viernes, 6 de junio de 2014

Parad, parad, malditos

 
Pasan las semanas. El trigo cambia de verde a dorado a quemado, y lo que era hierba tierna se convierte en paja. En trampa. Las amapolas estallan como una bomba de cómic, y luego en el suelo flotan chispitas rojas, como cuando se dispersa una rosa de fuegos artificiales, o cuando aprietas los párpados en la playa. Se suceden flores y pólenes. Entre los olivares merodean algunos frutales dispersos que empiezan a tentarme. Un ciruelo, un cerezo, una higuera, un nogal; cargados todos de promesas.

Pasan las semanas. Las perdices ya no están solas: algunas corretean como viejecitas nerviosas seguidas de una ristra de pollos. Los gazapos se quedan absortos en el borde de los caminos por donde pasa mi coche, como si no les hubiera dado tiempo a probar a qué sabe el miedo y la vida aún les pareciera un jolgorio. El aire se llena de bichos: mosquitos diminutos buscan mis orejas, y ojalá se quedaran tranquilos donde suelo llevar los pendientes; no tengo esa suerte: ellos quieren conocer mi intimidad. Una garrapata pasea por mi brazo. Otra. Otra. Me las sacudo, estoica. Me estoy convirtiendo en un hábitat muy agradable.

Pasan las semanas, el mediodía empieza a ponerse farruco, y yo sigo pegada a los prismáticos espiando la vida de los pájaros. A este paso se me quedan los ojos como los de un oso panda. Los aguiluchos nos torean mientras nosotros intentamos adivinar una pauta. Desaparecen durante una hora para luego aparecer de golpe y lanzarse a volar todos juntos como psicópatas. La de azúcar que deben de tener los ratoncillos que comen. Hacen picados locos, se pierden detrás de la boina de polvo sahariano que tenemos calada hasta las orejas. Parecen señalarnos las posiciones donde tienen sus nidos, y cuando vamos a buscarlos por el cereal con zancadas de gigante, no encontramos más que un corralito yermo entre un mar de espigas. Se esconden. Empiezo a fantasear con que una cosechadora cósmica viene a arrollarnos a todos, criaturas aladas o pedestres. Ellos siguen jugueteando todavía como si el tiempo exaltado del cortejo no hubiera quedado ya atrás. Se persiguen y se dan caña, sin que nosotros podamos saber si sus movimientos responden a la lógica del deseo o a la de la rivalidad. Seguimos rastreando su pauta de vida y no la localizamos. O carecen de ella, o no sabemos demasiado.

Prueba a aplicar ese último par de frases a lo que se te ocurra. A cuento de qué me dijo X lo que me dijo. Por qué Y no volvió a llamarme. Por qué se comportó así conmigo. Por qué las cosas de la realidad no riman en consonante con lo que espero de ellas. La conciencia suele ser ese ejercicio de contorsionismo consistente en meter una vasta red de relaciones y causas en una experiencia estrecha. Me ha quedado una frase tan estupenda que no debería decir nada más. Sólamente esto: acostumbramos a interrogarnos obtusamente sobre el sentido de lo que ocurre, pretendiendo que la explicación se amolde al pentagrama de fábrica que el hábito de pensar y sentir ha tensado en nuestras cabezas. Y es muy raro que el sentido se comporte de un modo tan musical, que la melodía suene limpia o el ritmo siga un compás. O no hay sentido o no sabemos demasiado.

Pero bueno, qué más da. Pasen las semanas que pasen, es un encanto ver a los pájaros loquear.

6 comentarios:

  1. Pues lo de siempre, que te leo y me dan ganas de irme al campo...
    Qué envidia, niña.

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  2. Yo me ofrezco de guía. Para que sepa todo el mundo la cantidad de cremas que hay que gastar para que el campo no te termine pasando factura sobre la piel.

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  3. A esto le falta una foto y le sobra el penúltimo párrafo. (Aunque imagino que ese párrafo es el que le da sentido a todo es bicho viviendo que te corretea.)

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    1. Una foto, no, que hubiera quedado sobreexpuesta; más bien un vídeo. Pero habría sido más aburrido que una película de la nouvelle vague.
      Y sobre el párrafo... bueno, sé que está un poco metido con calzador, pero es que era eso precisamente con lo que quise quedarme: lo inútil de querer entender a mi manera un mundo demasiado grande y que no necesita ser entendido para admirarse.

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  4. Deseando estoy que las promesas de las que hablas se conviertan en realidades.

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    1. Ya te llevaré alguna bolsica. Que quede entre tú y yo.

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