y los pies se hunden a cada paso. La orilla está ligeramente inclinada. Pero el hombre silba su cancioncilla, y el niño se recuesta tranquilo. No hay incomodidad ninguna, y si la hubiera, sería de esas que compensan tanto que apenas se perciben. El niño va tan alto como cuatro veces su tamaño, pero no hay miedo tampoco. Quizás todavía es demasiado pequeño como para que el mundo sea un sinónimo de peligro. Quizás la seguridad es una cuenta bancaria jugosa que la vida se encarga de ir socavando.

Me conmueven, no hace falta decirlo. Forman un sólido equipo basado en el amor y la confianza. Pasean por la playa tan completos y contentos, el niño terminando al hombre grande, el padre amparando los comienzos del hijo, que parece como si estuvieran encerrados en sí mismos, ajenos a lo que les rodea. Y, sin embargo, es como sin esta playa la figura híbrida no fuera concebible. El niño agacha la cabecita para observar cómo rompe la espuma; el Levante fresco de estos días debe de hacer que el cuerpo del padre se sienta tonificado. Descansado y desnudo de su personaje cotidiano y de sus horarios, se ve capaz de cargar el peso del futuro.

Sólo que no hay futuro para esta imagen. Por eso es tan frágil. El año que viene el niño habrá crecido y pesará demasiado como para que su padre siga silbando. La tarea de enderezar un carácter a que la paternidad obliga tal vez sea tan ardua el otoño e invierno que vienen que el hombre, en sus próximas vacaciones, ya sólo tenga ganas de apoltronarse en la hamaca. El niño preferirá inventarse juegos en la orilla en los que él y sólo él será héroe y arquitecto. Puede que entonces conozca el miedo a las alturas. El crecimiento disolverá esta estampa como si hubiera sido grabada en la arena con un palo. El mismo amor, incomodidades nuevas, un asomo de desconfianza.

Pero yo comparto la orilla con ellos, y me digo que tal vez pueda rescatarlos. Como si eso en realidad importara. Como si la figura plena que forman no empujara el tiempo que viene a un lugar donde no será capaz de dañarlos.

9 comentarios:

  1. ¡Bonita estampa! ¿Y qué es eso de que no hay futuro para esa imagen? La has visto, la has escrito y ahora la compartes con nosotros. Esa imagen, ya, es eterna. Otra cosa es la vida de cada uno.

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    1. Pero en realidad, a quién le importa el futuro. A mí me vale de sobra con que una gota de presente dure al compartirla.
      ¿Sabes qué? Al repasar el texto antes de publicarlo, me acordé, sin conoceros, de ti y de tu ñiño.

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  2. ¡Qué bueno si ese padre pudiera leer lo que has escrito!.
    Me encanta también, de lo que escribes, la mezcla de mundos que se intuye: ellos, con su gigantez; tú, con tu observación... y cada uno en el suyo.
    Me ha encantado.

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    1. A lo mejor es eso lo que me gusta más de ir a la playa: que al pararte y quedarte tranquilo entre gente, las esferas de cada uno intersectan un poquito, un instante, como si no hubiera una mezcla de mundos, sino la posibilidad de uno sólo.
      Gracias, bonita.

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  3. Anónimo entre comillas12 julio, 2014 14:25

    Me asombras, de verdad. Tienes mirada de pintor, con pinceladas admirables por su capacidad para recrear una imagen; por ejemplo, estas: "dos bracitos y piernecitas casi escondidos, disimulados como las ruedas accesorias de la primera bici de un crío", "con los brazos totalmente estirados para hacerle un manillar con ellos", "un plato de fussilli como flequillo"...no sigo, porque no es plan que te copie entero el post, ¿verdad?

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    1. Borges, Cervantes.... Jijijiji.... Me pongo coloraíta con tu bonito comentario, y digo tontunás.

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  4. Tú me con mueves a mí.

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    1. ¿Yo como recolectora de imágenes, o yo-Calimero?

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  5. Amor y confianza es un tándem tan perfecto que dudo se destruya nunca, sólo se transforma, como la energía.

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