Pasan las semanas. El trigo cambia de
verde a dorado a quemado, y lo que era hierba tierna se convierte en
paja. En trampa. Las amapolas estallan como una bomba de cómic, y
luego en el suelo flotan chispitas rojas, como cuando se dispersa una
rosa de fuegos artificiales, o cuando aprietas los párpados en la
playa. Se suceden flores y pólenes. Entre los olivares merodean
algunos frutales dispersos que empiezan a tentarme. Un ciruelo, un
cerezo, una higuera, un nogal; cargados todos de promesas.
Pasan las semanas. Las perdices ya no
están solas: algunas corretean como viejecitas nerviosas seguidas
de una ristra de pollos. Los gazapos se quedan absortos en el borde
de los caminos por donde pasa mi coche, como si no les hubiera dado
tiempo a probar a qué sabe el miedo y la vida aún les pareciera un
jolgorio. El aire se llena de bichos: mosquitos diminutos buscan mis
orejas, y ojalá se quedaran tranquilos donde suelo llevar los
pendientes; no tengo esa suerte: ellos quieren conocer mi intimidad.
Una garrapata pasea por mi brazo. Otra. Otra. Me las sacudo, estoica.
Me estoy convirtiendo en un hábitat muy agradable.
Pasan las semanas, el mediodía empieza a
ponerse farruco, y yo sigo pegada a los prismáticos espiando la vida
de los pájaros. A este paso se me quedan los ojos como los de un oso
panda. Los aguiluchos nos torean mientras nosotros intentamos
adivinar una pauta. Desaparecen durante una hora para luego aparecer
de golpe y lanzarse a volar todos juntos como psicópatas. La de azúcar
que deben de tener los ratoncillos que comen. Hacen picados locos, se
pierden detrás de la boina de polvo sahariano que tenemos calada
hasta las orejas. Parecen señalarnos las posiciones donde tienen sus
nidos, y cuando vamos a buscarlos por el cereal con zancadas de
gigante, no encontramos más que un corralito yermo entre un mar de
espigas. Se esconden. Empiezo a fantasear con que una cosechadora
cósmica viene a arrollarnos a todos, criaturas aladas o pedestres.
Ellos siguen jugueteando todavía como si el tiempo exaltado del
cortejo no hubiera quedado ya atrás. Se persiguen y se dan caña,
sin que nosotros podamos saber si sus movimientos responden a la
lógica del deseo o a la de la rivalidad. Seguimos rastreando su
pauta de vida y no la localizamos. O carecen de ella, o no sabemos
demasiado.
Prueba a aplicar ese último par de
frases a lo que se te ocurra. A cuento de qué me dijo X lo que me
dijo. Por qué Y no volvió a llamarme. Por qué se comportó así
conmigo. Por qué las cosas de la realidad no riman en consonante con
lo que espero de ellas. La conciencia suele ser ese ejercicio de
contorsionismo consistente en meter una vasta red de relaciones y
causas en una experiencia estrecha. Me ha quedado una frase tan
estupenda que no debería decir nada más. Sólamente esto:
acostumbramos a interrogarnos obtusamente sobre el sentido de lo que
ocurre, pretendiendo que la explicación se amolde al pentagrama de
fábrica que el hábito de pensar y sentir ha tensado en nuestras
cabezas. Y es muy raro que el sentido se comporte de un modo tan
musical, que la melodía suene limpia o el ritmo siga un compás. O
no hay sentido o no sabemos demasiado.
Pero bueno, qué más da. Pasen las
semanas que pasen, es un encanto ver a los pájaros loquear.
Pues lo de siempre, que te leo y me dan ganas de irme al campo...
ResponderEliminarQué envidia, niña.
Yo me ofrezco de guía. Para que sepa todo el mundo la cantidad de cremas que hay que gastar para que el campo no te termine pasando factura sobre la piel.
ResponderEliminarA esto le falta una foto y le sobra el penúltimo párrafo. (Aunque imagino que ese párrafo es el que le da sentido a todo es bicho viviendo que te corretea.)
ResponderEliminarUna foto, no, que hubiera quedado sobreexpuesta; más bien un vídeo. Pero habría sido más aburrido que una película de la nouvelle vague.
EliminarY sobre el párrafo... bueno, sé que está un poco metido con calzador, pero es que era eso precisamente con lo que quise quedarme: lo inútil de querer entender a mi manera un mundo demasiado grande y que no necesita ser entendido para admirarse.
Deseando estoy que las promesas de las que hablas se conviertan en realidades.
ResponderEliminarYa te llevaré alguna bolsica. Que quede entre tú y yo.
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